POR ANTONIO LUIS GALIANO PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA (ALICANTE)
En el año 2015, el Film Society del Lincoln Center dentro de un ciclo de comedias españolas ofreció una película, que el 2 de abril de este año rescató en “Historia de nuestro cine” Televisión Española.
Dicha película que lleva por título “El certificado” fue estrenada en 1969, dirigida por Vicente Lluch e interpretada por Nuria Espert y Adolfo Marsillac.
En la sinopsis se nos presenta a una mujer de provincias que llega a una gran capital y allí conoce a un hombre casado que pasa a ser su amante, y para que éste no cogiera celos le presenta un certificado de virginidad. Algo que, en la etnia gitana lo tienen solucionado y asumido desde hace siglos, siendo el mejor certificado para ellos sobre dicho asunto el ceremonial del pañuelo, a fin de comprobar el estado del himen de la novia antes de la boda.
Pero, además de estos certificados sobre la pureza femenina, hay otros como los de penales, de trabajo y profesionalidad, de mérito y muchos más, así como el que se expide en la “Iglesia Final de los Tiempos” que, yo no sé si tomarlo a broma, sobre la heterosexualidad en el que se certifica de estar libre de prácticas de sodomía durante el lapso de cinco años, por el módico precio de 200 dólares.
Más otras veces el dicho certificado sirve para justificar la ausencia prolongada por otros asuntos en el puesto de trabajo. Ello, lo vemos en un curioso caso que sucedió en la última década del siglo XVIII, con un eclesiástico miembro del Cabildo Catedral de Orihuela.
El asunto fue el siguiente: el 24 de julio de 1792, el obispo de Orihuela don Antonio Despuig y Dameto notificaba a dicho Cabildo que marchaba desde Alicante a su tierra natal, la isla de Mallorca, para asistir a los actos de celebración de la beatificación de su paisana, la religiosa Catalina Tomás profesa del Monasterio de Santa María Magdalena de Palma.
Junto al prelado debió de marchar el canónigo magistral oriolano, el ilicitano Leonardo Soler de Cornellá Ros, que predicó allí el 23 de octubre un sermón con tal motivo.
Sor Catalina Tomás (1533-1574) fue beatificada por el Papa Pío VI, el 3 de agosto de 1792, según un breve apostólico dado en la Basílica de Santa María la Mayor de Roma. Las fiestas de beatificación se llevaron a cabo nueve días después en la Basílica de San Pedro. En todo el proceso desempeñó un gran papel como postulador Antonio Despuig y Dameto que, en esos momentos, se encontraba en Roma como auditor de la Rota, con anterioridad a ser preconizado como obispo para la Diócesis de Orihuela.
La noticia de dicha beatificación, a través del breve apostólico, llego a Palma de Mallorca el sábado 8 de septiembre de 1792, organizándose con tal motivo unas fiestas conmemorativas que fueron descritas por el propio Despuig y Dameto, y publicadas póstumamente, en 1816, en la imprenta mallorquina de Felipe Guasp por iniciativa del presbítero y beneficiado de la catedral de Palma, Josef Barberí con el título: “Vida de la Beata Catalina Tomás. Religiosa profesa del Monasterio de Santa María Magdalena de la ciudad de Palma”. Por otro lado, pasados casi veintinueve lustros, el 22 de junio de 1936, la beata fue canonizada por Pío XI.
Una vez terminadas las fiestas de beatificación en Mallorca y pasados varios meses de su estancia en la isla, Leonardo Soler de Cornellá se dirigía el 18 de febrero de 1793 al Cabildo Catedral para indicar que, desde el día 19 de noviembre del año anterior, que había embarcado en la isla de Palma con el obispo, “por razón de los vientos contrarios estuvo imposibilitado a volver a este país e iglesia hasta el día primero de febrero de 1793”. La travesía debió de ser complicada, ya que después de estar cuatro días navegando, debido al viento de poniente la embarcación tuvo que regresar a Porto Pi.
La situación del mar permaneció hasta el día 22 de enero, teniendo que reintegrarse a Ibiza. Y, allí surge el certificado que justificaba toda la odisea del vivió el canónigo magistral oriolano. Dicho certificado estaba expedido por Miguel Sanz, comisario real de Guerra de Marina y ministro principal de la dos islas.
El escrito le sirvió al eclesiástico para justificar ante el Cabildo Catedral de Orihuela su ausencia al coro durante tanto tiempo, desde el 19 de noviembre de 1792 al 20 de enero de 1793. Por su parte, el citado Cabildo el 21 de febrero de este último año se daba por enterado del certificado de Soler, dejando el acuerdo a adoptar para el siguiente capítulo que se celebró cuatro días después, aprobándose “darle presencia el tiempo que exponía”.
Así, un certificado que lo mismo pudiera servir para el título de una película, que en papel para justificar la heterosexualidad de un individuo y no ser aficionado a la sodomía, o en forma de pañuelo para justificar la virginidad; en este caso, también en papel sirvió a un eclesiástico de finales del siglo XVIII para justificar su larga ausencia de sus obligaciones de asistencia al coro catedralicio.
Fuente: Aquí en Orihuela