DOÑA MARUJA EN BURGO
Feb 11 2014

POR MIGUEL A. FUENTE CALLEJA, CRONISTA OFICIAL DE NOREÑA (ASTURIAS)

Fotografía del autor y doña Maruja, viuda de Miguel Moreno.
Fotografía del autor y doña Maruja, viuda de Miguel Moreno.

Tiene usted que disculparme querida señora, pero llegando a Burgo de Osma, cuando apenas se ve la torre catedralicia desde lo lejos, me entra una emoción imposible de ocultar. Se me trastornan las ideas y los pensamientos que tenía acumulados desde semanas antes. Son muchos años ya visitando esa tierra, muchos amigos en el morral de las buenas gentes y entre ellas está usted querida doña Maruja.

Estaba frío como siempre que voy al Burgo, y debe de ser porque coincide lo visito cuando febrerillo el loco va dejando al cierzo volar a sus anchas por la ancha Castilla, pero sepa que voy encantado por reencontrarme en casa.

Aquella mañana sonó la dulzaina y el tamboril y me dedicaron los gaiteros el himno de mi tierra que suena mucho más bonito cuanto más lejos estoy de la patria querida. Y emocionado aún cuando orgulloso recibí el blusón de matachín, cuando escuchaba al actual mantenedor de la fiesta matancera, de modo espiritual, sabía que estaba por allí Don Miguel Moreno su difunto esposo, el Tío Miguel como le decían los vástagos de Manuel y de Remedios, los Martínez Soto, y usted, doña Maruja, estaba emocionada con fuerza a sus noventa bien llevados años y a buen seguro que allí, silenciosa junto al cronista Apuleyo, repasaría su presencia en tantas y tantas jornadas matanceras y los rostros de tantos amigos que os abrazamos con sentimiento en todas las ocasiones en aquel comedor de los Diezmos, donde matábamos el hambre, el frío y hasta la nostalgia de la tierra.

Y en cuanto la vi de cerca, entrañable doña Maruja y me reconoció y por eso le pedía disculpas al comienzo, porque debía ser yo quien la reconociese primero, sentí la emoción de nuestro primer encuentro en la tierra soriana, saltó su lágrima del recuerdo y la lágrima de la ausencia y su mano sujetando con nervio la mía, repito, me emocioné y balbuceando le comenté lo mucho que aprendí de Don Miguel cuando hablábamos de su magisterio, de los tiempos de Covaleda o de los vecinos del Collado. Y nos despedimos. Y me ofreció, me invitó a visitar su casa, museo del Cronista de Soria y algún día lo haré, claro que lo haré. Y volveremos a recordar con unos tragos de sidrina como testigo, aquellos años mozos en la matanza.

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