POR FELICIANO CORREA, CRONISTA DE JEREZ DE LOS CABALLEROS (BADAJOZ)
Incorporamos en este número la reseña de tres libros recientes “El Alma de la ciudad”, “Almas del nueve largo” y “El alma está en el cerebro”.
Tal cuestión, la del alma, ha ocupado espacio siempre en la indagación de los científicos y de los teólogos y, aun hoy, con un mayor saber sobre la naturaleza humana, las hipótesis siguen circulando.
Todos coinciden en que esas facultades superiores del ser humano, ese sesgo creador, ese soplo difícilmente descifrable en toda su extensión, hace posible que seamos portadores de ideas, que tengamos capacidad de análisis y que emitamos juicios con fundamentos de razón. y he aquí que en ningún lugar puede apreciarse esa exhibición anímica tanto en esta obra humana que son los libros. Los libros verdaderos, es decir, los verdaderos libros, esos que conmueven, arrebatan y nos transforman, son expresivos de que el alma del autor está en ellos. Si el escritor es tal, entonces pone el alma en las palabras, viaja él mismo en las palabras. Así que cuando leemos esa escritura trabajada y auténtica, uno olvida la escultura de las ideas que son las letras y vemos los prados, olemos el viejo horno de pan, sentimos el quebranto del hombre en sus trances fatales o nos insufla de esperanza y nos asalta –por la insinuación certera bien expresada en letra-, una sutil invitación a soñar. Estamos en esos momentos ante el escritor pleno, libre, arrojado y arriesgado que n su pureza literaria es capaz de hacer reír, de hacer llorar. Vemos entonces que el autor ha prestado el alma a su pluma que es el gotero por el que se cuela el glucosalino que mantiene el latido vivo de los párrafos.
El alma está en las palabras, el alma está en los libros. Tal vez no haya sido posible localizarla en parte alguna de nuestra anatomía, pero sí la captamos cuando se explaya literariamente un gran autor. Su percepción es algo mágico, pero se releva y se evidencia al leer.
Se capta así, cómo el papel manchado con esos signos convencionales que son las letras, sirven para resucitar del tedio y despertarnos a la percepción sublime del espíritu que el autor nos transmite.
Así que las letras y el papel encuadernado no son de otra cosa que el vehículo donde viaja el alma. Dentro de esa envoltura trabajada por el impresor se encierra el mismo mensaje vivo que sintió el escritor antes de escribir, y es que ahí está el tesoro escondido del alma del autor. Él la ha regalado sin poder evitarlo cuando se ejercitaba en la hermosa e inigualable tarea de escribir.
Fuente: Revista “VITELA”, número 10, septiembre de 2007