EL CEMENTERIO
Oct 17 2021

POR CATALINA SÁNCHEZ GARCÍA Y FRANCISCO PINILLA CASTRO, CRONISTA OFICIALES DE VILLA DEL RÍO (CÓRDOBA).

En Villa del Río el cementerio lo tenemos muy cerca, en el Barranco de los Adobes. Luce una larga y blanca fachada al sur frente al pueblo del que lo separa la carretera N-IV y un espacio ajardinado a ambos lados; el resto del entorno lo embellece cada estación del año, verdes parcelas de cereales de color cambiante o de blanco algodón, y muy próximo, al norte serpentea el río Guadalquivir que lo engalana. De su interior sobresalen los esbeltos cipreses, entre cuyas hojas al resguardo del viento los pájaros hacen sus nidos, y en su recinto descansan los restos de hombres, mujeres y niños difuntos que forjaron la historia del pueblo, unos por sus obras y otros, incluidos los que no alcanzaron la mayoría de edad, por las estadísticas.

En el pueblo, según los documentos, se ha contado con otros cementerios anteriores, de los que no quedan restos ni vestigios, son: El situado en el patio de armas del Castillo y fuera en la zona norte, el del atrio de la ermita de Jesús Nazareno, el del atrio de la ermita de Nuestra Señora de la Estrella, y el cementerio actual cuya inauguración tuvo lugar el año 1837 siendo alcalde Constitucional Francisco de Priego, y Vicario, rector y cura de la Parroquia don Manuel García González. En principio constaba de un solo patio y para atender las necesidades del aumento de población, con el paso del tiempo se le fueron adosando nuevas estancias.

En el primer patio, el más antiguo y en el que arranca su historia, podemos apreciar aparte de las bovedillas en las paredes, en los enterramientos que se hacían en la tierra un trazado muy irregular y un gran desorden; tumbas desparramadas por doquier con cubierta de ladrillo, falta de pasillos y entre algunos panteones ni siquiera hay separación. Este desbarajuste contrasta con la cartesiana distribución de los módulos del patio tercero.

En este patio 1º se renovaron tres paredes (la frontal y las dos laterales); durante las obras, desaparecieron en la pared del norte la bovedilla del primer Conde de Monte Real y el panteón en piedra rojiza de doña María Teresa de León y Cobos, Dama noble y  las lápidas retiradas de los nichos se depositaron detrás de la tapia del segundo patio, a la intemperie, y la hierba que creció entre las mismas puso verdosos los colores blancos, grises o negros que ostentaban. Después con el movimiento que sufrieron al incorporar un cuarto patio al cementerio, muchas de ellas se han roto y perdida su memoria. En cambio, se han construido panteones nuevos  y otros, han sido restaurados y presentan buen estado como el de los señores Marqueses del Castillo del Valle de Sidueñas.

El 2° patio se hizo en el año 1893 en tierras de Bernardo Enrique Cerezo Castro y del Duque de Hornachuelos, y se le dio el nombre de Santa Inés. A sus caminos o calles se les puso nombres como: San Eduardo, y los nichos de las paredes fueron clasificados en secciones: Sección A. B. etc. En este patio los descendientes del Conde de Monte Real edificaron un bello panteón con capilla, en ladrillo rojo que se conserva. En la esquina del suroeste se dejó un cuadrado destinado a Cementerio Civil, donde fue enterrada Soledad Areales, maestra librepensadora de Villaviciosa, hoy desaparecido, en su lugar hay un paso al patio tercero y una cancela al exterior; la otra esquina al noroeste se destinó a osario, también desaparecido, así como un pozo con el antepecho de varillas de hierro, y en la pared medianera con el patio 1° que ha sido sustituida por módulos, estaban las lápidas de los Marqueses de Benamejí.

En 1919 se bendijo una imagen de la patrona Nuestra Señora de la Estrella y se destinó a la capilla oratorio que existía a la izquierda de su entrada. A la derecha colindaba una vivienda para el guarda, que con el transcurso del tiempo fue absorbida por obras de reformas.

