POR FRANCISCO JAVIER GARCÍA CARRERO, CRONISTA OFICIAL DE ARROYO DE LA LUZ (CÁCERES)
Aunque robar es uno de los actos más sucios y cobardes que una persona o un grupo de personas puede realizar, no por ello ha perdido la etiqueta de lo que podríamos catalogar como una “constante histórica”. Ha sido, por consiguiente, una práctica deleznable que trasciende países y épocas y que tampoco entiende ni de estamentos ni de clases sociales. Fue y es practicado desde el vecino más cercano hasta los políticos de cualquier época, aunque también es verdad que especialmente estos últimos.
Las modalidades del robo han sido siempre muy variadas, aunque todas tienen en común el apropiarse de manera indebida de lo que no se posee. Entre estas variantes podríamos destacar hurtos, estafas, atracos, extorsiones, deudas no satisfechas o incluso el plagio y la piratería. Diversas prácticas que realizan los llamados “amigos de lo ajeno”, experiencias todas sobre las que tenemos constancia fidedigna, y en no pocas ocasiones, a lo largo de la historia centenaria en Arroyo del Puerco. Repasaremos algunos ejemplos que se dieron y que por alguna cuestión particular considero hechos especialmente relevantes, con la seguridad que podríamos haber elegido otros sucesos no menos espectaculares.
El primer ejemplo que me llamó la atención, especialmente por la contundencia con la que se supo defender el pueblo en masa, sucedió en agosto de 1875. En el contexto de la Tercera Guerra Carlista, una de las muchas guerras civiles que han asolado nuestro país, y ya cuando el movimiento absolutista estaba a punto de ser derrotado una vez más, algunos de los integrantes de estas partidas ya debilitadas y casi vencidas por el Estado, se dedicaron a actuaciones de pura supervivencia donde el bandolerismo era casi su único medio de vida. El 20 de agosto de aquel año un grupo de “latro-facciosos” que era como se denominaban a aquellos integrantes tuvieron la mala idea de tratar de asaltar el pueblo para robar lo que pudieran. Aún no teníamos Puesto de la Guardia Civil por lo que fueron los propios vecinos los que se defendieron con “uñas y dientes”, dando muerte a uno de ellos, capturando a otro, y poniendo en desbandada al resto de la pequeña partida.
Otro suceso espectacular ocurrió en los días previos a la feria de septiembre de 1897. Anualmente, y desde hacía algunos años, varios tratantes de ganado llegaban a nuestra localidad desde la lejana población de Villa del Río (Córdoba). Aquel año eran varios los que se dirigían hasta nuestra localidad cuando a la altura de Sierra Traviesa, estribaciones de Sierra de San Pedro, y próximo a la localidad de Aliseda, fueron asaltados por “tres hombres enmascarados y provistos de armas de fuego con apariencia de gitanos” que les robaron todos los enseres que portaban y una de las “yeguas en las que montaban”. También sustrajeron todas sus ropas de vestir por lo que dejaron a los infortunados caminantes como “Dios los trajo al mundo”. Se dieron la vuelta a sus respectivos domicilios, no era cuestión de entrar de esta guisa en nuestra localidad, y pusieron el caso en manos de la autoridad que nunca descubrió a los verdaderos culpables.
Mejor suerte tuvo nuestro paisano Cipriano Collado en la primavera de 1905. Cipriano era dueño de uno de los mejores potros que había en la villa. Semejante ejemplar era objeto de deseo de muchos amigos de lo ajeno. Tan era así que en la madrugada del 7 al 8 de mayo del aquel año el potro desapareció de la cuadra de su dueño. Rápidamente se iniciaron las pesquisas para tratar de descubrir al autor del robo. Muy pronto un delegado que fue enviado por el gobernador civil de la provincia junto con el agente a sus órdenes, Gumersindo Iglesias, dieron con el paradero del animal robado y con el autor del delito que no fue otro que Miguel Marín Torres, un delincuente de 41 años que entonces estaba soltero y residía habitualmente en la ciudad de Huelva desde donde había llegado unos días antes.
