POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Les cuento: Regresábamos de Madrid a Asturias un Consejero del Gobierno asturiano con su esposa (él oriundo de Colunga y buen amigo mío) y mi mujer y yo. Nos «alcanzó» la hora de comer en las cercanías de Benavente y dijo nuestro amigo: «¿Os parece que comamos en Benavente, en EL VENTORRILLO, que es un restaurante encantador y muy «singular»?
Y allá fuimos.
Nos atendió la dueña, Isabel, cuyo primer saludo al entrar y ver al Consejero, al que conocía como cliente, le espetó -sonriendo- esta advertencia: «¡A usted no le sirvo de comer porque hace unos días le vi en televisión junto a Alfonso Guerra. A los demás, sí les atenderé con mucho gusto!».
Ni qué decir tiene que la comida que nos ofreció fue realmente «singular: huevos fritos («1 por comensal, porque los huevos son de casa y tengo muchos clientes») con patatas fritas y chorizo («medio por comensal, porque los hacemos en casa y tengo muchos clientes»), callos extraordinarios y un conejo de monte guisado como pocas veces lo comí tan bueno («aquí viene el Sr. Calvo Sotelo a comerlo, que ese no es socialista»).
Un vino «Colegiata de Toro», de Bodegas Fariña, puso el broche de oro a una comita tan tradicional y tan exquisita.
Y todo ello complementado con una sonrisa entre picardiosa y sincera que regalaba cariño y gratitud de «empresaria que conoce bien el negocio».
Han pasado más de 20 años de esto que les cuento y, ¡qué cosas tenemos los viejos!, recordando ayer este «sucedido» se me ocurrió investigar si aún existe tal establecimiento. No, ya cerró sus puertas hace muchos años. Pero su dueña, ISABE, ya viuda y con 95 años, aún sigue con la misma vitalidad, humor y amabilidad, que tenía cuando nos atendió aquel día.
Hablamos de su marido y de su hija María Isabel, ya fallecidos; de su hijo Luciano y de su nuera con quienes vive; del director del hotel Conde Ansúrez, de Valladolid, quien, como Calvo Sotelo, venía al restaurante para disfrutar con los guisos de conejo de monte.
¿Me creen si les digo que hablando ayer con esta mujer me emocionó el comprobar su vitalidad, su simpatía, su «dar la cara» a la vida, su «·saberse querida y recordada » por quienes fueron clientes de EL VENTORRILLO?
Otro de mis recuerdos zamoranos -y tengo muchas para contar- son las «entradas de MELÓN CON JAMÓN» que ofrecían en el «menú del día» en el BAR LISBOA, un restaurante situado en el Paseo de Santa Clara, en la ciudad de Zamora. Menú que en su día -hablo del año 1963- se ofrecía al precio de 25 pesetas /comensal. (15 céntimos de euro actual).
Era yo Alférez del Arma de Ingenieros de Transmisiones y Profesor Auxiliar en el Campamento de IPS de Monte la Reina. Los sábados y domingos era «visita obligada» al citado restaurante zamorano.
¡Qué delicia y qué frescura de melón -es de Segovia, me decían- y de jamón, zamorano, zamorano!
Dicen los entendidos en esto de la historia gastronómica que los melones tienen origen africano o indio; cosa que yo, que soy de Colunga, ignoro por completo. Como también ignoro «el arte» de distinguir si un melón es «como debe ser»: dulce y aromático, o si sale «apepinado».
Por lo visto, el aroma se detecta facilmente oliéndole «el rabo» («el melón bueno y maduro se nota oliéndole el culo», dice el refrán). Otros aseguran que ha de ser pesado («el melón, el cardo y el queso, al peso», añade el refranero); y la mayoría opinamos que «tou ye cuestión de suerte».
Y si como aconsejaban los viejos: » en diciendo melón, la tajada en boca», hemos preparado para combatir «la caló» una fuentina de «taquinos de melón fresquín» con jamón, que es pura tentación.
El melón era «conejero»; es decir, de Villaconejos, que es municipio madrileño; y el jamón, ¡qué les voy a contar!, asturiano de Tineo.
¡Vaya! Para que se vea que «algo» puede ensamblar a Madrid con Asturias sin miedo al virus maligno.