POR ALBERTO GONZÁLEZ, CRONISTA OFICIAL DE BADAJOZ
La historia del caballo de Troya es muy conocida.
Hacia el año 1200 a C. según la leyenda, porque el hijo del rey de Troya raptó a la esposa del rey de Esparta, o más posiblemente por la posesión de esa ciudad, clave para dominar el paso entre Europa y Asía, estalló la guerra entre los griegos y los troyanos.
Con un gran ejército al mando del rey agraviado, Menelao, y su hermano Agamenón, rey de Micenas, los griegos fueron a rescatar a la mujer raptada; y anclando sus barcos frente a la ciudad, le pusieron cerco.
Más sus inexpugnables murallas resistieron todos los asaltos. Durante diez años se combatió sin que nada se resolviera. Finalmente el astuto Ulises tuvo una idea: fingir la retirada de los griegos y dejar ante las puertas de Troya un enorme caballo de madera.
Los troyanos creyeron que el enemigo había huido dejándolo como ofrenda; y contra el parecer de algunos lo entraron en la ciudad. Mas en su interior se ocultaban unos espías que por la noche abrieron las puertas de las murallas para que entraran los griegos, que cogiendo desprevenidos a los troyanos arrasaron la población. La Iliada lo cuenta todo con detalle
Desde entonces ‘caballo de Troya’ significa artimaña; regalo aparente para lograr un fin de manera astuta. La trampa es muy vieja pero todavía hay ingenuos que caen en ella.
Estos días se está hablando mucho de un fantástico proyecto avalado por la Junta de Extremadura y el Ayuntamiento de la ciudad, consistente en un gran complejo de ocio o no se sabe muy bien qué, que una fundación asiática ofrece construir en Cáceres, cuyo principal reclamo es un buda colosal de cuarenta metros de altura: como la torre de la catedral de Badajoz.
Ante la idea algunos recuerdan el caso de los ordenadores Dragón, también en Casar de Cáceres; Lusográfica, de Olivenza; Refinería Balboa, en Tierra de Barros, y los demás caballos con grandes ofrendas en la barriga que se han ofrecido a Extremadura. Los últimos, este buda de Cáceres y el grandioso centro de ocio de mil hectáreas de Castilblanco.
Muy sonados y pronto descubiertos por lo burdo de su hechura, pese al gran interés del entonces alcalde por meterlos en Badajoz, fueron los tan ilusorios como quiméricos dejados ante nuestras puertas por las empresas fantasmas Palmall Center y Hering. La primera, con la pretensión de derribar entera la manzana comprendida entre las calles San Juan y Montesinos para erigir un gigantesco centro comercial. Y la segunda, crear miles de puestos de trabajo fabricando camisetas deportivas.
Con esos antecedentes en pocos días Cáceres verá frente a sus murallas, como anticipo del gigantesco definitivo, un buda de dos metros de alto valorado en medio millón de euros.
Y si se mira con atención, quizá se vea también al astuto Ulises oculto tras la Montaña.
Fuente: https://www.hoy.es/