POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
El diccionario de la Real Academia Española, define la palabra «chusco», como la persona que tiene gracia, donaire, prestancia o picardía. Sin embargo, tiene otra acepción; dice así: Chusco, es un panecillo pequeño y alargado, o mendrugo de pan, que está reseco qué, casi siempre, pesa entre 100 y 125 gramos. Pan que se distribuye en los cuarteles a los soldados, presos de las cárceles y pobres e indigentes. De ahí que en el argot castrense se le denomine «Pieza de pan de munición».
En un mercado negro acaparado por los llamados «estraperlistas», apareciendo una descomunal «hambruna» y, como consecuencia, un índice de mortalidad que en mi pueblo, fue del 35 por ciento de la población infantil.
Ante la precaria situación, el Gobierno de España instauró las célebres «cartillas de racionamiento», en el mes de mayo del año 1939. Estas cartillas eran familiares y, en el año 1943 se desglosaron en cartillas individuales.
Durante la Guerra Civil, la escasez de alimentos provocó la aparición de un mercado negro que acaparaba la mayoría de los productos alimenticios y los vendían a precios tan elevados que eran prohibitivos para el 90 por ciento de los vecinos. Para estos, los alimentos del racionamiento eran insuficientes a todas luces y tuvieron que alimentarse con los más peregrinos alimentos o sobras como son las peladuras de patatas y de otros residuos, de calabaza y tortas de harina de maíz.
Cuando las cartillas de racionamiento se hicieron individuales, en España había 27 millones de habitantes y en Ulea solo 1,387. A cada español nos dotaron de una «cartilla de racionamiento individual», con el fin de que hubiera un mayor control y se evitara «el pillaje». Cada libreta tenía unos sellos en los que ponía: «vale pan», «vale aceite», vale azúcar»,» vale arroz» «vale… A su vez tenían un apartado que ponía «varios». Este apartado era utilizado cuando, en alguna ocasión, «había algún extra»; tales como carne, judías o bacalao.
El pan, ‘los chuscos’, los daban a diario y, casi siempre, era de harina de trigo. Pero, cuando se acababa el remanente del trigo, se utilizó harina de cebada, de centeno o de maíz. Pasados unos meses, también se utilizó la harina de «guijas o de altramuces».
En mi pueblo había dos panaderías que se repartían los racionamientos de los chuscos de pan: la de el ‘tío Salinas’ «El hornero» y la de «Juan de Dios y Adelina» El primero abastecía a la población mas señorial y, la segunda a los menos favorecidos. A esta última pertenecíamos los que vivíamos, desde «la punta del pueblo hasta el molino y los campos»
Todas las mañanas, cuando venía de los tollos a la escuela, pasaba por la casa de mis padres y hermanos, y, mi madre me daba las cartillas de racionamiento de pan y subía a la panadería de Juan de Dios a que me diera los chuscos que me correspondían. Las pequeñas barras de pan estaban recién horneadas y, muchas veces, era tal el hambre que tenía que pellizcaba la punta de los chuscos y me la comía antes de regresar.
Como tenía entre cuatro y nueve años, al llegar a casa miraba a mi madre, me abrazaba a su cintura y me cobijaba en su regazo. Al poco, alzaba la vista y me esbozaba una sonrisa de complicidad. Me hacía una pequeña rebanada de ese chusco con un poco de aceite y pimentón y, tras darme un beso me marchaba a la escuela, acompañado de mi hermano Paquito.
Además de las panaderías oficiales, existían en el pueblo otras panaderías semi clandestinas que utilizaban harinas de trigo y de cebada de dudoso origen, generalmente de estraperlo. Allí acudíamos cuando en las mayorías de las casas había algún dinero y comprábamos unos chuscos recién horneados. Tanto es así que la molla del pan parecía masa. En mi mochila metía los chuscos que correspondían a mis abuelos Joaquín y Clarisa, con quienes vivía en la cueva de la rambla, y con ellos regresaba tan contento.
Por las mañanas, los abuelos me echaban en un cesto frutas, legumbres y hortalizas que habían recolectado, así con aceitunas partidas curadas con hinojos y, sin darme cuenta, metían uno de los chuscos para que mamá se lo diera a los hermanos o a quien más lo necesitara. Sí, de ellos recibí diariamente lecciones magistrales.
En aquella época de penuria, la juventud hizo un homenaje al «Chusco», haciendo un ruidoso pasacalle enarbolando unas barras de pan.