POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Cuando en el lenguaje de los gestos un orador o ponente, ante una pregunta comprometida la recibe con los brazos cruzados se interpreta o identifica como señal de defensa, simulando con ello protección de órganos vitales como el corazón y los pulmones. El gesto en la conducta de salvaguarda es muy diferente, a veces como aspaviento se acompaña con voces elevadas y con una mirada agresiva, de lo que podríamos hablar mucho en algunos politicastros, que además con ello pretenden agraviar e insultar, aunque no lo logren, por aquello que no ofende quien quiere, sino quien puede.
La actitud defensiva la adoptamos muchas veces en la vida, y conocemos hechos heroicos individuales y colectivos a lo largo de la Historia. Sin ir más lejos pongamos los ojos en el ardid de Teodomiro ante Ab el Azis, hijo de Muza en las puertas de la entonces Aurariola, que por cierto este año se conmemora el 1.300 aniversario del pacto de Orihuela suscrito entre ambos guerreros. Astucia defensiva, al tener el godo su ejército diezmado e idear la artimaña de situar en lo alto de la muralla a las mujeres vestidas con ropas masculinas, situándoles los cabellos por la cara a modo de barbas y armándolas con cañas, para así intimidar al contrario. Heroicidad la de los valientes Daoíz y Velarde, y la de Agustina en Zaragoza contra los franceses.
Hay una película, `El Álamo´, de aquellas que triunfaron en los primeros años sesenta del siglo pasado y nominada a varios Oscar, aunque la recaudación no fue muy buena, y que pudimos disfrutarla en la parte alta del Salón Novedades en nuestra juventud. En ella, dirigida e interpretada por John Wayne como David Crockett, un numeroso grupo de tejanos que deseaban independizarse de Méjico, son cercados en El Álamo, cerca de San Antonio, resistiendo valientemente un asedio por parte del ejército mejicano al mando de general Santa Anna, hasta ser aniquilados totalmente. Pero, el nombre de este film, viene como topónimo de dicho lugar, y probablemente otorgado por la existencia de algún ejemplar de la familia de las salicáceas en aquella tierra. Sin embargo, de lo que vamos a tratar, es con respecto a uno de éstos que hubo en nuestra ciudad, y que no pudo defenderse, pues desde el primer momento estaba predestinado a ser talado, teniendo su madera debidamente troceada un fin incierto.
El 13 de enero de 1734, se estaba construyendo la capilla «al cavo» o al final de la calle de San Juan, para entronizar en ella una imagen de Nuestra señora del Remedio. Advocación que los vecinos de dicha calle tenían presente desde antiguo, tal como apunta Ernesto Gisbert y Ballesteros que data en 1699, la edificación de un arco y capilla dedicada a la misma, indicando además que fue renovada en 1765. Sin embargo, los datos que aportamos sobre la obra a que nos referimos son de treinta y un años antes de esta última fecha. Asimismo, este autor, al referirse a la devoción de los vecinos a la Virgen del remedio indica que, en 1613, los labradores Salvador Huertas y Antonia Parres, entronizaron un lienzo de la imagen frente al callejón de Reales, junto a la calle de Cantareros. Lienzo éste que fue sustituido 142 años después por otro, sorteándose el primitivo, correspondiéndole al tendero Tomás Orgilés.
Regresando a la fecha indicada de 13 de enero de 1734, el Consejo vio un memorial del presbítero Antonio Bravo, en el cual daba cuenta de las obras que se estaban ejecutando, «sobre la escorrata» y que se veían entorpecidas por la existencia de un álamo próximo. Ante ello, pedía permiso para talarlo y con lo recaudado por la venta de su madera, se destinase para financiar las obras de la capilla. En Consejo facultó a Francisco de Malla para que comprobase dicho extremo, a la vez que Francisco Ximénez apoyó la acción depredadora, pues aparte de ayudar con este óbolo a la construcción de la citada capilla, se lograría «la `ermosura´ y desaoga de aquella Barrera». Tres días después, de nuevo en cabildo, José de Rocafull informó que regresando la tarde anterior a Orihuela, accedió a la ciudad por dicho lugar y comprobó las obras que se estaban realizando de la «capilla para colocar a Nuestra Señora de los Remedios sobre el puente de la escorrata con una bóveda muy capaz para el tránsito de personas y carruajes», y que, era cierta la necesidad de cortar el álamo.
Ante esta información, se acordó sacrificarlo. Pero, se suscitó qué destino debía darse a lo recaudado con la venta de la madera, pues por un lado, los regidores Ramón de Malla y de la Torre, Antonio Pérez de Meca, Francisco Ximénez y Miguel Cavanes fueron de la opinión de que el importe obtenido se destinase a replantar las alamedas. El resto de regidores, José Rocafull, Juan Francisco Viudes, José Maseres López y Miguel Azor, propusieron que se destinara a las obras de la capilla. Al producirse un empate en los votos, decidió el del alcalde mayor, José Antonio González, que era abogado de los Reales Consejos y teniente de corregidor, el cual se decantó por la primera de las propuestas, encargándose de las gestiones a tal efecto al señor Cavanes.
El álamo desapareció, pero su legado fue el favorecer las alamedas oriolanas y dejar expedita la ejecución de la capilla de Nuestra Señora del Remedio de la calle San Juan, hermoseando el lugar. Poca valentía tuvo que demostrar el árbol, pues, por mucho que se pudiera resistir, desde el primer momento estaba condenado a ser talado.
Fuente: http://www.laverdad.es/