POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS)
El histriónico personaje que habita la Casa Blanca desde enero de 2017 (sabido es que el 20 de enero de cada cuatro años es la fecha simbólica en la que la tradición de los Estados Unidos de América del Norte sitúa el día en que toma posesión de su cargo de Presidente aquel que haya sido elegido poco más de dos meses antes, exactamente el primer martes de noviembre que no coincida con el día 1.º de ese mes, festividad de Todos los Santos) nos deja cada día boquiabiertos con sus múltiples intervenciones, bien de forma presencial o a través de los numerosos “tuits” y ocurrencias que lanza desde donde se encuentre.
Aparece Trump (¡cómo no!) en la prensa de esta mañana otoñal de octubre en los jardines de su residencia en Washington, afirmando que contagiarse del covid-19 fue: “Una bendición de Dios”…
Este cronista recordó de inmediato a la madre Teresa de Calcuta cuando afirmó -hace treinta y tres años- que: “El SIDA es un regalo de Dios que nos permite darles amor y compañía a estos seres”.
´Gracias´ a ellos -entre tantos miles de casos diferentes- gente como la madre de Calcuta llega a los altares…
Hoy -como hace más de tres décadas- uno se queda perplejo ante tales afirmaciones, porque de las mismas se podría derivar para muchos la idea de que los infectados de VIH (o por covid-19, ahora) reciben un maravilloso regalo y deben sentirse contentos.
Algo así como si los pobres, enfermos y desvalidos que -por cientos de millones habitan en el planeta Tierra- estuviesen ahí para que su enfermedad, su hambre, su frío y sus carencias nos perteneciesen de alguna manera, y todo el dolor que convierte al mundo en un presunto lugar armonioso entre los que comen y entre los que no, entre los que sienten piedad y los que la reciben, se hiciesen presentes para que muchos se sintiesen bondadosos.
Ante los mendigos -por ejemplo- nos asalta un serio apuro, como si nos sintiésemos responsables de su situación, como si nos cogiesen a deshora en nuestra conciencia social.
Muchos prefieren pensar que el pordiosero (ya nadie pide «por Dios») es el culpable de su mala suerte y las obras de misericordia hace tiempo que algunos las consideran un anacronismo -sustituidas por las obras benéficas-, algo así como que la justicia viniese a sustituir a la caridad; en otro orden de cosas diríase que las ancestrales órdenes mendicantes dejaron paso a los múltiples organismos de la beneficencia pública.
La culpa no suele tener familia, bueno, sí, en este caso dice el Presidente Trump que la culpa del covid-19 fue de China, y que va a pagar por lo que ha hecho a su país y al mundo entero.
Afirmación recurrente que más parece feudal, gremial, estamental, clasista, muy volcada en una sociedad bastante competitiva, igual que en una antigua palestra de torneos, en la que ganaba uno y los demás eran arrojados a las tinieblas exteriores.
Regresemos a nuestra infancia y fijémonos en la ingenua Blancanieves, justo en uno de los momentos en el que observa a su malvada madrastra, mientras ésta le pregunta al espejo mágico si hay alguien en el mundo más bella que ella…
Habrá que esperar a que los portadores del féretro de cristal tropiecen y la dulce Blancanieves escupa el trozo de manzana envenenada, regresando a la vida en un mundo donde la conciencia colectiva sea más soportable y menos agresiva.