UN OFICIO EN SANTA ELENA DE JAMUZ (LEÓN) CUYO TESTIMONIO MÁS ANTIGUO DATA DEL SIGLO XVI, EXPLICA EL CRONISTA OFICIAL DE SANTA ELENA DE JAMUZ, PORFIRIO GORDÓN
«Oficio noble y bizarro, entre todos el primero; pues en la industria del barro, Dios fue el primer alfarero y el hombre el primer cacharro». Así dice un dicho popular de Jiménez de Jamuz que ha ido pasando de boca en boca y de generación en generación y que, además, es una de las primeras cosas que se encuentran los visitantes del Alfar-Museo en un panel antes de cruzar sus puertas. Un museo que busca recuperar las tradiciones propias de Jiménez como pueblo de alfareros y promover y potenciar el desarrollo turístico de la zona; tarea que el próximo 4 de noviembre llevará haciendo desde hace 25 años.
Un oficio alfarero en la localidad jiminiega del que apenas existe documentación, pero cuyo testimonio más antiguo data del siglo XVI. «Se trata de una escritura de obligación firmada ante el escribano de La Bañeza Antonio Escudero por la que un jiminiego llamado Bartolomé Santos se obliga el 19 de diciembre de 1585 a pagar a otro vecino del mismo pueblo, Tirso Guerra, 275 reales por 550 botijones de barro colorado cocidos. Promete pagárselos (por eso redactan el documento) para San Juan de junio del año venidero», explica el cronista oficial de Santa Elena de Jamuz, Porfirio Gordón.
No obstante, el ‘boom’ de la alfarería de Jiménez de Jamuz llegaría años más tarde, a principios del siglo XX, saliendo desde la localidad una ingente variedad de cacharros, con formas y características peculiares según el lugar al que iban destinados: cántaros de ala, boinas y ollas para Galicia, Benavente y para la comarca de Alcañices; nateras para la montaña leonesa; platos cabreireses o tazas catalanas; entre otras muchas creaciones a base de barro. Dada la alta demanda de cacharros, por aquel entonces se llegaron a congregar en el pueblo cerca de 160 maestros alfareros, aunque esa intensa actividad fue decreciendo con el paso del tiempo quedando en 1980 solamente doce alfares y, hoy en día, cuatro, además del Alfar-Museo.
Fue esa decadencia progresiva en el tiempo del número de alfares, la que provocó la creación de dicho museo con el propósito de intentar mantener y potenciar las viejas técnicas y formas que dieron esplendor a la alfarería jiminiega, así como para dar a conocer esta actividad artesanal como atractivo turístico para la localidad. En ello tuvo mucho que ver la incansable etnógrafa leonesa Concha Casado —en aquella época presidenta del Consejo Asesor de Cultura—, que puso todo su empeño en crear este museo para que los cacharros de barro —que hasta impresionaron a Antonio Gaudí hasta el punto de utilizarlos para decorar el Palacio Episcopal de Astorga— fueran la seña de identidad de Jiménez de Jamuz: como así son.
Tras ocho años de arduo trabajo, fruto del acuerdo de colaboración entre la Diputación de León y el Ayuntamiento de Santa Elena de Jamuz, el 4 de noviembre de 1994 fue la fecha en la que el Alfar-Museo se pudo vislumbrar como una realidad con el maestro alfarero, Martín Cordero, al mando. Un día en el que los vecinos de Jiménez pudieron contemplar como cientos de años de tradición, de sabiduría y de trabajo a base de arcilla, el torno y el fuego quedaban perpetuados en el Alfar-Museo.
Un museo dedicado a la alfarería jiminiega que fue inaugurado por el aquel entonces presidente de la Diputación, Agustín Turiel, el alcalde de Santa Elena de Jamuz, Valentín González, junto a Concha Casado por ser la gran artífice del mismo, que durante el acto aseguró que «el arte del alfar se valora muy poco y esto es un profundo error. Estoy segura que dándolo a conocer este sentimiento cambiará». Un centro que fue rehabilitado —respetando la arquitectura popular de adobe— por la institución provincial por 15 millones de pesetas (90.151,82 euros) después de que fuera comprado por el Ayuntamiento de la localidad.
Desde esa fecha, el maestro alfarero Martín Cordero, con toda una vida de experiencia dando forma al barro y conocedor de las más viejas técnicas, sacó adelante el Alfar-Museo, descubriendo a cada visitante cada detalle del proceso de modelado, cocción y decoración de los cacharros. Asimismo, se encargó de transmitir sus conocimientos en el oficio a sus cuatros aprendices, siendo el último, Jaime Argüello, el que ocupa en la actualidad el puesto de maestro alfarero del Alfar-Museo desde el fallecimiento de Cordero en 2007.
Un museo que anualmente recibe en torno a 3.500 y 4.000 visitas y que, año tras a año, ha seguido conservando su esencia hasta alcanzar un cuarto de siglo como lo hará el próximo 4 de noviembre. «Este 25 aniversario supone un broche al trabajo hecho hasta el día de hoy y un punto y aparte para dar continuidad al museo», asevera Argüello. Al respecto, apunta que «lo difícil no es que evolucione, lo difícil es que se conserve y se mantenga. El objetivo del museo es conservar el modo de trabajo ancestral, sacando la arcilla pico y pala de los barreros del pueblo, trabajando en el torno de pie y manteniendo el horno árabe que es el único que queda en el pueblo en funcionamiento».
Un Alfar-Museo que soplará las velas de su 25 aniversario el próximo lunes, 4 de noviembre, con un acto conmemorativo en el propio museo que contará con la presencia del presidente de la Diputación, Eduardo Morán, entre otras autoridades, para festejar y poner en valor la singularidad de los cacharros jiminiegos.
Fuente: https://www.diariodeleon.es/ – ALEJANDRO RODRÍGUEZ