POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)
Hace ya un par de días que tuve la fortuna de fundirme en un abrazo con mi querido y admirado vecino Luis Alonso Marcos. Como muchos de Vds. sabrán, mi amigo Luis acaba de vencer en esa bendita locura de correr cien kilómetros por el desierto del Sáhara. Uno no sabe muy bien de dónde saca las fuerzas este Fidípides serrano para acometer los desafíos que se plantea, pero el caso es que lo hace. Y con un éxito más que merecido. Que, a pesar de sus quejas por ese ligamento roto, por el dolor de ese músculo, de esa pierna, del hombro, de… A pesar de los cuarenta y pico palos que ya ha gastado en este Paraíso y en muchos otros paraísos más, Luis Alonso Marcos sigue corriendo las cuestas más empinadas, las cárcavas, terraplenes, quebradas y barrancos más espeluznantes que puedan imaginar sin despeinarse ese flequillo que ni el viento del desierto ni el frío más aterrador del Polo Norte han podido descolocar.
Ahora bien, lo que más me asombra de todo lo dicho no es su resistencia inquebrantable ni la fortaleza de su cuerpo; ni la ausencia del dolor en su mente o la fatiga descomunal de tamaños retos; lo que sigue asombrándome es que nada ha alterado en todos estos años su vida cotidiana y la dedicación a su profesión y defensa del negocio familiar. Es llegar del desierto, del polo, de la montaña, del valle, de la isla, del volcán, de donde sea, ponerse el mandil y atender a sus clientes con la mayor naturalidad posible.
Y es eso, queridos lectores, lo que más me asombra de este paisano. Su amor por el deporte sin más. Como tantos otros vecinos de este Paraíso que cuelgan los bártulos de trabajo y salen a correr, a caminar o a montar en bicicleta hasta que el cuerpo les dice basta y han de regresar. Por puro amor al deporte, al sacrificio, al esfuerzo y a la conquista de las fronteras que la Madre Naturaleza nos pone constantemente, haciendo de esta actividad una de las más admiradas por el común de los mortales.
Es por ello que no puedo comprender cómo determinadas instituciones deportivas tienen la desfachatez de contaminar el maravilloso ejercicio del deporte politizando y enfangando el mensaje puro de la competencia, del éxito y el fracaso, ya sea de forma colectiva e individual. No entiendo que soportemos como ciudadanos tamaña afrenta y consintamos la prostitución política del maravilloso mensaje que la práctica del deporte tiene para la sociedad. ¿Es lícito convertir un estadio de fútbol, una cancha de baloncesto, un estadio olímpico, en escenario de una reivindicación política? ¿De verdad hemos de soportar banderas, pancartas y mensajes más allá del aliento a los colores que honestamente defendemos? ¿Hemos de permitir la suspensión del deporte por la ocupación política y partidista de los estadios?
Sencillamente uno quiere ver a los futbolistas jugar al fútbol, a los ases de la canasta practicar el baloncesto y a todo y cada uno de los deportistas deleitarnos con el ejercicio del don con el que nacieron y que, tras un esfuerzo y sacrificio inimaginable, han conseguido desarrollar como mi querido Luis Alonso Marcos, llevando un poco de felicidad a las personas que le soportan. Les soportan. Soportamos. No necesitamos que esas instituciones deportivas politizadas al máximo ensucien el sacrificio colectivo que conlleva el deporte: de los fenómenos y heroínas machacándose a diario para ser los mejores; de los espectadores soportando económica y anímicamente el esfuerzo que el deporte conlleva.
Por todo ello, pensando en el maravilloso lema olímpico, “citius altius fortius”, más rápido, más alto, más fuerte, unámonos en la defensa del milagro que el deporte constituye y expulsemos la mugre y miseria que la política vierte en ello. Pensemos en la pureza de un camarero del Real Sitio corriendo en sus días libres por el Sáhara y nunca más permitamos que paganismo alguno nos agoste la felicidad que los héroes, los deportistas, llevan a nuestra cotidianeidad.
Fuente: https://www.eladelantado.com/