POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS
La preocupación por el medio ambiente ha llegado para quedarse tras tantos años de negligencia y olvido.
Hace casi cincuenta años -en la Cumbre de la Tierra en Estocolmo- el gobierno brasileño declaraba que la peor fuente de contaminación era la pobreza; “que nos contaminen con tal de que nos empleen”, dijeron.
Pues eso parece que siguen pensando los gobiernos de algunos países, grandes y pequeños, porque en la necedad no hay tamaños.
Demostrado está una y mil veces que el ser humano es el único capaz de tropezar dos veces en la misma piedra, y cogerla luego y tirarla contra su propio tejado.
Todas las reuniones internacionales sobre cambio climático concluyen con pomposas declaraciones que -la mayor parte de las veces- acaban siendo arrojadas a la basura de la memoria.
Algunos países arriesgan, la mayor parte no hacen nada para mejorar la situación, mientras otros esperan que los demás se pongan en marcha.
Europa siempre fue el continente vanguardista en esta cuestión, algunas veces actuando un poco de farol, mientras aquellos países que expoliaron, se instalaron a sangre y fuego e impusieron vidas artificiales en los mayores santuarios naturales, ahora que le ven las orejas al lobo exigen en nombre de la Humanidad respeto para el entorno que dejaron.
Las multinacionales van a lo suyo y a muy pocas les han interesado los ecosistemas…todos tienen razones; nadie tiene razón.
El lema de no pocos humanos es “lo ajeno es de todos, pero lo mío es mío” y, así, la casa común se va a pique sin remedio.
Se habla mucho estos días de un nuevo orden internacional en la aldea global que habitamos, pero el inicio de otra época tenía que haber comenzado hace bastante tiempo.
El estilo de vida que nos hemos dado ha comenzado a pasarnos factura, nos queda la esperanza de buena parte de la juventud que -con su crítica negativa a tantos sistemas políticos, económicos, sociales y culturales- se manifiesta ya con un comportamiento crítico ante lo que le rodea y ante sí misma, haciendo patente consciencia de tantos errores y egoísmos como denuncia.
En este caso concreto del cambio climático -ya a las puertas de cada casa- no se puede seguir con la costumbre de continuar con lo establecido, por pereza, por miedo al cambio, por intereses la mayor parte de las veces.
Hemos desarrollado la capacidad de creer que vivimos en un tablero de ajedrez donde nuestros valores siempre ganan la partida, dando por hecho que estamos por encima del entorno, del medio ambiente, hasta que las fuerzas de la Naturaleza ya muestran claras señales de un futuro irreversible, pero cuando lleguemos al borde de los acontecimientos extremos ya no habrá objeciones ni remedios efectivos.
Todos somos culpables de no dar valor a lo más elemental, hablamos de otras cosas, poseemos la tierra satisfechos sin sentir que nos está gritando, exigiendo, denunciando nuestra actitud.
Con tan sólo diez justos se habría salvado la Pentápolis; no se encontraron tantos. Pero no perdamos totalmente la esperanza en el género humano, mientras conmemoramos -como cada diciembre- esa Navidad que cada uno debe decidir recrear como reflejo de sus valores, tradiciones, deseos y cultura. Una Navidad que puede no coincidir con la que celebra una parte del mundo autocomplacido y gestero.
Es Navidad -un año más- pero los niños que nazcan a partir de ahora puede que tampoco encuentren sitio en la ´posada´, porque el mundo que les dejaremos será cada vez más incómodo, menos habitable.
(Este artículo lo publico hoy en los 42.000 ejemplares de “El Fielato-El Nora”)