HASTA TRES LÍNEAS DE FERROCARRIL SE INTERCONECTABAN EN ‘EL CERCO’ –RECUERDA EL CRONISTA OFICIAL DEL MUNICIPIO, JERÓNIMO LÓPEZ MOHEDANO
A principios del siglo XX, el Cerco Industrial de Peñarroya-Pueblonuevo era la primera zona de producción de carbón de toda España y el primer foco de fundición de plomo a nivel mundial.
Una cifra: 660.000. Son los metros cuadrados de terreno que atesoran el mayor patrimonio industrial del norte de la provincia cordobesa en Peñarroya-Pueblonuevo. Se trata de El Cerco, donde ven pasar el tiempo los restos de imponentes edificios que, flanqueados por chimeneas cual centinelas, dibujan el paisaje que guarda la memoria de la industria minera del pueblo. Una industria que ya ha quedado relegada a los libros de historia pero que, como memoria viva, se ofrece al turista que quiera adentrarse en ella en una visita al pasado más esplendoroso del municipio.
Fue a finales del siglo XIX cuando la poderosa empresa francesa Sociedad Minero-Metalúrgica de Peñarroya (SMMP) se asentó en el Valle del Guadiato combinando la explotación de los yacimientos de hulla existentes en la comarca con el plomo. Un plomo que, para fundirse, necesitaba de una cantidad diez veces mayor de carbón, lo que dio pie a que la empresa construyera allí mismo donde estaba el carbón, a bocamina, una planta de fundición de plomo. Ése sería el nacimiento del Cerco Industrial de Peñarroya-Pueblonuevo.
Hoy, cuando el visitante se adentra en este paisaje parado en el tiempo, camina por una tierra negra como el carbón que brotaba de sus adentros, salpicado el terreno por montículos de piedras que aún conservan como poros las burbujas que experimentaban a altísimas temperaturas en los hornos y, a uno y otro lado, con cientos de ladrillos refractarios de la fundición que quedaron allí como testigos del desarrollo industrial de la zona.
Ante la vista se levantan los que fueron centros neurálgicos de esta factoría: la primera fundición de plomo construida en 1891 y, a su alrededor, todo lo que la industria fue necesitando y se autoproporcionaba: el almacén central –un edificio de 14.000 metros cuadrados que data de 1917 donde llegaron a trabajar 3.000 personas–, los talleres generales, mecánicos y de calderería, el edificio de administración –hoy conservado como una residencia de ancianos–, el edificio de desplatación para separar la plata, la fundición de hierro y de bronce, los hornos de cok, las chimeneas… Esa búsqueda de la autosuficiencia de la empresa se comprueba con la visión de la que fue una central térmica propia, un edificio que estuvo en funcionamiento entre 1918 y 1963.
Y todo ello, con una red propia de ferrocarril –de la que quedan visibles andenes y traviesas de vías– para facilitar el transporte de la mercancía que se adentraba en el propio Cerco Industrial y que da cuenta del nudo de comunicación que la explotación minera propició al municipio. Hasta tres líneas de ferrocarril se interconectaban en El Cerco –recuerda el cronista oficial del municipio, Jerónimo López Mohedano–: la red propia de la empresa, la línea estatal y el ferrocarril minero que unía zonas de Badajoz y Ciudad Real.
La visión de todo este complejo es la huella visible hoy en día de cómo a principios del siglo XX El Cerco Industrial de Peñarroya-Pueblonuevo fue la primera zona de producción de carbón de toda España y el primer foco de fundición de plomo a nivel mundial. Un potencial que se fue difuminando con el paso de los años, con la llegada de nuevos combustibles y el establecimiento de más fundiciones en otros puntos del país. El Cerco viviría su decadencia en la segunda mitad del siglo XX, en manos de una empresa chatarrera que desmanteló todo aquel lo que pudiera serle útil de los edificios del complejo industrial. Luego, ya en 2009, los terrenos de El Cerco pasaron definitivamente a manos del Ayuntamiento de Peñarroya-Pueblonuevo, quien de momento mantiene la zona abierta como un itinerario turístico para rememorar ese episodio brillante de la minería local y también como espacio donde se han rodado documentales y alguna película en un paisaje varado en el tiempo.
En el retrovisor de la historia queda cómo ese vertiginoso desarrollo de la industria tuvo un efecto en el municipio no sólo a nivel económico sino también social. La población de entonces –unos 7.000 habitantes– se multiplicó y llegó hasta cerca de los 30.000, una cifra que casi triplica a los actuales 11.000 peñarriblenses que viven en el municipio. Y la actividad laboral propició, asimismo, que Peñarroya-Pueblonuevo contara con un movimiento obrero muy poderoso. De hecho, llegó a crearse allí la sede de la Federación Regional de Sindicatos, que incluía a unos 14.000 trabajadores.
La influencia de la Sociedad Minero Metalúrgica de Peñarroya dejó huella también en el mapa del pueblo, donde aún hoy existe el denominado Barrio Francés, en el que el visitante puede ver cómo se conservan algunas de las casas edificadas hace un siglo por los directivos de la empresa francesa que explotaba El Cerco. De hecho, durante aquella época era costumbre que los jóvenes de la burguesía del pueblo aprendieran a hablar francés y se mantuvieran costumbres sociales adoptadas de quienes habían llegado al municipio con su empresa.
Esas raíces francesas –cuentan desde el área de Turismo del municipio– son las que hoy en día buscan los turistas de aquel país que se acercan hasta allí con curiosidad para conocer la historia que protagonizaron sus compatriotas en El Cerco y que, junto a visitantes de la provincia de Córdoba y de zonas mineras de Badajoz y Ciudad Real, componen el grueso de quienes se adentran en El Cerco en unas visitas concertadas que permiten viajar en el tiempo y rememorar el pasado más esplendoroso del municipio.
Fuente: http://cordopolis.es/