EL CÁCERES DESCONOCIDO: ARTE URBANO EN LAS MINAS
Dic 28 2016

HISTORIADORES, COMO FERNANDO JIMÉNEZ BERROCAL, CRONISTA OFICIAL DE CÁCERES, ENTRE OTROS, NOS HAN MOSTRADO LA BELLEZA DE LA RIBERA DEL MARCO O DE LAS MINAS

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Cuando vienen los turistas a nuestra ciudad, recorren siempre el mismo Cáceres: la ciudad monumental, es decir, intramuros. Tal vez algunos de ellos, auténticos connoisseur que saben que hay más mundo que el que figura en las guías de hotel, se atrevan con San Francisco, con las Fuentes, con la Ribera del Marco o con las calles de la burguesía de finales del XIX y principios del XX. Son, en todo caso, los menos.

Tampoco lo planteo como crítica, al fin y al cabo si uno dispone de poco tiempo y poca información, es lógico que se centre en lo más conocido. Yo mismo, cuando he ido a Córdoba, a Granada, a Toledo y otras localidades por pocos días, me he centrado en la Córdoba, Granada y Toledo de postal.

El problema radica en los cacereños de toda la vida que no conocen más ciudad que su barrio y tal vez la turística. Personas que llevan años viviendo aquí y jamás han puesto un pie en El Calerizo, la Sierra de La Mosca (que es mucho más que el Santuario), la Ronda Norte o el Paseo Alto y que nunca han peregrinado por las Ermitas de San Benito, Santa Ana, Santa Lucia y Santa Olalla.

El Ateneo de Cáceres y Cáceres Verde, con el entusiasta impulso de Pilar Bacas -¡ecce mulier!- ha organizado en estos meses varias jornadas y paseos para quienes quieren caminar por el otro Cáceres. E historiadores, como Fernando Jiménez Berrocal, cronista oficial de Cáceres, entre otros, nos han mostrado la belleza de la Ribera del Marco o de Las Minas; y nos han abierto los ojos ante los conocimientos históricos, arqueológicos y antropológicos que podemos adquirir si nos decidimos por mirar – no solo ver, sino mirar – el terreno que pisamos.

Desde hace varias semanas, El Calerizo es uno de mis objetos de estudios. No solo por su enorme carga histórica – las minas que resisten, el poblado, la Iglesia, las fábricas en ruinas es auténtica arqueología industrial que en otras latitudes se mima y se cuida – sino por su relevancia geológica, natural y artística. Sin El Calerizo, Cáceres no hubiera existido. Gracias a la caliza, hubo asentamientos desde la prehistoria. Sin ríos ni lagunas de importancia, las aguas subterráneas que afloran en varios puntos y las grutas y cavidades propias de los suelos calizos, ofrecieron a los hombres de entonces el necesario refugio y el indispensable agua para la subsistir.

Pero unas de las cosas más sorprendentes que podemos ver si recorremos las antiguas minas de El Calerizo, es el arte urbano que se despliega en los muros que apenas se sostienen en pie. Las Minas y sus edificios responden a la corriente historicista que primaba en la arquitectura de entonces. La de San Salvador, por ejemplo, es como un castillo sobre el promontorio: con su torre del homenaje y sus murallas. El horno de la Mina Esmeralda domina todo el paisaje y desde sus roquedales podemos ver una perspectiva del sinclinal cacereño.

Y en esas paredes, en esos muros vacíos sin techumbre, entre los vanos de puertas y ventanas que se abren mudos al entorno, aparece la mirada anónima de artistas, grafitis que constituyen una obra de arte urbano, efímero –caerá cuando caiga el ladrillo que lo sostiene– pero enormemente bello.

Entre aquellas ruinas, aparecen corazones que lloran, barqueros que atraviesan los cielos, colores inesperados, recuerdos y homenajes al mundo precolombino que ayudamos a destruir, fauna sorprendente…

Merece la pena recorrer ese otro Cáceres, tan distinto, tan distante para el común de los cacereños y tan hermoso.

Fuente: http://www.elcorreoextremadura.com/ – Víctor M. Casco

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