SEGÚN ÁNGEL DEL RÍO, CRONISTA OFICIAL DE LA VILLA DE MADRID, SU NOMBRE LE VIENE DE QUE “ANTIGUAMENTE HABÍA UN MATADERO Y SE CUENTA QUE LLEVABAN LOS CARNEROS MUERTOS POR LA CALLE E IBA DEJANDO UN RASTRO DE SANGRE…”
Después de haber recorrido el país, casi de punta a punta, en la mañana de ‘Fin de Semana’, cogemos de nuevo las maletas pero esta vez nos quedamos en el centro del corazón de España. Los árabes la denominaron Magerit, “tierra rica en agua”. Felipe II la eligió para establecer su corte y posteriormente pasaría a convertirse en el Madrid que hoy conocemos.
Hablamos de una ciudad que no deja de latir. A pesar de haber vivido algunas derrotas, también ha sido cómplice de grandes historias. Para muchas personas, es lugar de paso, sin embargo, otras terminan enamoradas de ella y deciden formar parte de sus arterias. Por eso, es la tercera ciudad más poblada de la Unión Europea. Pero hoy no nos vamos a centrar en la historia de la capital sino en uno de sus rincones, concretamente en el Rastro. ¿Y qué es? Nos lo explica Ángel del Río, cronista oficial de la Villa de Madrid. “El Rastro es un mercadillo al aire libre en el que se venden objetos de todo tipo”.
Un mercadillo con más de 400 años de historia, asentado en el Barrio del Rastro. Este barrio tenía gran actividad comercial de los “ropavejeros”, vendedores de ropa vieja y usada, afincados desde el siglo XIV en la Calle de los Estudios. Es importante saber que el Rastro pertenecía a los Barrios bajos, no por el bajo nivel económico de la sociedad sino, porque desde la Villa, su pendiente hacia el río Manzanares era y sigue siendo muy pronunciada.
Siempre me he preguntado, ¿por qué se denomina así? Rastro. Y he encontrado dos hipótesis. La más noble indica que se llama así por los artículos de deshecho que se venden. La otra se dice que obtuvo este nombre porque Miguel de Cervantes se alojó un tiempo en la Calle del Rastro de los Carneros… Y esto es lo que nos cuenta Ángel>/b>, “antiguamente había un matadero y se cuenta que llevaban los carneros muertos por la calle e iba dejando un rastro de sangre…” Por este motivo se le dio ese nombre a uno de los mercadillos más importantes de la ciudad.
Antes se decía que era el reino de los pícaros y truhanes. Eso sí, si decidimos ir a visitarlo tenemos que tener mucho cuidado con nuestros objetos personales, porque lo de la picaresca no ha desaparecido del todo. Comenzó como un mercado de barrio pequeñito y poco a poco fue teniendo una gran magnitud. A finales del siglo XVIII, empezaron a instalarse vendedores de productos comestibles, tahonas y enseres de todo tipo. Los nuevos puestos invadían la Plazuela del Rastro y la Ribera de Curtidores; luego vino una orden del Concejo que alejó las tenerías de la zona para evitar la contaminación del río.
El Rastro se separa del matadero, en el siglo XIX y adquiere un aspecto diferente. Y aunque durante la semana el matadero seguía con su actividad normal, los domingos por la mañana, los puestos desmontables eran cada vez más numerosos. Cada calle acoge los tenderetes dedicados a un tipo de productos. Y es más, El Rastro, está considerado Patrimonio Cultural del Pueblo de Madrid.
Además han sido varias las veces que se ha querido trasladar a otro sitio pero nunca ha sido posible, quizás por el encanto que tiene. Como ya es habitual en esta sección, después de haber pasado la mañana del domingo recorriendo el mercadillo, para coger fuerzas podemos hacer una parada estratégica. Una parada hoy algo diferente.
Porque entre el sur y el centro del corazón de España tengo el mío dividido. Hemos viajado por muchos rincones de nuestro país, y a lo largo de ese recorrido hemos encontrado gente maravillosa. Por ello hoy vamos a empezar con el postre. Porque, como todo en la vida, hay personas que a veces nos hacen la vida más dulce y otras más amarga. Pero siempre hemos bebido de su sabiduría. Personas que sin ellas, quizás estos lugares no hubieran tenido sentido. Porque la gastronomía no es simplemente platos. La gastronomía son las sillas que ponemos alrededor de la mesa. Y cogiendo, ahora, un poco de aliento, continuamos el viaje, porque aunque el corazón lata de forma distinta, lo mejor de todo es que siempre formarán parte de nuestro equipaje.
Fuente: https://www.cope.es/