BENITO MADARIAGA, CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD, CONOCE ALGUNAS DE ESAS HISTORIAS QUE ALIÑAN LA PROPIA HISTORIA
En la ciudad de «Pichucas, el del Muelle», de «Villa Chis» y de «El Botas», ni las calles se libran del apodo. Los niños del Grupo Pedro Velarde sabían donde estaba «la pista», «la bolera» o el «patio de la carbonería», aunque esos nombres nunca estuvieron en ningún mapa y no hubiera allí cuando ellos nacieron ni pista ni bolera ni carbonería. Cosas de barrios y de niños. ¿O no? El apodo, en Santander, se impone a los siglos y al callejero. La ciudad está llena de rincones con dos bautizos: el oficial y el otro. Ese que nunca encuentra en el plano un turista que pregunta por una dirección. Porque la Cuesta del Gas no está en ellos, aunque todo el mundo le indique al extranjero que para llegar al Palacio de Festivales tiene que subirla.
Siempre hay algún motivo. Una anécdota o alguna instalación que sirviera para renombrar el entorno, al menos en la costumbre. Este segundo caso es, precisamente, el de la cuesta que ocupa el último tramo de Castelar. Allí hubo una fábrica de gas (construida en 1853), aunque nunca llegara a «regalar» su nombre a la calle. Pero el apodo se quedó para siempre. Igual que el de la Plaza de las Cervezas para una «abertura» de San Fernando. La presencia de la cervecera Cruz Blanca dejó una huella que la cultura popular hizo suya. La plaza de Farolas (por Alfonso XIII) es otro ejemplo. «Eran las más gigantes de la ciudad y muy bonitas, pero las trasladaron. Siempre fue un lugar de cita. ¿Dónde quedamos? En Farolas…», cuenta Benito Madariaga, Cronista Oficial de Santander. Él conoce algunas de esas historias que aliñan la propia historia. La de las pequeñas cosas. «La «Fenómeno» era una pobre mujer con una huertuca. Cuando nos íbamos a bañar a Los Peligros los críos la insultaban porque decían que tenía seis dedos». Y, así, con «La Fenómeno» se quedó el regato de arena que no llega a playa que se forma casi al final del Promontorio de San Martín. Si va de playas, a la Segunda, más de uno le llama la de Castañeda. Antonio Fernández Castañeda (que fue alcalde) se dedicó «a la explotación del verano desde el último tercio del siglo XIX, cuando obtuvo la concesión de vastos terrenos junto a la Segunda, en la que instaló un balneario». Eso está escrito en «Santander en la historia de sus calles», de Simón Cabarga, un biblia de la curiosidad urbana. Hasta Pereda en sus «Escenas» habló de la buena influencia de los «Baños de Casteñada».
La de Las Viudas (Javier González de Riancho, el trayecto, pindio y breve, que va de Reina Victoria a Pérez Galdós) se llamó así porque tres viudas eran las propietarias de los terrenos expropiados «y porque por allí paseaban las mujeres que habían perdido al marido, zonas en las que evitar a hombres que les tiraran los «tejos»». Lo de las «Cadenas» (López Dóriga) viene por la cadena que el propietario (el propio López Dóriga) instaló para cerrar una vía que atravesaba sus dominios mientras el municipio «no considerase necesaria su adquisición» (según el libro).
De arenales a cuestas
La «Plaza de Las Cachavas -apunta Madariaga- es por una casa que se quedó a medio hacer. Los hierros quedaron al aire doblados con forma de cachava». En la plaza Porticada (en realidad plaza de Velarde) no es difícil imaginar el motivo (los arcos) de un nombre tan popularizado como el de la cercana calle de «El Martillo». Porque medio Santander dudaría al ubicar Marcelino Sanz de Sautuola (su nombre oficial). «Ah, la calle del Martillo», dirían. El apodo surgió por la forma que tenía su trazado en el plano. Al «vulgo» (como dice Simón Cabarga) le gustó y hasta hoy. Como «El callejón de la Mona» (calle de Fernando Segura, que une General Dávila, a la altura de La Salle, con Camilo Alonso Vega), «La 14» (Vázquez de Mella, en Porrúa), la «Cuesta del Soldado» (Alejandro García)…
Nombre antiguo
La calleja de Arna (Francisco Palazuelos), La Cañía (Joaquín Costa) o el paseo de La Concepción (por la ermita de la Inmaculada en Miranda -hoy es Menéndez Pelayo-) tuvieron esos nombres antes de los que tienen ahora. O sea, que sí que se llamaron así oficialmente, pero lo cambiaron. Como hicieron con la Bajada de La Gándara (calle Universidad) para no confundir con la calle Gándara (que sí que existe). Porque de eso -duplicidad- también hay. La calle Alta y el Alta (General Dávila) -concebida inicialmente como una línea en un plan de defensa y llena de «atalayas» (de ahí el nombre de la cuesta)- miran al resto por «encima del hombro». «Santander es una «uve» con dos alturas», dice Madariaga. Sí, y con muchos apodos.
Fuente: http://www.eldiariomontanes.es/ – Álvaro Machín