POR APULEYO SOTO PAJARES, ESCRITOR Y CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA (MADRID)
Soy el primer sorprendido de encontrarme aquí un viejo artículo mío titulado DOS ESCRITORES DE LA RAYA ARANDINA, precisamente en el Día del Libro 2014. Gracias a José Manuel Prado Antúnez, uno de ellos, madrugador, que es el que lo ha subido; el otro es Fermín Heredero, y los dos forman una pareja estupenda, unidos durante mucho tiempo por la revista «Telira». Leedlos: son mi cara y mi cruz
Tengo dos libros en el escritorio y me los paso de una mano a otra para degustar la ensoñación temporal y espacial castellana de «La silla de paja», de Fermín Heredero (Ámbito ediciones, Valladolid) y la ácida melancolía moral de «Casi todas las muertes ficticias de Ana Ozores», de José Manuel Prado Antúnez (Editorial Celya, Salamanca).
Los dos son poéticos, autobiográficos, testimoniales y divinamente escritos. Los dos son de autores profesores de La Ribera Arandina que tiene mucho que ver con nosotros. Los dos potencian la literatura emergente y efervescente de este territorio nuestro. Uno es el haz y otro el envés.
Uno es claro y coloquial como el agua que murmura, con su lengua entre los juncales y otro como salido de un filósofo de la última generación que se lo cuestiona todo, hasta lo más divino, como el amor. Uno pregunta y otro responde. Uno expone y otro dilucida. Uno se monta en el pasado requerido y otro en el porvenir sin norte fijo. Uno es delibiano y otro barojiano.
Uno lo trocea en relatos (el mejor «Toda la vida en un carro», globalizador y revelador). Otro lo unifica en una novela-espejo. Uno sabe de dónde parte y otro ignora adónde llegará. Pero los dos prosiguen, a base de metáforas y circunloquios. La vida es eso. Estoy inmerso en su vida, que es la mía, que es la vuestra. Leedlos.
En «La silla de paja» te va llevando el estilo; tira de ti el lenguaje como un imán, con palabras arcaicas empapadas de ternura y tierra; es coloquio puro, coloquio con los mayores que nos enseñaron y guiaron, y con nosotros mismos, que los seguimos oyendo y representando con distancia crítica pero emotiva, como debe ser.
En «Las muertes ficticias de Ana Ozores» se produce un distinto vaivén, del ensueño a la humorada, de la reflexión a la distensión orgiástica, de la divagación existencial a la inutilidad del derrotismo erótico, un poco confuso todo, quizás, pero es su manera, para sumar intriga e interés en la acción. O para sumar lo que sea, porque ¡se abren tantos caminos!…
Heredero y Prado saben lo que hacen, están impregnados de cultura; son escritores fluyentes, analistas perspicuos, observadores sin remisión, mortalmente heridos por las flechas del carcaj que es el diccionario puesto en renglones interminables, para conversar con el que está al otro lado, con el lector que les complemente, yo, tú, él, la inmensa muchedumbre de los que necesitamos alimentarnos de frases día a día, a fin de mejorar nuestra existencia párvula y desvalida.