POR JOSÉ ANTONIO MELGARES GUERRERO, CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA Y CARAVACA
Otra de las personas cuya existencia terrena trascendió de lo estrictamente profesional, habiendo sido un referente social durante gran parte de la segunda mitad del pasado siglo, fue Doña Encarna Guirao García, perteneciente a las conocidas familias popular y cariñosamente conocidas como Los Coloraos por línea paterna y Los Carnajos por la materna, quien vino al mundo en noviembre de 1923, siendo la menor de los cuatro hijos fruto del matrimonio formado por Antonio Guirao Álvarez y Teresa García Fernández quienes, tras su unión, establecieron el domicilio familiar en el número 54 de la calle del Poeta Ibáñez donde, además de ella misma, nacieron sus hermanos Fermina, Teresa y Antonio; regentando su madre un discreto comercio de comestibles mientras el padre hacía las américas durante años allende los mares.
Desde bien niña ya apuntaba en sus juegos infantiles la inclinación por la enseñanza, simulando dar clases a sus propias muñecas e incluso a sus amigas.
La formación primaria tuvo lugar en el colegio de las Monjas de la Consolación, y la secundaria en el instituto local existente en Caravaca hasta la Guerra Civil. Al concluir la contienda, y con gran sacrificio económico por parte de sus padres, simultaneó los estudios de Magisterio y los de Filosofía y Letras en la Universidad de Valencia, especializándose en Geografía e Historia. Su tesina sobre el Descubrimiento de América fue Premio Extraordinario, habiendo sido dirigida por los catedráticos Antonio y Manuel Ballesteros, este último ferviente admirador suyo, quien le propuso quedarse en la Universidad, opción que no contó con el beneplácito de su madre, quien quería tenerla cerca de sí.
En 1944 se integró en el claustro de profesores del recientemente creado Colegio Cervantes, impartiendo en él clases de Historia, Francés y Latín y siendo durante lustros la única mujer del equipo docente, a pesar de lo cual supo hacerse de respetar no sólo por sus compañeros sino también por los alumnos. Su carácter, aunque muy temperamental, era afable, bonancible y dotado de gran personalidad.
Como recordará el lector, el Colegio Cervantes (Oficialmente Reconocido para impartir la Enseñanza Media), era inicialmente masculino, teniendo su prolongación con el tiempo y como colegio femenino, en las Monjas con el nombre: Cervantes de la Consolación; siendo los mismos profesores quienes, diariamente y de acuerdo con los horarios, se trasladaban de uno a otro lugar, no muy cercanos entre sí, por cierto.
Tras el cierre del Colegio Cervantes, acosado por la competencia del Instituto a partir de 1975, Doña Encarna se incorporó al claustro de éste, obteniendo plaza como titular del mismo, tras ganar las oposiciones al cuerpo de Profesores Agregados de Bachillerato, en 1978.
Soltera de vocación, fue lectora apasionada y amante del Arte, desplazándose a cuantas exposiciones se celebraban dentro y fuera de la Región. Una de sus pasiones fue el Teatro, y no sólo como asistente y lectora, sino como directora e intérprete. Fueron varias las obras por ella dirigidas entre los alumnos del Colegio, integrándose ocasionalmente en grupos de aficionados. Una de las obras en la que destacó su presencia fue la representación de D. Juan Tenorio, de Zorrilla, en la que interpretó el papel de Brígida, siendo el protagonista el alcalde Amancio Marsilla Marín y Dª. Inés María Teresa Godínez. Con ellos intervinieron, también, entre otros, Elisa Martínez Valdivieso y Maruja Villó. En aquella ocasión Dª. Encarna obtuvo el premio provincial de interpretación teatral.
Dotada de una extraordinaria memoria, podía recordar con facilidad fechas y nombres con los que sorprendía a sus alumnos. Preocupada porque éstos la ejercitaran como herramienta intelectual, exigía frecuentemente la memorización de largos textos literarios, actividad que el tiempo se encargó de reconocer como muy útil.
De ideología política cercana a la socialdemocracia, y seguidora de Enrique Tierno Galván, fue educada en la moral tradicional, siendo siempre fiel a sus creencias religiosas, que puso en práctica formando parte de instituciones de actividad espiritual incardinadas en el barrio de su residencia, tales como la Pía Unión de Santa Teresita, la Acción Católica y la Archicofradía de la Virgen del Carmen.
Asidua lectora de prensa regional y nacional gustaba del cine entre sus aficiones, teniendo un abono en el Gran Teatro Cinema para la fila 3 con los asientos 3 y 5. También gustaba de la relación con sus amigas de siempre: Isidora Torrecilla, Pepita Laborda (farmacéutica en Murcia), Carmenla de Ajote y su modista: Maravillas Morenilla, con la que incluso llegó a hacer viajes de recreo. Su casa siempre fue punto de reunión de familiares, vecinos y amigos, siendo la puerta de la misma centro de una nutrida y amena tertulia, durante las noches de verano, a la que asistían, además de sus hermanos Fermina y Antonio, Cruz Robles y su marido Ginés, Jesús Atocha, Carmen la del Talabartero, Fuensanta la del Molino, Teresa Caparrós y, pasado el tiempo, Amancio Marsilla y Loli López Battú, su mujer.
Nunca se la consideró mujer invisible. Su presencia en la calle o en los lugares públicos y privados que frecuentaba, no pasaba desapercibida. Su carácter afable y cariñoso sufrió, sin embargo, un duro revés, causado por la muerte, en plena juventud, de su sobrino Antonio, quien no logró superar una penosa enfermedad que mantuvo a toda la familia en vilo durante años. Sin embargo, su vitalidad demostrada en tantos aspectos, la sacó del bache, manifestándose también en la defensa de la igualdad y derechos de la mujer.
Amante de las innovaciones y defensora a ultranza del progreso en todas sus manifestaciones, no dudó en aprender a conducir, e incluso llegó a adquirir un coche marca SEAT 850 en plena madurez, lo que le causó no pocos quebraderos de cabeza que venció con tesón y esfuerzo.
Su figura elegante, siempre con bolso al brazo a la manera clásica, su andar pausado debido a su peso, y su aspecto cuidado fueron notas a destacar en su personalidad.
Una diverticulitis crónica le motivo una crisis respiratoria que acabó con su vida de manera repentina el 22 de febrero de 1985. Durante los últimos años, y por culpa del miedo a la soledad que le acompañó a lo largo de toda su vida, le sirvieron como acompañantes primero Juana, natural de Moratalla, hasta que contrajo matrimonio y se marchó de Caravaca, y luego Julia, quien fue la heredera de su casa.
Su recuerdo, a pesar del paso del tiempo, permanece; y no sólo entre sus alumnos, quienes actualizamos constantemente en la memoria muchas anécdotas transcurridas en las aulas del Cervantes, sino en el resto de sus contemporáneos, para quienes fue, junto a otras, un ejemplo en la defensa de la dignidad femenina en un tiempo en que parecía ésta una guerra perdida contra la tradición.
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