POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Situémonos en 1919. Aún estaba en la memoria de las gentes de Orihuela la pasada epidemia de gripe del año anterior y, por si a alguien se le había olvidado, un anuncio que se publicaba en El Conquistador venía a recordarla. El anuncio en cuestión era del milagroso Líquido Riquelme que martirizaba a todos aquellos que se habían visto afectados por la caída del cabello, y no dudaba en reflejar en letras de molde que dicha epidemia había dejado a muchas personas sin pelo y que con el producto del anuncio se curaba «radicalmente toda clase de calvicie», empleando un frasco de dicho líquido que costaba siete pesetas.
Nos encontramos con ese recuerdo en el mes de abril de hace cien años, cuando ya la Semana Santa había pasado y en el Domingo de Pascua, las familias preparaban el cesto de merienda para, en la tarde, desplazarse hasta el Seminario, donde dar cuenta de la suculenta «mona», bailar y jugar, después de recorrer el serpenteante trayecto hasta su explanada y buscar en los alrededores el abrigo de la peña o la sombra bajo algún árbol. Mientras, algunos como los aficionados taurinos, tal como se anunciaba acudían a nuestra Plaza de Toros a presenciar una novillada. Para otros, sin embargo, era el momento de echar cuentas y efectuar un balance de cómo se habían desarrollado las procesiones de Semana Santa, en las que gracias a las aportaciones de personas particulares, familias o instituciones se había superado el adorno de muchos de los pasos que desfilaban el Martes, Miércoles y Viernes Santos.
El primero de esos día de la mano de Ramón Montero Mesples, el paso de la Caída como novedad iba precedido por una orquesta dirigida por Adolfo Moreno, acompañando a un grupo de cantores, entre los que se encontraba el tenor oriolano Ignacio Genovés, que interpretó en el recorrido de la procesión las Cántigas de Alfonso X el Sabio. Como era costumbre, no faltó la marcialidad de la tropa romana que, no sin dificultades, sufragaba el señor Montero.
En la tarde del Miércoles y desde la iglesia de Santa Ana de los franciscanos, salía la procesión de las «efigies» organizada por la V.O.T., en la que el principal protagonismo lo tenía Nuestro Padre Jesús Nazareno. La V.O.T. con sus escasos fondos poco podía hacer, siendo los particulares los que echaban el resto. Así, el paso de la Cena lo tuteló la Cámara de Comercio e Industria de Orihuela; la Samaritana, Josefa Paredes; la Oración en el Huerto, Julián Botella; los Azotes, Dolores Amézua, viuda de Bonafós; la Agonía, la condesa de Cheles; el Descendimiento, Ana Cano Manuel.
La noche del Miércoles Santo, desde la ermita del Pilar en el Barrio Nuevo salía la procesión, en la que la obra del imaginero Francisco Salzillo estaba presente. En ese año, Federico Linares se encargó del paso del Prendimiento, cuyos nazarenos desfilaron con luces eléctricas; Andrés Pescetto se ocupó del Lavatorio que iba iluminado con luces de acetileno; los herederos de José Juan Hernández hicieron lo propio con el Ecce Homo; los hermanos José María y Ascensio García Mercader aportaron nuevas vestas de terciopelo para los nazarenos del paso de San Pedro Arrepentido.
La procesión del Viernes Santo de madrugada que organizaba la V.O.T. de San Francisco, presentó como novedad, tras el paso del Descendimiento, el estreno de una marcha fúnebre original del cartero de San Bartolomé, Andrés Tomás, interpretada por la Banda Municipal de Música. La tarde de ese día, y organizada de inmemorial por el Excelentísimo Ayuntamiento se efectuó la procesión del Santo Entierro de Cristo, que estuvo encabezada por el Caballero Portaestandarte o Caballero Cubierto, Andrés Pescetto Román, y en la que destacó el numeroso acompañamiento de alumbrantes y de miembros de la Corporación Municipal. De esta forma se hacía balance de la pasada Semana Santa de hace una centuria, y sólo quedaba que el disfrute en ese primer día de Pascua de Resurrección estuviera acompañado por el buen tiempo, poniendo la vista en la próxima celebración de la festividad del dominico San Vicente Ferrer, en la que sería llevado en procesión la comunión a los enfermos y presos de la cárcel.