POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Como tantos otros municipios mi pueblo estaba en lugares postreros en cuanto al desarrollo tecnológico hacía los primeros años del siglo pasado. Las deficiencias eran tan notorias que muchos documentos dormían el sueño de los justos, encima de mesas o estanterías.
Las reclamaciones de los ciudadanos estaban a la orden del día. El malestar era generalizado y los miembros del Consistorio tenían que aguantar el chaparrón de las protestas, debido al retraso en la tramitación de los documentos y en la pérdida de gran número de ellos.
Enterados los munícipes de que algunos Ayuntamientos estaban adquiriendo material de escritorio, de alta tecnología, estamos hablando de los primeros años del siglo pasado, se puso al acecho para subirse al carro de dichos adelantos, siempre que sus posibilidades económicas se lo permitieran.
Fue tal el empeño que, un día 19 de enero de 1928, se reunió la comisión permanente del Ayuntamiento, presidida por su Alcalde, José Ríos Torrecillas, para exponer la imperiosa necesidad de acceder a las nuevas tecnologías (una simple máquina de escribir). Tras exponer las mejoras que podía ocasionar a la dinámica del Ayuntamiento y recabar, del funcionario depositario, el estado de los fondos económicos, sugirió la conveniencia de adquirir una máquina de escribir, con el fin de dar salida a la ingente cantidad de documentos que estaban en lista de espera y que, cuando les llegaba su turno, ya no era necesaria su gestión.
Todos los componentes del consistorio estaban alucinados con la posibilidad de que dicha propuesta llegara a ser una realidad, a corto o medio plazo. Pues bien, de dicha comisión permanente municipal se sacó la conclusión de agilizar la gestión de la compra de una máquina de escribir, de la marca Omega Privat, en las mejores condiciones económicas posibles. Y se compró.