POR ANTONIO BOTÍAS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
El denominado aliacán, como todo el mundo sabía antes y ya nadie recuerda, se cura viendo pasar el agua de un cauce, a menudo el Segura o sus históricas acequias. Era el aliacán la forma popular de llamar a la tristeza y, en su grado más grave, a la depresión. Pero aquellas aguas que daban la vida a algunos podían arrebatársela a otros. Porque el número de ahogados en ellas resulta, en según qué años, sorprendente. Y eso sucedió, por coger una época al azar, en 1898.
Ya a comienzos de año, el 14 de enero, un terrible suceso conmocionó a la ciudad. Y no fueron pocos los testigos que contribuyeron a extender la noticia. Sucedió durante una de las habituales y temibles avenidas del río, cuando cientos de murcianos se agolpaban junto al cauce, junto al Arenal, para admirar la fuerza del agua. En la otra ribera, entre el llamado Molino de las Veinticuatro Piedras -hoy centro de Los Molinos del Río- y la explanada que acogía el mercado de ganado, un hombre «como de treinta años, embozado en una capa se paseaba», según publicó al día siguiente ‘El Diario de Murcia’.
A muchos les llamó la atención que el joven estuviera en aquel sitio, un lugar hasta unas horas antes inundado y muy cerca de la corriente, «pero la sorpresa creció cuando le vieron, embozado como estaba, tomar alguna carrera y arrojarse resueltamente al río». Algunas personas que desde aquellas inmediaciones habían presenciado el hecho, acudieron con rapidez en auxilio del desventurado, quien aún no se había sumergido del todo y parecía luchar por alcanzar la orilla.
Todo en vano. Incluso desde uno de los pisos del molino arrojaron una cuerda con un trozo de madera al sitio preciso en que se había arrojado pero, como señaló ‘El Diario’, «el cuerpo fue desapareciendo entre las cenagosas aguas, perdiéndose a poco totalmente».
La noticia del suceso, como resulta obvio, cundió rápidamente por la ciudad, pero nadie, al menos al principio, sabía dar razón de la identidad del supuesto suicida. Los rumores, en una tierra tan dada a ellos, mantenían que era un individuo detenido el día antes, justo cuando se disponía a arrojarse al río por el mismo lugar.
Se equivocaban. «Se lo encontró bueno y sano y hasta dijo que lo de su tentativa de suicidio había sido una broma, improvisada en el calor de unas cuantas copas de vino que le bullían dentro del cuerpo», publicaron los diarios. Otros mantenían que el ahogado tuvo ocasión de asirse al trozo de madera que le lanzaron, pero que lo despreció. Y no faltó quien mantuviera cómo el hombre solo quería «darse un baño para llamar la atención de los muchos curiosos que contemplaban la riada», según ‘El Diario’.
Más tarde se supo que el fallecido era Diego Robles Robles, casado y padre de dos niños y vecino del Carmen, conocido entonces por todos como el Barrio. Su viuda declararía a la prensa que Diego sufría «frecuentes ataques nerviosos» y estaban viviendo con muchas estrecheces económicas. Quizá por eso, en un momento de locura, se había lanzado al río.
La prensa abundó en la historia del pobre Diego en los días siguientes mientras se buscaba su cadáver río abajo. Por eso se supo que era «un buen padre de familia, muy amante de sus dos pequeños hijos y de su esposa, sin vicios de ninguna clase, ‘ni’ aún el de fumar». Era camarero en la fonda de los baños de Fortuna, desde donde enviaba a casa su sueldo íntegro.
En el mismo hogar también vivían sus ancianos suegros. Desgracia sobre desgracia, el joven sufrió unos días antes del suceso una dolencia que, sumada a sus frecuentes ataques nerviosos, le impedían seguir desempeñando su trabajo como camarero. ‘El Diario’ publicaría que, antes de dirigirse al río, «estuvo besando incesantemente a sus pequeños y parece fuera de duda que en esos momentos se hallaba enajenado el infeliz». O quería despedirse de ellos para siempre.
El conocimiento de estos detalles provocó otra ola, en este caso de solidaridad hacia aquella familia tan necesitada. ‘El Diario’ abrió una suscripción y logró recaudar una buena cantidad de dinero que le fue entregada a la viuda.
Al agua por segar hierba
A comienzos de mayo otra tragedia sacudió, en esta ocasión, Santiago y Zaraíche. El joven Tomás Pérez Martínez, de 20 años de edad, fallecía ahogado en un azarbe. Y a finales de mes ocurría lo mismo en Lorca. El 17 de junio se encontraba el cadáver de un niño de 12 años, quien tuvo la mala suerte de caer a la acequia Caravija. De nuevo, el 22 de junio, otro joven se ahoga en una balsa lorquina. Y el 23 sucede los mismo en Cartagena, en el varadero de La Bocana.
Recién comenzado julio otro murciano de 24 años, aguador de profesión, fallecía en el Segura. Desde ‘El Diario’ denunciaron que en algunos tramos del río, como «el sitio llamado el Peñón, especialmente, debería estar prohibido bañarse, aunque se destinara un guardia del municipio a este solo servicio».
Sería interminable enumerar los casos de ahogamientos durante aquellos años, aunque entre todos destaca el de un pobre huertano que cayó a la acequia Aljufía «cuando se disponía a segar hierba en sus bancales». Lo curioso del caso es que no se hallaba el cadáver, a pesar de que el alcalde ordenó que se cortara el agua en la acequia para localizarlo. Sucedió el 7 de febrero. Tres días después todavía andaban buscándolo sin éxito. Y muchas familias protestaban porque «no usan de otra agua para beber». Incluso los molineros estaban dispuestos a no trabajar durante uno o dos días para que se cortara la corriente.
Más de 20 días después la situación seguía igual. O peor, puesto que los huertanos de la zona no habían podido «aprovechar la menguante de enero para llenar sus tinajas, según costumbre, ni después ha vuelto nadie a beber el agua de dicha acequia por la natural repugnancia».
El cuerpo fue hallado el día 1 de marzo junto al molino viejo de la pólvora, en La Ñora. Durante casi tres semanas, en el pequeño cauce de una acequia, como si del Amazonas se tratara, permaneció el desdichado a merced de las anguilas, que también las había.
Fuente: http://www.laverdad.es/