POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
El lunes 12 de julio de 1920, la emperatriz Eugenia de Montijo (Granada, 1826-Madrid, 1920) se encontraba enferma. La egregia señora era una anciana de noventa y cuatro años. Aquel día su estado de salud había empeorado a causa de un ataque de uremia, trastorno del funcionamiento renal. Había sufrido una operación para eliminar unas cataratas, por el renombrado doctor Barraquer. Cuando la Emperatriz recobró la vista, se mostró muy satisfecha, manifestándole al doctor que se alegraba porque iba a releer El Quijote. Se comentó la coincidencia que la Emperatriz se hallaba leyendo un capítulo de la obra de Cervantes cuando sufrió el ataque de uremia que la postró en el lecho por última vez. Correo de la Mañana, diario badajocense, daba cumplida información de su óbito.
En la capilla mortuoria donde se celebró misa por el eterno descanso de su alma, asistieron el infante don Fernando y la duquesa de Talavera, el duque de Arión, los marqueses de la Torrecilla y Santa Cruz, y otras distinguidas personalidades. Durante la tarde desfilaron por el Palacio de Liria (Madrid) numerosas personalidades de la política, la diplomacia y la banca. El cadáver se trasladó a la estación del Norte, en una caja de zinc y ésta en otra de caoba. Recibiendo sepultura en Farnborough (Londres) en el panteón de Napoleón III. A las seis y media de la tarde estaban colocadas las tropas en las calles del trayecto, con objeto de hacer los honores a los restos mortales de la Emperatriz. Mandaba las tropas que cubría la carrera el general Zabalza. Los invitados y comisiones se agolpaban en los jardines del Palacio de Liria, propiedad del duque de Alba. Una compañía daba guardia de honor al féretro. Se hicieron salvas de veintiún cañonazos. Abrían la marcha fuerza de la Guardia Civil y cuatro piezas de artillería. Detrás se colocó el Regimiento del Rey. Seguían a éste varios piquetes, aislados con hachones encendidos, los palafreneros y maceros. A la carroza daban guardia de honor los alabarderos y una escuadra de la Escolta Real.
En el duelo figuraban el infante don Fernando, con uniforme de coronel de la Escolta Real; el Jefe del Gobierno, Eduardo Dato; el duque de Alba, el conde de Peñaranda, duque de Tamames y conde del Moral. Seguían detrás las comisiones civiles y militares. Detrás iba el coche con la corona ducal, cerrando el cortejo fúnebre el regimiento de húsares de Pavía, con el estandarte arrollado y la banda de trompetas. El cortejo llegó a la estación del Norte. Colocándose el féretro en el vestíbulo, donde se rezó un responso. Después se llevó la caja mortuoria al furgón del tren expreso que salió en dirección a Francia. Entonces se repitieron las salvas, haciéndose una descarga general. Los regimientos no desfilaron al galope para evitar desgracias por la aglomeración de coches.
Marcharon a Francia acompañando el cadáver el duque de Alba, Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, y sus allegados. Se calcula que la fortuna que dejó la Emperatriz Eugenia pasó de dos millones de libras esterlinas, más otra fortuna en alhajas, algunas de elevado valor. Eugenia de Montijo era hermana de María Francisca Portocarrero Palafox (1825-1860), cuatro veces grande de España, por sus títulos de XII duquesa de Peñaranda de Duero, XVIII condesa de Miranda del Castañar, IX condesa de Montijo y Baños, que contrajo matrimonio con Jacobo Fitz-James Stuart y Ventimiglia, XV duque de Alba. Francisca y Eugenia eran hijas del VIII con de Montijo, don Cipriano Portocarrero y Palafox (1784-1839) y María Manuela Kirkpatrick de Closeburn. La Emperatriz Eugenia de Montijo pasaba temporadas en los palacios de Liria (Madrid) y Dueñas (Sevilla) debido a la vinculación que tenía con la Casa de Alba. En la primavera de 1920, Eugenia de Montijo visitó por última vez Las Dueñas, acompañada de su ahijada, la reina Victoria Eugenia, esposa de Alfonso XIII.