POR JUAN JOSÉ LAFORET HERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA (LAS PALMAS)
Uno de los grandes personajes canarios del siglo XIX fue sin duda el distinguido y laureado almirante Juan Bautista Antequera y Bobadilla, del que ahora se debe conmemorar (…) el 200 aniversario de su nacimiento».
El que fuera Cronista Oficial de Las Palmas de Gran Canaria, Carlos Navarro Ruiz, al reflexionar sobre la nominación de calles y plazas de la ciudad, sugería como en muchísimas ocasiones se incluye «a los que no cuentan con méritos suficientes, olvidando a quienes los poseen con exceso». Y esto es algo que también ocurre en el ámbito de las conmemoraciones de aniversarios, así como de otros tipos de justas y meritorias celebraciones. Si se tiene en cuenta que, según ya propuso Aristóteles, la memoria es el notario del alma, comprobamos, en más ocasiones de lo debido, que la memoria ciudadana por estas islas no fluye con la justicia e imparcialidad que debiera hacia el recuerdo de personajes oriundos de estas islas, merecedores no ya de distinciones o galardones, sino de un mero reconocimiento que trajera a la actualidad vidas que reúnen más que notables servicios, con los que Canarias en particular, y España en general, se siguen honrando pese al tiempo tan largo discurrido desde su nacimiento, o fallecimiento.
Uno de los grandes personajes canarios del siglo XIX fue sin duda el distinguido y laureado almirante Juan Bautista Antequera y Bobadilla, del que ahora se debe conmemorar, con notable y honorable sentido de la memoria histórica, el doscientos aniversario de su nacimiento en Tenerife un 11 de junio de 1823 (según fecha recogida por la Real Academia de la Historia, así como en su hoja de servicios de la Armada, pues otras fuentes señalan el 1 de junio de 1823, e incluso el 11 de julio de 1824), pese a que, hasta el momento, no se ha oído hablar nada de este asunto ineludible para la historia isleña, o, al menos, no se ha escuchado con la amplitud que merece este ilustre marino, que llegó a ocupar la cartera ministerial de Marina, en el gobierno de Cánovas del Castillo, en el primer Gobierno de la Restauración, que fue senador vitalicio del reino, que mereció el título nobiliario de Conde de Santa Pola y que estuvo al mando del primer navío blindado que dio la vuelta al mundo, la inolvidable fragata ‘Numancia’; buque que en 1905 estuvo en el Puerto de La Luz, en la visita que ese año hizo a las islas el entonces ministro de marina Eduardo Cobián y Roffignac, para preparar el viaje que realizaría al archipiélago al año siguiente el rey Alfonso XIII.
Hijo de Juan Bautista Antequera y García, Intendente de Canarias entre 1820 y 1827, y oriundo de Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, que ostentó el cargo de Comisario Regio para la aclimatación de la cochinilla en Canarias, y de María del Rosario Bobadilla y Peri, hija del Brigadier de la Armada Fidel de Bobadilla y Eslava, ingresó como guardiamarina en Cádiz el 29 de octubre de 1838.
Tras pasar rigurosos exámenes, que supero con brillantez, fue destinado al Arsenal de La Carraca, pudiendo efectuar sus primeros embarques con motivo de la Guerra Carlista, en la que, por su conducta, mereció ser recompensado con la Cruz de Diadema Real de Marina, siendo guardiamarina de segunda.
Poco después, apenas cumplido los veinte años, en 1843, participó en combates con motivo de los sitios de las plazas sublevadas de Cartagena y Alicante, con una destacada acción que le hizo acreedor de la Cruz Laureada de San Fernando de primera clase.
Añádase a todo ello que, desde joven, tuvo buenos conocimientos de las técnicas de construcción naval, por lo que pronto se le encargó que estuviera al frente de la construcción de buques, como es el caso de la corbeta ‘Venus’.
Muchas páginas se requerirían para exponer, con la minuciosidad necesaria, una vida plagada de grandes servicios, de curiosas iniciativas, de viajes por todos los mares, de nombramientos como el de Comandante General del Apostadero de Filipinas, o el de Comandante General de la Escuadra de Instrucción, lo que le permitió enarbolar su insignia en un buque muy conocido y querido por él, la fragata ‘Numancia’, que mereció otras condecoraciones y reconocimientos como la Gran Cruz de Isabel la Católica o la Gran Cruz del Mérito Naval , que fue Consejero de Estado y Consejero del Supremo de Marina, y poco después, el 18 de enero de 1884, Ministro de Marina por segunda vez, puestos desde los que contribuyó decisivamente a la aspiración general de contar con unas fuerzas navales poderosas y bien organizadas. Dentro de su amplio proyecto de construir seis acorazados de primera clase, seis de segunda, dos cruceros blindados, junto a otros de características técnicas inferiores, se construye el acorazado ‘Pelayo’, al tiempo que promueve la ‘Colección Legislativa’ de Marina, la ‘Revista de Marina’ o el ‘Código de señales’, y se establecen los denominados «semáforos marinos».
Sin embargo, las disensiones políticas impiden que lleve adelante un plan que hubiera transformado por completo la Armada Española de aquella época, pero no fue cortapisa para que pudiera ver como se construían algunos como el ‘Infanta Isabel’, el primer buque de gran calado totalmente de hierro fabricado en astilleros españoles, o que asista a la propuesta de construcción de un submarino por Isaac Peral.
En 1885 asciende a Vicealmirante, y tras dejar la cartera de Ministro actúa como senador vitalicio con importantes intervenciones parlamentarias, en las que llega a señalar que estimaba como «mucho más patriótico que las oposiciones, en vez de ser sistemáticas en oponer dificultades, se unieran a la mayoría, como sucede en Inglaterra, cuando se trata del engrandecimiento de la Patria».
Sin embargo, tras 52 años de servicio a la Armada y a su país, con la salud muy quebrada, sin lograrse recuperar bien de viejas heridas y dolencias, retirado para descansar en Alhama, Murcia, falleció, a los 67 años, el 16 de mayo de 1890. Desaparecía así un extraordinario militar y marino, considerado héroe de la célebre batalla de El Callao, cuyos restos hoy descansan, en un hermoso mausoleo, en el Panteón de Marinos Ilustres en la gaditana población de San Fernando.
Sin duda, recordar y rememorar la vida y la obra del almirante Antequera y Bobadilla es parte del gran honor que debe darse a quienes como él han contribuido al engrandecimiento de su país, al bien general con sus iniciativas y se han distinguido por sus servicios y méritos, lo que también engrandece y distingue a su tierra natal isleña en este 200 aniversario de su nacimiento.
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