Si a últimos del mes de marzo o primeros de abril de cualquier año miramos con detenimiento desde una zona despejada al sureste del pueblo, pronto notaríamos que en todo lo alto de un cerro entre los de Morrión y Relaño, a la izquierda de la ermita de la Estrella y a la derecha de la casería El Francés, se eleva con notoria majestad sobre los campos de olivares un árbol grande y frondoso. Tiene en esta época del año que lo visito, cubiertas sus ramas por unas apretadas espigas de flores semidobles de color magenta estando todavía en capullo y que al abrir toman el color de rosa pálido, lo que ocurre en la primavera, antes de la aparición de las hojas, ostentando entonces un atractivo y especial color que se entremezcla con el verde de las hojas.
El árbol se halla sirviendo de medianería entre las fincas de olivar de las propiedades de Garabato y Vázquez, y hace unos años fue objeto del desinterés reinante por los símbolos tradicionales en el pueblo, sufriendo el árbol un corte intencionado a raíz de las almendradas piedras marinas de fondo de mar que lo protegen; y la planta de una gran antigüedad, en ese mismo lugar respondió su briosa cepa, rejembrando y dando nuevos vástagos dignos de admiración y respeto por lo que de tradición representa para la población villarrense.
Detrás del gran árbol, alguna persona sensible hacia este preciado y único ejemplar en aquél entorno, cuya vista tenemos presente con solo mirar al Sur, ha tenido la gentileza de sembrar otro árbol que florece próximo al que nos sirve de faro y admiración en el horizonte.
El árbol: Cercis (leguminosas) árbol de Judas o árbol del Amor, consigue un robusto tronco y soporta unas ramas extendidas que se llenan de flores apretadas en espigas, antes que de hojas acorazonadas color verde oscuro y cuya tonalidad cambia a amarilla en otoño.
José Rael, el hijo de Rosa Segura (Fonda Rosita), ha encontrado en este árbol, un atractivo para sus trabajos de investigación de bonsáis, habiendo conseguido reducir una planta mediante sus técnicas biológicas al tamaño de una planta ornamental de maceta.
Hay leyendas en Villa del Río, acerca del Árbol del Amor o Árbol de Judas, como también se le conoce:
Según cuenta Juan Jurado Cuenca (Charles), que vivió su juventud en la calle de la Estrella, le era corriente ver pasar pandillas de adolescentes para subir al cerro Morrión y acercarse hasta el Árbol del Amor, donde algunos muchachos le consultaban en secreta confidencia al Árbol si serían correspondidos en sus pretensiones amorosas por las mozas que los desvelaban y cuya contestación creían obtener del fetichismo personal a que se sometían.
La persona interesada, tomaba una hoja del Árbol del Amor y la unía a su antebrazo cubriéndola con una venda durante dos días; pasadas las cuarenta y ocho horas, levantaba el vendaje y si la piel ofrecía hinchazón, la sangre agolpada o rojeces en el lugar ocupado por la hoja, eran síntomas positivos a su encendida pasión; por el contrario si la piel no ha sufrido alteración alguna, ello proporcionaba al dudoso enamorado la desilusión del momento, ya que simbolizaba que no era aceptado como pretendiente.
Francisco Gallardo Álvarez (Quico), me cuenta que a él le han llegado noticias a través de su padre, que había una tradición muy antigua para subir allí en multitud festiva. Al inicio de la primavera se celebraba en esos pagos una especie de romería conocida como “la fiesta de las habas” y ese día acudían allí muchos pobladores a comerse un guiso de habas en los olivos de los alrededores al Árbol del Amor.
No es de extrañar esta leyenda, pues se da la circunstancia de que en los olivos se sembraban hasta no hace muchos años, habas, lentejas, yeros, etc. el agua estaba cerca en las fuentes de la Marguilla y el Granadillo; la leña y raigones en el lugar para hacer el fuego; y además debió existir muy próximo un cementerio, pues hay una suerte de olivar con el nombre de Las Sepulturas, y se aprovecharía ese día para visitar y llevar flores a los familiares finados, en masiva compañía dada la distancia de la población, y después se degustaría un magnífico “guiso de habas” mientras se disfrutaba de la excelente panorámica que ofrece el pueblo y la sierra desde este mirador natural.
Manuel Zamora cuenta que en tiempos remotos, llegaron hasta allí dos jóvenes enamorados, cuya pasión no era aceptada por los padres de ambos y estos jóvenes, fieles a sus promesas de vivir unidos toda la eternidad, se quitaron la vida colgándose del árbol, antes de verse unidos por la fuerza a otros amores no correspondidos por sus sentimientos.
José Domingo Agüera, me manifiesta haber oído de su madre, que algunas parejas de recién casados, en su época, le hacían visita al Árbol del Amor, para pedirles felicidad y dicha a su recién estrenado matrimonio, tratando al Árbol como si fuera un ídolo con poderes.
Si algún día de paseo o excursión hacemos una visita al Árbol del Amor, para contagiarnos de su embrujo, en el camino disfrutaremos y saborearemos el impactante paisaje del pueblo desde esta altura, observando su trazado alargado y rectilíneo donde destacan la iglesia, el castillo, las chimeneas de las fábricas aceiteras y el verdear variopinto de los árboles cargados de pájaros cantores que jalonan de música y sombra al río Guadalquivir.
Este paseo puede convertirse en una terapia para el espíritu y el mejor recuerdo de una visita por entre olivares.