El patio 3° comienza sus servicios en el año 1972 con módulos en el centro, y en las paredes nichos. Actualmente se está haciendo un 4° patio de ampliación, al Norte en dirección hacia el río, con módulos y buena planificación.

El Cementerio de nuestro pueblo es muy visitado, muchos residentes lo hacen casi a diario; las visitas ya no causan el morbo de tiempos pasados, pues, no se ven a las ancianas cubiertas con pañuelos negros o con hábitos de la Virgen del Carmen como antaño aquéllas que iban arrastrando sus penas y, en ocasiones rompían en lamentos y largos lloros, cuando acudían a  blanquear las fosas y a abrillantar las lápidas para el día de Todos los Santos.

Este año, el día 1° de noviembre, visitaron el cementerio muchísimas personas. Todas las familias de la Villa tenemos algún vínculo en el camposanto y por tanto, es de buen cristiano visitar por lo menos una vez al año a los seres queridos que reposan en este lugar.

Las tumbas, en general, ofrecían una bella estampa adornadas con flores de muy variados colores; claveles, gladiolos, margaritas, nardos, crisantemos, dalias, etc., y bastantes con fotografías, un buen detalle a mi juicio, pues aunque sabemos que ya no podemos traerlos a la vida real, junto a ellos nos parece que está viva la ilusión de tenerlos presentes y hasta de hablarles.

A los niños de mi generación, las escenas lagrimeras al pie de los enterramientos el día de Todos los Santos, que era cuando lo visitábamos, nos causaba una impresión muy triste y un miedo atroz, pero afrontábamos el morbo de la situación; las sepulturas en su mayoría estaban en el suelo con tierra abombada en el centro y para ese día, encalaban los perfiles y le ponían flores en la barriga, en la cabecera una cruz y a los lados dos faroles con aceite y mariposas que encendían al anochecer. A la hora en que comenzaba a retirarse la gente, las luminarias pálidas y amarillentas de los faroles formaban, con el balanceo de las copas de los cipreses movidas por el viento, un baile de sombras en el suelo, cuyas imágenes junto al recuerdo de los cuentos tétricos, que nos contaban los mayores sobre resucitados sepultos que daban golpes durante la noche, nos producía un miedo atroz.

En los mármoles de las bovedillas leíamos los grabados versos y memorias que le dedicaban sus familias, como aquél que decía: “Como te ves yo me vi, /  como me ves te verás / todo para estar aquí / piénsalo y no pecarás.”  O aquel otro: “Ojos de la noche, / luz de las tinieblas / alumbra desde el cielo / hasta que yo muera”, y seguíamos el recorrido visitando el osario donde había esqueletos de brazos, piernas, manos, calaveras, etc, que luego nos traía pesadillas a la hora de acostarnos, y el cementerio civil donde enterraban los que no morían cristianamente: ahogados, ahorcados, los que se ponían al tren, infieles, etc.

Hoy día, afortunadamente ha desaparecido la costumbre de contar aquellos cuentos horripilantes a los niños, y con el bienestar reinante, los cementerios han alcanzado un buen esplendor, tanto que algunas ciudades como Sevilla, tienen incluidos en sus guías turísticas la visita a mausoleos de personas ilustres, y famosas del toreo, para gozo y contemplación de la exquisita arquitectura y, en Villa del Río, salvando las distancias, también hay panteones antiguos y actuales en los patios 1° y 2° dignos de admirar por la singularidad de su belleza global, combinado de mármol y hierro forjado.

A la salida del cementerio, en el frontal de la pared se contempla una imagen en azulejos de la Patrona, y al mirar para atrás desde lo alto de una pequeña y suave rampa que hay hacia la puerta, te sientes atraído por los arrogantes cipreses que escalan al cielo, perennes posaderos de aves cantoras, sempiternos guardias de la paz.

Y a la salida una Capilla oratorio, en la que dejamos con el último suspiro una plegaria y nos despedimos diciendo adiós a los protagonistas de la historia del pueblo. ¡Adiós a los seres queridos! ¡Hasta otro día!. Fuente: Catalina y Francisco Sánchez y Pinilla

 

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