EL CAMINO DE SANTIAGO POR SARIEGO, SIERO Y NOREÑA RECORRIENDO NUESTRA COMARCA
Dic 19 2022

POR MIGUEL ÁNGEL FUENTE CALLEJA, CRONISTA OFICIAL DE NOREÑA (ASTURIAS)

El peregrino había pernoctado en la hospedería que los monjes cistercienses acondicionaron en Valdediós,  adosada al reconstruido monasterio del siglo IX, frente al “conventín” prerrománico en el precioso valle de Maliayo.  Tras la cena había entablado amena y larga conversación con el hermano Mássimo en su lengua  vernácula.  A la mañana tomó rumbo a la empinada cuesta de La Campa que lo acercaría a la Vega de Sariego, lugar desde el cual sus ojos volvieron a presenciar las nieves de las más altas crestas de los Picos de Europa y que lo acompañarían en su margen izquierda, hasta más allá de La Secada.

Se tomó un descanso junto a una fuente sombría, se interesó por una pequeña iglesia solitaria en la lejanía y le aseguraron que estaba dedicada a San Esteban. Ya se encontraba en Aramil y desde allí hasta La Pola de Siero apenas le llevó una hora. Había leído Atravesó La Pola  y se tomó un pequeño descanso en el albergue de peregrinos en la salida del pueblo Tomó el camino recto con el paso más  lento de lo normal y pronto divisó otra iglesia, en esta ocasión con patrono también peregrino: San Martín de la Carrera. Quiso como saludarlo en la distancia y continuó ligero hasta el cruce de caminos, donde tras superar un pequeña loma y desde el cementerio, pronto divisó el histórico palacio de Miraflores que había sido habitado por la Mariscala, y en este tiempo por el popular empresario “El Carbayalu”, mansión ubicada cerca de los límites de la Noreña del Condado, tierra de nobles,  de  guerreros y de algún villano. Le habían  hablado con gratitud de estas gentes y dudo si pernoctar en la pequeña Villa, más tenía que cumplir el itinerario previamente establecido y solo hizo un paréntesis para reponer fuerzas. Era día de mercado con abundancia de cerdos en una plaza donde una  cruz en mármol ratifica el Camino de los peregrinos.

Allí cerca, en la posada de la familia Matamoros, cercana al ayuntamiento y del hospital le ofrecieron unas  viandas a base de embutidos de las cuales dio buena cuenta en poco tiempo. La etapa había sido dura y tenía ganas de llegar a todos los sitios. Salió el caminante de Noreña a media tarde, con el espíritu y el estómago reconfortados, frotando ligeramente su agradecida panza y haciendo caso omiso  del refrán que dice “que donde haya Camino Real, no pises el matorral”. Tomo ese sendero conocido como de Les Viñes bordeando el cementerio y en menos de quince minutos tras cruzar el arroyo La Zaragüela ya estaba ante la iglesia parroquial de Argüelles, con advocación también a San Martín de Tours.

El reloj solar de la fachada indicaba las 6 de la tarde. Caminó despacio conversando con lugareños  siempre hospitalarios que trataban de suavizarle el recorrido. Le indicaron donde estaba  ubicada Casa Trabanco que le serviría de referencia par divisar el frondoso bosque de Meres y su escondido palacio. Nuestro personaje estaba en el buen Camino hacia uno de sus destinos antes de cruzar la divisoria galaica. Y lo tenía todo  tan  a la vista que daba la sensación de tener el itinerario perfectamente grabado en su mente. Se lo habían comentado con todo tipo de detalles, un día antes, unos peregrinos, de Tolosa  que volvían de Compostela.

Tenía parada y fonda en la tierra de la sidra, en Tiñana, donde ya indicaban las antiguas escrituras, que los lugareños se descalzaban para entrar en las pomaradas como rito sagrado para no estropear lo que dieron en llamar néctar de los dioses en referencia al jugo de la manzana. De detuvo en el primer lagar que encontró. El propietario era conocido en la

comarca como “Constantón” y lo sabía todo sobre la sidra. El peregrino se bebió casi a un tiempo tres culinos. Saboreó el  segundo más que el primero y el tercero más que el segundo, pero no daba crédito a lo que estaba viviendo y que los vascos tolosarras le habían contado sin exageración. Tras beberse la botella que el patriarca ”Constantón” le había ofrecido, dispuso volver a caminar hacia un desvió a la izquierda, saludó a las gentes que volvían de un molino cercano perteneciente a la misma familia del lagarero citado y se internó en el bosque donde la leyenda sitúa escenas de la mitología astur que ya contaban los celtas. Llegó pronto al mismo “campu de la Virgen” como denominaban los molineros del lugar la pradera que bordea el rio Nora en San Juan del Obispo. A punto estuvo de  descalzarse para acercarse a la capilla que ponía paréntesis a su obligado destino, se arrodilló dejando caer su cuerpo sujetándose a los barrotes de madera con fuerza y tras inclinar la cabeza, se quedó mirando satisfecho y agradecido a la Virgen que preside el altar  a quien está dedicada la ermita:  Virgen de la Cabeza.

Unos niños correteaban por la zona alegres y bulliciosos en la víspera de las fiestas. El peregrino se había adelantado sin saberlo,  dos días a la celebración y en el molino cercano, le ofrecieron posada animándole a pernoctar y disfrutar de la romería. Comentó sus andanzas y recuerdos y dio merecido descanso al cuerpo. Compostela quedaba lejos. Al día siguiente se sumó a la fiesta para purificación del alma y del cuerpo, contó a los vecinos mil curiosidades, compartió alimentos, sidra y alegrías y hasta le dedicaron canciones  asturianas. Le costaba despedirse y extendió su mano a todos los presentes prometiendo volver, aunque sabia sobradamente que era empresa harto dificultosa, pero quien sabe…

Madrugó. Al ir caminando, se iba fijando con meticulosidad cuanto  le rodeaba. El rio,   los manzanos, el bosque,   saludó a lo lejos a los hijos de “Constantón” que eran ciento, ajustó el ligero equipaje, su capa, su bordón y calabaza llena de sidra, se encogió de hombros como encajando la mochila y dicen quienes se cruzaban con él, que iba susurrando una canción parecida al “Asturias Patria Querida”. Pronto llegó a Colloto,  y atravesando el “puente romano” se detuvo como recordando su recorrido anterior, levantando la mano en señal de despedida. El ánimo volvía a estar intacto y Compostela lejos, pero antes había otra parada con fonda en Oviedo, indicada perfectamente en su hoja de ruta:                                                                                                     

  Chi va a San Jacobo

 e  non va al Salvatore

  visita al servo

 e lascia al Signore.

Años después, treinta o cuarenta según nos cuentan, llegó a Meres una familia italiana que traía toda clase de datos sobre la zona y que querían constatar “in situ” con lo contado por su padre peregrino.  La Pola, Noreña, Meres la sidra y la hospitalidad, figuraban entre sus referencias y preferencias en su largo caminar a Compostela, asegurando los visitantes que su padre lo recordaba frecuentemente y con todo lujo de detalles, preguntaron incluso por la canción de “la morena y subir al árbol”.

Al igual que había hecho su padre peregrino –fallecido años antes en Asís- prometieron volver a Noreña, a Meres… a Compostela.

FUENTE: J.M.F.C.

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