POR ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUDALAJARA.
No hace mucho tuve la suerte de llegarme a Embid, ese “postrer lugar de Castilla” que fue durante siglos frontera con Aragón, protagonizando batallas y sucesos propios del borde. Allí subí al castillo, y gracias a su alcalde, que llevaba la llave, pude penetrar en su recinto murado, y asombrarme de su grandeza.
De los castillos del Señorío de Molina, uno de los más señalados, por altura, empaque y anales históricos, es el de Embid. Su importancia derivó de varias circunstancias, pero especialmente de la de ser lugar fronterizo, eminencia rocosa sobre el Camino Real de Aragón, y puerta del reino vecino. De ahí que cuando los Lara, señores y monarcas de Molina, desde 1129 (momento de su reconquista a los árabes) hasta 1276 (cuando sube al trono de Castilla Sancho IV, quien previamente había casado con María Alfonso de Molina, señora del territorio) deciden construir su fortalezas, estas tienen desde el primer momento dos rangos. Las fortalezas interiores, de vida y defensa (Molina, Castilnuevo, Zafra, etc.) y las fortalezas exteriores, defensivas del territorio, fronterizas. Una de estas, en el límite nordeste del Señorío, frente al Común de Daroca, es Embid.
Existió como aldea desde los inicios de la repoblación del Señorío, cayendo en los límites del mismo según el Fuero de 1154 dado por don Manrique de Lara. Siempre incluido en el Común de Villa y Tierra molinés, la quinta señora, doña Blanca, en su testamento (finales del siglo xiii) dice dejárselo en propiedad a su caballero Sancho López. Fue realmente en 1331 cuando pasó en señorío a manos particulares, pues en esa fecha el rey Alfonso xi extendió privilegio de donación y mínimo Fuero para este enclave, disponiendo que fuera su señor Diego Ordóñez de Villaquirán, quien estaba facultado para repoblarlo con veinte vecinos, que no debían ser de otros lugares de Molina, ni siquiera castellanos, y facultándole para levantar un castillo. En 1347, los Villaquirán vendieron Embid al caballero Adán García de Vargas, repostero del rey, en 150.000 maravedíes de la moneda de Castilla. Su hija Sancha, en 1379, vendió el lugar a Gutierre Ruiz de Vera, y éste lo perdió por usurpación que de Embid hizo, en algarada guerrera, y como acostumbraba hacer por toda la zona, el conde de Medinaceli.
El fin de la Edad Media, en el que todavía suenan trompetas de guerra entre ambos reinos, más concretamente en 1426, los La Cerda se lo ceden junto con otros pueblos molineses, a don Juan Ruiz de Molina o de los Quemadales, el llamado Caballero viejo de las crónicas del Señorío, jurista y guerrero, en cuya familia quedó para siempre. Por sucesión directa fue transmitiéndose el señorío del lugar, y en 1698 un privilegio del rey Carlos ii hizo marqués de Embid a su noveno señor, don Diego de Molina. Uno de sus más modernos sucesores, don Luis Díaz Millán, fue autor de varios interesantes libros y estudios sobre Molina, y hoy se conserva el magnífico archivo de la casa en poder del heredero del título.
En la “Historia de Molina” que escribió Diego Sánchez Portocarrero en la primera mitad del siglo XVII, Dice así en el Tomo I de su Segunda Parte de la Historia del Señorío de Molina (BN, MSS 1556, folio 45): Embid es de mucho tiempo a esta parte Villa del mismo mayorazgo en que entró en tiempo del señor rey don Juan II habiendo sido de otros dueños. Es pueblo antiguo de que ay mención en el testamento de la Infante doña Blanca. Tiene una fortaleza que solía resistir las entradas de los aragoneses. De sus señores, gobierno y sucesos se habla en sus lugares en esta historia. Su nombre parece español.
No caben muchas descripciones del castillo de Embid, porque su sola presencia ya emociona al viajero. Desde cualquier perspectiva que se le mire, asombra por su belleza. De tal modo que es este uno de los más relevantes elementos patrimoniales de la provincia de Guadalajara Es un típico castillo montano con caserío a los pies. Detenido su proceso de ruina, que le fue acompañando los últimos siglos, gracias a la actuación del Instituto del Patrimonio Español, a instancias del propio ayuntamiento de Embid y de sus instituciones culturales, se procedió en 2006 a restaurarlo de forma equilibrada y ejemplar, tal como hoy lo vemos. Deteniendo, quizás para siempre, su ruina progresiva.
Sin duda el castillo de Embid fue en su origen una sola torre defensiva
Sin duda el castillo de Embid fue en su origen una sola torre defensiva, a la que se accedía mediante escalera de mano por el exterior. Con un par de plantas superpuestas, y terraza superior almenada. Algo parecido, aunque más pequeño, a la primitiva Torre de Aragón en la capital del Señorío. Sería levantada por los primeros señores del territorio, los Lara. Ya más adelante, en el siglo XIII finales, o a lo largo del XIV, sus nuevos señores la fueron reforzando, primeramente levantando una cerca exterior que albergara a la torre inicial en su interior, rodeada de dependencias, que serán de madera, adosadas al muro. Tanto los Villaquirán, como luego el Caballero Viejo en el siglo XV, fueron ensanchando y promoviendo este castillo hasta extremos realmente poderosos. Su planta es pentagonal y en las esquinas se pusieron torres circulares de refuerzo. Se puede ver esa estructura en la imagen o plano que acompaña a estas líneas, tomada en la visita que realicé hace meses.
El castillo de Embid fue testigo de un considerable número de acontecimientos bélicos y cambios de posesión, y eso es lo que forzó tantos “cambios de planes” y modificaciones de su original estructura, aunque a la vista de lo que hoy contemplamos, está claro que fue un castillo roquero, con torre central, y muralla en torno con cinco torrecillas esquineras, apoyado todo él so bre la pura roca, y manteniendo una sola entrada, orientada a levante, que con arco semicircular se abría protegida de dos torreones. El
El hecho de estuviera muy deteriorado, ha forzado la reconsturcción “ex novo” de diversos maramentos y muros de la torre del homenaje, y otras estructuras, que conforme a las normas actuales de restauración patrimonial, se han dejado evidentemente señaladas con materiales nuevos, de tal modo que el espectador que a él se acerca podrá darse idea de su estructura original, delimitando visualmente con certeza las partes antiguas y las partes renovadas.
Creo, francamente, que al castillo de Embid se le ha hecho el honor que merecía, y ha pasado de ser una triste y olvidada ruina, a un elemento patrimonial señero en el contexto del Señorío de Molina, y de la provincia entera. Ello se lo debemos, no hay duda, fundamentalmente a los vecinos del pueblo, que durante años y años se movieron para propiciar esa recuperación. Desde el Ayuntamiento a la Asociación de Amigos de Embid, entre todos los han conseguido.