EL CALLEJÓN DE LOS SUEÑOS ROTOS
Abr 20 2018

POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)

Calle de los sueños rotos

En el último tercio del siglo XVIII, pasabamos por una crisis social y económica importante. Los hombres, que eran los que salían a trabajar, no tenían faena y, la economía se resentía de forma ostensible.

Los historiadores afirman que se declaró una epidemia de “hambruna” y muchos niños y ancianos fallecieron por desnutrición.

Las mujeres, afortunadamente solo unas pocas, hartas de pasar calamidades y, teniendo que sortear tantas dificultades para poder mantener a la familia, incluido el marido qué, como no tenía trabajo, se pasaba todo el día en la taberna y regresaba a casa sin dinero, con unas copas de más y con un genio imposible de soportar.

Las mujeres, como digo, se lanzaron a servir “en casa de los señoritos del pueblo”, con la remuneración de un plato de comida o ropas y calzado usados. Otras, las más jóvenes, o las más atrevidas “ofrecían los encantos de sus cuerpos”. Como consecuencia del “trabajo extra”, conseguían algunas monedas que utilizaban para sufragar los gastos de sus casas.

Al ser la situación tan desesperada y no contar con el apoyo de los maridos, se comenzó a rumorear que en el pueblo las costumbres se estaban corrompiendo y se fomentaba la prostitución, de forma encubierta y clandestina.

El gran problema fue que en un callejón angosto y empinado, cuyo nombre omito deliberadamente, había una casa y varios corrales en donde se practicaba la prostitución. Allí, en una calle rodeada de basureros, realizaban sus apareamientos furtivos con los que obtenían unos dinerillos con los que mantenían a sus familias.

Entre ellas, como siempre, las había que no tenían esas necesidades, o eran solteras y no tenían cargas familiares. Si, en aquél callejón inmundo, se daban cita algunas mujeres que habían perdido todas las esperanzas de futuro y que consideraban que sus sueños eran una quimera: “todos estaban rotos”.

Ante tal desmadre, siendo el pueblo tan pequeño, el cura Francisco Antonio López y, posteriormente, el Teniente Cura Ginés Párraga Martínez, dieron conocimiento, al señor Alcalde de Ulea, de dichas circunstancias y, por consiguiente, del escándalo público que se estaba produciendo.

Dicho alcalde autorizó al párroco para que escribiera un edicto que se expondría en todos los establecimientos públicos y en el tablón de anuncios del Ayuntamiento, autorizándole, además, para que fuese leído en las homilías dominicales.

Dicho memorial, expresado tal y como lo redactaron en el año 1775, decía lo siguiente:

“D. Ginés Párraga Martínez y D. Francisco Antonio López, Curas Párroco y Theniente de la parroquial de Sn Bartolome deste pueblo, haziendo presente que en el callexon incomunicado hai una casa que rara bez se ha bisto avierta, y tres corrales en la que se acoxen varias “muxeres perdidas por hombres de mal vivir” que motiba un grande escandalo en todo el vezindario por las tropelias que se cometen, según le han manifestado al suplicante, ya que, no vastando las dilixencias eficaces que ha practicado, lo pone en conozimiento del Ajuntamiento para que se sirva resolber lo conbeniente.

Habiendo oydo envio al xurado para que reconoziera dhº callexon e informe de cuanto se le ofresca y paresca sobre esta instancia y se convendrá zerrarlo para que se escusen tantos daños y malos ejemplos”.

 

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