POR JOSÉ ANTONIO MELGARES GUERRERO, CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA
En nuestros días la fecha del 7 de octubre pasa desapercibida para la inmensa mayoría de la población. Sólo en las localidades que tienen por patrona a la Virgen del Rosario (caso de Bullas, La Unión, Santomera y otras) celebran la fecha como festiva y muchas damas de este nombre lo celebran particular o familiarmente. Sin embargo, la fecha del 7 de octubre fue durante siglos la equivalente a lo que hoy es la Fiesta Nacional Española (en la actualidad el 12 de octubre), en la que se conmemoraba la célebre Victoria de Lepanto en que las tropas españolas, junto a los Estados Pontificios y Venecia, todas ellas dirigidas por D. Juan de Austria en lo que se denominó la Liga Santa, vencieron a los turcos en Lepanto en tal fecha como la mencionada de 1571, acabando así con la amenaza turca en el Mediterráneo que había creado gran inestabilidad, inseguridad y violencia en la zona durante muchos años. En aquella batalla tomó parte, y perdió su brazo izquierdo un soldado de veinticuatro años, de nombre Miguel de Cervantes Saavedra, quien no dudó en calificar la misma como la más grande ocasión que vieron los siglos.
La coincidencia de la victoria española con la festividad popular de la Virgen del Rosario, que los frailes dominicos habían popularizado desde la Edad Media, hizo pensar en la mediación divina de la Virgen María a favor de la causa cristiana, lo que tuvo su repercusión religiosa desde entonces y durante varios siglos. El papa Gregorio XIII estableció la fiesta de la Virgen del Rosario dos años después, en 1573, a celebrar el primer domingo de octubre y, cien años después en 1671, Clemente X, a instancias de la reina española Mariana de Austria, la extendió a toda la cristiandad.
A partir de entonces muchos pueblos y ciudades españolas tomaron por patrona a la Virgen del Rosario. Se erigieron cofradías marianas bajo esta advocación y la de Murcia, con sede en Santo Domingo desde 1537, incluso llegó a proponer al obispo Mariano Barrio la declaración de la Virgen del Rosario como patrona de la capital a mitad del S. XIX (en un tiempo en que no había una única patrona sino que, como afirma el investigador M. Muñoz Zielinski, simultaneaban el patronazgo Ntra. Sra. de La Arrixaca, la Inmaculada Concepción, S. Marcos, S. Antonio, San Patricio y Ntra Sra. del Pilar, hasta que prevaleció el patronazgo principal de la Virgen de la Fuensanta en la segunda mitad del S. XIX, por razones que no vienen al caso en este momento).
Entre otros actos a destacar, durante las fiestas anuales que la cofradía del Rosario dedicaba a su titular, en las que participaba el Ayuntamiento y el pueblo masivamente, cabe destacar la exhibición pública, durante todo el día 7 de octubre, de un gran cuadro en el que se representaba la Batalla de Lepanto, a las puertas de la iglesia de Sto. Domingo, cuadro que figuraba en la procesión vespertina de la Virgen celebrada ese día. El cuadro, de grandes dimensiones, que aún hoy día se conserva en el templo mencionado no es el primitivo, sino que, con el tiempo sustituyó a otros dos anteriores. Inicialmente hubo uno, pintado en tabla, que la cofradía pedía prestado anualmente, para hacer la fiesta, a no sabemos quien, al que siguió otro, pintado en lienzo por Jerónimo Ballesteros en 1603, el cual, tras muchos años exponiéndose al sol y a las inclemencias del tiempo en las fechas otoñales de octubre en que suele llover, además del poco cuidado que las gentes le prestaban, y estando en estado deplorable, fue sustituido por otro gran lienzo (el actual) obra de Juan de Toledo y Mateo Gilarte en 1663, que es el que se conserva en el interior del templo de Sto. Domingo, habiendo sido restaurado recientemente
La actividad de la cofradía decayó, como sucedió con la inmensa mayoría de ellas, en los años que siguieron a la Desamortización del ministro Mendizábal, decretada en 1835. Seguramente sería entonces cuando dejó de exhibirse el gran cuadro de la Batalla de Lepanto a las puertas del templo de Santo Domingo y cuando el culto a la Virgen del Rosario pasó a la vecina iglesia conventual de Las Anas. Actualmente aquella vieja cofradía, convertida en archicofradía (por su antigüedad), prosigue su actividad en moderna singladura que, sin embargo mantiene el antiguo Voto de la Ciudad y la procesión, habiéndose despojado de obsoletas prácticas, de alto valor antropológico de las que en otra ocasión me ocuparé.
Fuente: Diario LA OPINIÓN. Murcia, 7 de octubre de 2013