POR ANTONIO BOTÍAS CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Los murcianos conocieron la historia un viernes, 29 de octubre de 1880. Y pronto se convirtió en una gran noticia porque el director de ‘El Diario’, el recordado José Martínez Tornel, decidió publicar en la portada una carta dirigida a su amigo, el erudito Andrés Baquero Almansa, catedrático y primer comisario regio de la Universidad de Murcia.
En su carta, Tornel revelaba que un escritor americano, cuyo nombre no aclaró, se dirigió al Ministerio de Estado español para que el gobierno de la época le facilitara la consulta de un «documento importante» referido a la imprenta y que, en caso de hallarse, «sería uno de los más antiguos existentes en Europa».
El americano había encontrado evidencias de que el manuscrito se encontraba en la ciudad de Murcia. Se trataba de una carta expedida en Sevilla el día 25 de diciembre de 1477 por los Reyes Católicos y a favor de Federico Alemán, «un impresor de libros de molde». Era uno de los padres de la imprenta.
Las fuentes del escritor eran, según publicó ‘El Diario’, «Clemencín y Tapia». No andaba descaminado. Diego Clemencín es uno de los ilustres murcianos olvidados. Nació en la ciudad de Murcia en 1765 y falleció en Madrid en 1834. Escritor, cervantista y político, fue autor de una espléndida versión comentada del ‘Quijote’ y bibliotecario mayor del Reino hasta morir víctima del cólera.
La referencia de Clemencín sobre el documento en cuestión puede encontrarse en la obra ‘Elogio de la Reina Católica Doña Isabel’, publicada por la Real Academia de la Historia en Madrid, en 1821. En ella se cita que los Reyes Católicos libraban a Teodorico Alemán de «pagar ‘alcábalas’, ‘almojarifaco’ ni otros derechos». La ‘alcábala’ era el más destacado impuesto sobre el comercio que cobraban los reyes, pues el diezmo era gestionado por la Iglesia. Por su parte, el ‘almojarifaco’ era un impuesto de aduanas que se aplicaba a todas las mercancías que se exportaban o importaban al Reino de España.
La petición del americano se remitió al gobernador de la provincia, quien decidió enviarla al Ayuntamiento de Murcia. Y, como era natural, el Consistorio recurrió a su archivero y cronista, Martínez Tornel. Pero el periodista no encontró tan importante documento. Y no desconocía que, de haberlo encontrado, supondría darle un vuelco a la historia de la imprenta en España.
El impresor Alemán llegó desde Basilea a la península en torno a 1485, a través del puerto de Cartagena, estableciéndose en la ciudad de Burgos, donde imprimió una obra titulada ‘Arte de Gramática’. Según los autores, el primer libro estampado en España se confeccionó en 1474, con el título de ‘Certámen poetich’. De esta forma, si se hallaba la orden de los Reyes Católicos podría demostrarse que apenas tres años más tarde del primer libro de imprenta ya se publicaban otros en Murcia. O, al menos, se vendían. Esto equivaldría a afirmar que la ciudad estuvo a la vanguardia, una vez más, de la cultura y los avances tecnológicos.
Las crónicas no registran las conversaciones que Tornel y Baquero pudieron mantener sobre la cuestión, siendo amigos como eran. Pero lo que nadie esperaba era que terciara en el dilema otro gran murciano: Pedro Díaz Cassou. Y lo hizo con artillería intelectual donde las hubiera. Porque este abogado y escritor costumbrista confesó que conocía la obra perdida y, para sorpresa de todos, aseguró que no revelaría su paradero.
La negativa de Díaz Cassou debe pasar a la historia como el primer caso de secuestro bibliófilo registrado en España. O en el mundo. De hecho, el erudito lamentó que Baquero no le hubiera respondido a ciertas dudas históricas sobre otro tema, incluso después de que le rogara «que me escribiera hace ya tiempo».
Por ello, hasta que Baquero no contestara, Díaz Cassou no confesaría donde estaba el valioso documento. Incluso se atrevió a publicar en ‘El Diario’, lo que hoy hubiera dado a una intervención inmediata de la Guardia Civil, que «a la media hora de entregarme la contestación del erudito, amigo, habrá usted copiado el documento».
El escándalo entre las élites murcianas fue mayúsculo. Prueba de ello es que el propio gobernador ordenó al Ayuntamiento de Murcia, mediante oficio, que reclamara de inmediato a Díaz Cassou el paradero del documento, tal y como exigía el gobierno. El erudito no se negó, aunque optó por publicar también en ‘El Diario’, a modo de sabrosa exclusiva, dónde podían encontrar el manuscrito.
Así conocieron los murcianos que, según las investigaciones de Díaz Cassou, la imprenta llegó a Murcia en 1487, apenas tres años después de que se imprimiera el primer libro español. De igual forma, el primer librero en la ciudad y reino fue Federico o Theodorico Alemán. El documento en discordia se encontraba en el tomo de cartas reales que comprendía los años entre 1478 y 1488, aunque en realidad solo existía una copia del mismo. Del original, ni rastro.
Acaso dolido por la orden de revelar cuanto sabía, Díaz Cassou denunció en ‘El Diario’ que era vergonzoso y acaso necesario que «un americano llame la atención sobre nuestro archivo para que se inviertan en su arreglo algunos cientos de reales». Hasta el día de hoy no ha aparecido el célebre documento, que igual luce en alguna colección particular para el disfrute de quienes es posible que ignoren su valor histórico.
Fuente: http://www.laverdad.es/