POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
El sustantivo calor es ambiguo. Se puede decir ‘el calor’ o ‘la calor’ siendo correctas ambas posibilidades. La utilización de una u otra forma nos permite conocer el origen del hablante, su lugar de procedencia, su actividad o profesión. En la Vega Baja es extremadamente común el uso de ‘la calor’, por confusión con el catalán, reseñando que aunque en el catalán moderno ‘calor’ es palabra femenina, en el siglo XVIII era masculina, siendo los dobletes abundantes en la época medieval.
Para aliviarlo los pioneros del veraneo en Torrevieja, familias de las vegas media y baja del Segura, aquí llamadas ‘huelgas’, disfrutaban de las excelencias de unas tranquilas playas, entreteniéndose en las noches, sin prisas, sin reloj ni medida, en las puertas de las casas. Mecedora, horchata del Tío Tano, una refrescante agua de cebada y el abanico. Ya lo dice la habanera popular: «Si del sol / os estorba niña su resplandor / cómprame un abanico o un quitasol». Un instrumento que, entre 1989 y 1991, el grupo musical Locomia lo volvió a poner de moda en sus canciones, gracias a su manejo complementado con un vestuario bastante elaborado.
Nada más torrevejense y referente a la calor del verano y el fresco descanso que el apelativo ‘huelga’, arcaísmo castellano que se usaba en Torrevieja para designar a las familias, precursoras del turismo, que venían a pasar el verano alquilando para su estancia las casas de los vecinos aborígenes. Esto hace reflexionar sobre el origen y significados de esa denominación, hoy día referida únicamente a las acciones sociales reivindicativas, sobre todo en el campo laboral.
Tiene su arranque en la palabra latina ‘follis’, fuelle o aparato que sirve para soplar o jadear y, por su sentido onomatopéyico, atendido también a otro significado: mover las ‘ijadas’ con la respiración fatigosa atendiendo algunas veces a excitación, produciendo resoplidos parecidos al ruido producido por un fuelle, ‘hiperventilación’ sudoración profusa y calor, de donde emana la palabra ‘follar’.
Giró su significado al transformarse la ‘f’ en ‘h’ muda surgiendo las palabras: ‘holgar’, descansar de un trabajo o estar ocioso; ‘holgazán’, perezoso; ‘holgado’, con desahogo o con recursos suficientes para vivir bien; ‘holganza’, descanso o reposo; ‘holgazanear’, gandulear, pendejear y vaguear; ‘holgazanería’, pereza y falta de ganas de trabajar; y ‘holgura’, posesión de condiciones suficientes para vivir bien; y por supuesto ‘huelga’.
En el siglo XII, en Burgos, por Alfonso VIII fue erigido el monasterio de Las Huelgas como retiro cisterciense, siendo en sus primeros tiempos un palacete de recreo y descanso para que pudiesen ‘holgar’ a sus anchas los reyes de Castilla, y posteriormente por idea de la reina Leonor de Inglaterra, esposa del monarca fundador, pasó a ser un convento para religiosas bernardas.
Para apaciguar dichas ‘huelgas’ veraniegas la sed producida por el calor nada mejor podían hacer que beber una ‘paloma’. Un tiento del blanco elixir verdaderamente refrescante para calmar los calores caniculares. Anís seco, agua y mucho hielo son los ingredientes esenciales para la elaboración de la tradicional bebida que, mezclada con un chorro de jarabe de limón, se transforma en ‘canario’. Dos bebidas, típicas del verano torrevejense. Una tradición que refrescaba en los días más calurosos del verano, desde el siglo XIX, debido a la epidemia de cólera que, en 1884 irrumpió en toda España.
El desconocimiento de las causas que generaban la terrible enfermedad -ya que el ‘vibrió comma’ apenas había sido descubierto por Koch en 1883- se intentó paliar el cólera con el consumo de anisados. A las sugestivas propiedades anticoléricas, en pleno fervor popular, se llegó a afirmar que Torrevieja había resultado inmune a la epidemia gracias a la ingestión de anís, cuando en realidad fue por el no consumo de aguas fluviales que contenían el infecto microbio.
Casi todas las viviendas de Torrevieja disponían de aljibe donde eran recogidas las aguas de arrastre de la lluvia. Cuando se extraía de su fondo un cubo de agua y se llenaba un jarro o un botijo se añadían unas gotas de anís de ‘paloma’, convirtiéndola en una bebida deliciosa y fresca, al tiempo que medicinal, ya que mataba los gusarapos que pudiera contener, convirtiéndola en medicinal. Tuvo un gran apogeo ‘la paloma’ en sus botellas de vidrio blanco y puntas de diamante, inspiradas en los frascos de medicinas, diseño que acabó imponiéndose como prototipo a todos los anisados de alta graduación.
Pero tampoco faltaban para paliar el calor los barquillos, los helados elaborados con hielo picado, a los que se añadían jarabe de limón, menta u otra esencia. El hielo lo traían de la vecina Cartagena en barras cubiertas de paja para evitar que se fundieran al ser transportadas en carros hasta la población.
La descansada vida de las ‘huelgas’ en los días de calor se resumían en un paseo por el mercado, bien temprano, para hacer la compra de pescados todavía vivos -las señoras- y una visita al Casino para leer los periódicos o jugar un rato al tresillo -los caballeros-, más tarde era casi obligado ir a un balneario donde se disfrutaba de las oxigenadas frescas brisas marinas y de un plácido baño. Después de comer se dormía la obligada siesta y los hombres marchaban de nuevo al Casino o a un café para saborear un helado, terminando la tarde con una caminata en compañía de la familia por las rocas, unas vueltas por el paseo de Vista Alegre o ir al teatro, terminando el día, después de cenar, en la puerta, al fresco, departiendo con los vecinos sobre los asuntos del día, charlando de política, de toros, de la guerra o jugando una partida de cartas, al ajedrez, al dominó hasta la hora de dormir.
Y si apretaba mucho el calor a beber agua fresca del aljibe y a descender al fondo del pozo una sandía para que su frescura aliviara las altas temperaturas del verano evitando así el temido ‘golpe de calor’.
Fuente: http://www.laverdad.es/