POR JOSÉ ANTONIO MELGARES GUERRERO, CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA Y CARAVACA
Con este mismo título fue publicada en 2005, por la Editora Regional de Murcia, una novela histórica de mi amigo, Francisco Méndez García, profesor de Historia durante años en el Instituto San Juan de la Cruz, cuya trama está relacionada con un curioso mueble de madera, un bargueño, expuesto y dado a conocer en Caravaca con motivo de la exposición La Ciudad en lo alto que la fundación Cajamurcia organizó en La Compañía durante el Año Santo 2003.
El libro, de muy fácil lectura y comprensión, consta de dos partes bien diferenciadas. En la primera, los protagonistas: D. Diego de Alcázar (Contador Mayor de la Encomienda de Santiago en la ciudad) y Juan López Talón (su ayudante) conocen Caravaca, su historia y sus monumentos. Éste último, más joven, de la mano de aquel, venerable y culto hidalgo, oriundo de LETUR, afincado profesionalmente en la ciudad desde 1740. La casualidad les lleva a encontrar, en un almacén del Castillo un viejo mueble, el bargueño en cuestión, cuya historia y averiguaciones sobre su utilidad y uso comportan la segunda parte del libro, planteándose el posible regreso en nuestros días del citado mueble a Caravaca, puesto que el bargueño no es una pieza imaginaria sino totalmente real y existente en nuestros días.
Evidentemente se trata de una novela, pero el lector avezado identifica de inmediato a los personajes ficticios, tanto en la primera como en la segunda parte, con personas y lugares contemporáneos. En realidad en dicha segunda parte se narra el proceso de identificación de la pieza y la oferta frustrada, que la propiedad del bargueño hizo a la Cofradía de la Cruz, para la adquisición del mismo, con vistas a su exposición entre las colecciones del Tesoro Artístico de la Cruz expuestas en el Museo del Castillo, gestiones que tuvieron lugar a lo largo de 2004 y 2005.
El bargueño objeto del título y desarrollo de la novela, se fabricó en el año 1617, según aporta la epigrafía decorativa interior del mismo, e indudablemente hay una relación del mueble con la reliquia de la Stma. Cruz. Sin embargo, aunque el autor de la novela se empeña en demostrar que llegó a ser sagrario de seguridad de Aquella, en los tiempos de la construcción de la actual Basílica (entre 1617 y 1703), no existe documento alguno que avale esta afirmación, lo que llevó a los responsables en materia de cultura de la Junta Representativa que presidía como Hermano Mayor Pedro Guerrero Quadrado, a desechar la opción de compra que los actuales propietarios del bargueño hicieron en su momento a la Cofradía y Ayuntamiento.
Como comentario al libro, cuya lectura aconsejo al lector interesado en temas caravaqueños, el cronista que esto escribe no cree que el mueble fuera fabricado para sagrario, al margen de la inexistencia de documentación que avale, o no, la teoría de Francisco Méndez; pero sí para guardar los documentos de la fábrica del nuevo templo, cuyas obras dieron comienzo el 16 de julio de 1617 (lo que sí está avalado, como se sabe, por la documentación histórica).
Un documento del Archivo Municipal de Caravaca, publicado por Indalecio Pozo, Francisco Fernández y Diego Marín en el año 2000, recoge el acuerdo municipal de fecha 26 de mayo de 1617, de fabricar una caja de madera con tres llaves para guardar, precisamente, los libros y cuentas de la fábrica de la nueva iglesia de la Stma. Cruz. ¿Pudo ser ésta la caja? Parece pequeña para albergar planos y libros de fábrica, pero sí adecuada para conservar facturas y dibujos parciales. ¿Pudo ser el bargueño un mueble complementario de la caja de tres llaves? El término bargueño es un cultismo que seguramente desconocían los munícipes de Caravaca en 1617, por lo que hablan de una caja de madera. O bien, lo que se pensó inicialmente como un simple cajón o arca, luego cobró carácter de mueble señorial (denominado así porque se fabricaban en la ciudad toledana de Bargas, imitando los secretaires franceses elaborados en Europa en la baja Edad Media), bien a iniciativa del Concejo o del autor de la pieza. Tampoco nos revela la documentación conocida hasta el momento, a quien se encargó la factura de la caja de madera, aunque bien pudo ser al mismo artesano carpintero morisco que años antes (en torno a 1605), fabricó el último tramo del artesonado de la iglesia de la Concepción, quien según la profesora Cristina Gutiérrez, fue Baltasar de Molina, un morisco enraizado en Caravaca, que posiblemente se salvó de la expulsión decretada por el rey Felipe III en 1609. La labor de taracea del bargueño es, sin duda, de un carpintero morisco, que bien pudo ser Molina o algún otro de su círculo artesanal caravaqueño.
La caja de madera con tres llaves encargada por el Concejo en 1617 podría ser el bargueño en cuestión (según mi criterio), también dotado de tres llaves; y en ella se pudieron conservar durante muchos años, los documentos relacionados con las obras de construcción del nuevo templo de la Vera Cruz, que sustituyó a la destartalada capilla medieval donde recibió culto la Reliquia hasta su colocación provisional en la Capilla del Conjuratorio de la nueva obra en 1677 y, definitivamente, en su actual Basílica en 1703. No desdeño la posibilidad de que el carpintero autor del bargueño concibiera la parte central del mismo como sagrario de la Reliquia, cuyas dimensiones permiten la custodia del cofrecito-estuche de Suárez de Figueroa donde entonces y ahora se guarda la Stma. Cruz, la cual pudo, o no, cobijarse en ese receptáculo del bargueño en algún momento concreto.
La familia propietaria del bargueño, cuya identidad desconozco, tiene intención de vender la pieza en precio que así mismo desconozco, aunque las noticias que me llegan hablan de una cantidad totalmente desorbitada que nada tiene que ver con el precio que estas piezas tienen en el mercado de antigüedades. Las gestiones para su adquisición por una institución caravaqueña realizadas en 2005 y los contactos con la Cofradía de la Cruz y Ayuntamiento, a quienes se ofreció la compra del mismo, no dieron fruto en su día, como ya se ha dicho. Sin embargo creo que es el momento de volver sobre ello. Tampoco se los motivos por los que el mueble fue a parar a manos particulares desde su legítimo dueño, que en origen fue el Ayuntamiento de Caravaca o la Cofradía de la Cruz, pero la posibilidad de recuperar para la ciudad el bargueño aún sigue en pie, antes de que algún coleccionista adinerado lo adquiera, y se pierda para siempre un objeto de gran calidad artística, y también sentimental, que bien podría formar parte de las colecciones expuestas en el Museo de la Vera Cruz. Nuestra generación tiene la obligación moral de proteger y aumentar, en la medida de lo posible, el patrimonio cultural caravaqueño, del que tan orgullosos nos sentimos, el cual hemos de legar a las generaciones futuras en mejores condiciones de uso y disfrute que las que nosotros hemos tenido.
Fuente: https://elnoroestedigital.com/