POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
Desde las llanuras de las Vegas Bajas del Guadiana viajo buscando lomas y cerros, besanas y barbechos. Olivares, viñedos, encinas y alcornocales. Observo y retengo estos nombres: Castillejo, Coscoja, Buenavista, Tiendas, Garbancillo, Utrera, Hoyones, Morales, Dehesilla y las Llanas. Cortijos blancos entre palmeras donde revolotean y juegan los pájaros. Otros caídos, en ruinas. Desde La Nava de Santiago a Cordobilla de Lácara la tierra se puebla de olivares. Tierra de aceite, circundada por las aguas de los arroyos del Corcho y del Lugar. Hay miles y miles de olivos.
Cuentan que Plinio alabó las aceitunas enseradas de la colonia romana emeritense, calificándolas de muy dulces, como si fueran uvas pasas, porque el aceite es oro líquido y referente de nuestra dieta mediterránea. Madre y maestra de nuestra cocina. Su importancia traspasa todos los límites. Basta citar que los sacerdotes consagran pan y vino sacado del trigo y la uva, pero el aceite, que es palabra mayor, se reserva a las manos de los obispos, que la convierten en aceite de santos óleos.