Distinto fue lo que le sucedió a Patricio Bernal que regentaba en la población un comercio conocido como “El Castellano”. En los días previos a la Navidad del año 1909, y cuando las ventas de productos dada la fecha se estaban incrementando notablemente, varios individuos aprovechando la oscuridad de la noche saltaron fácilmente un muro de unos tres metros y medio para posteriormente romper un “débil cristal que saltó en pedazos a la menor presión de los corsarios”. La arriesgada hazaña proporcionó a los ladrones unas 800 pesetas en calderilla que los dueños habían dejado en los cajones del mostrador. Se salvaron del atraco algo más de 1.000 pesetas en plata y papel que Patricio había recogido aquella misma tarde de los almacenes para trasladarlos a lugar seguro. A pesar que se hicieron “varias detenciones y registros”, nunca se supo de manera fehaciente quiénes fueron los autores del delito.
Mucho mayor impacto en Arroyo tuvo el suceso ocurrido la madrugada del 24 de marzo de 1911. Aquella mañana cuando el cura párroco de la iglesia de La Asunción acudió al edificio religioso se encontró con una desagradable sorpresa. Prácticamente todos los cepillos de la parroquia y destinados a la recogida de las limosnas se encontraban “fracturados violentamente y desaparecido los donativos depositados en ellos por fieles y personas piadosas”. Se pensó que el ladrón o ladrones se quedaron escondidos en la iglesia desde la tarde anterior. Utilizaron un martillo que se encontraba en la sacristía como el arma que les ayudó a descerrajar todos los cepillos. Completamente inservibles quedaron el de San Antonio y el de la Virgen de los Dolores. Aunque desde el primer instante el inspector de policía Juan Franco Moyano trató de esclarecer el “sacrílego atentado”, muy pronto se vio que iba a ser muy difícil dar con el paradero de los verdaderos autores del suceso, como así ocurrió.
Más espectacular si cabe resultó el episodio ocurrido en el pueblo en noviembre de 1915. Desde hacía un tiempo se venía observando en distintos establecimientos de la villa la aparición de dinero falso tanto de billetes como de monedas. Después de distintas pesquisas realizadas por el inspector de policía de aquel momento, Sebastián Macedo, se logró detener a Cástor Molano que en ese instante tenía en su poder dos billetes falsos de 25 pesetas y otras 50 pesetas más en monedas de a 5 del rey Amadeo I de Saboya y de Alfonso XII. Después de un registro más exhaustivo en su domicilio se encontró más calderilla de pesetas también falsificadas tanto del Gobierno Provisional de 1868 como del rey anteriormente señalado. En el interrogatorio del detenido, “y después de muchas protestas de inocencia”, declaró que el verdadero artífice en la elaboración del dinero falsificado era Reyes Macías, más conocido como “El Malagueño”. Ambos detenidos fueron puestos a disposición del juzgado con todo el dinero intervenido en la redada.
El robo de trigo en cualquiera de las eras de la villa resultaba habitual año tras año. No siempre se daba con los culpables de esas faltas, aunque en otras ocasiones los autores no lograban salirse con las suyas. Eso fue lo que sucedió en mayo de 1917 cuando desaparecieron cuarenta fanegas de trigo en solo una noche. En este caso fue la Guardia Civil la que se puso manos a la obra consiguiendo dar con el paradero del trigo robado y detener a los 10 sujetos que estuvieron en relación con este suceso. Resuelta la incidencia, el cabo-comandante del Puesto, Andrés Gómez Carranza, y el resto de los 4 guardias que ocupaban la casa-cuartel de Arroyo del Puerco fueron felicitados por sus jefes provinciales.
Espectacular, y sin resolución final, resultó el robo que se realizó en la madrugada del 12 de febrero de 1925 en la cooperativa del pueblo. En este caso los ladrones se “encaramaron a un balcón, forzaron una puerta con una palanqueta y camparon a sus anchas en el interior del edificio”. El robo fue de 400 pesetas en metálico y una cantidad indeterminada de “fichas del monetario de dicho establecimiento”. Unas monedas con valor económico que únicamente podían utilizarse para comprar productos de esta cooperativa.
Intrigante resultó la resolución de uno de los casos que mayor atención ocupó en la villa a lo largo de 1927. Todo ocurrió en la tahona de Teodomiro Carrasco Tapia. Este empresario venía notando desde hacía varios meses que le faltaban pequeñas cantidades de dinero de la venta diaria del pan. Una cifra que sumada en “su totalidad resultó alarmante”. Como Teodomiro creía que el “sisador” lo tenía en su propia empresa, contó el caso únicamente a la Guardia Civil, sin mostrar ninguna sorpresa en la tahona donde se seguía trabajando con total normalidad. Después de varias pesquisas se descubrió que el que se estaba sustrayendo el dinero en pequeñas cantidades diarias entre 5 y 30 pesetas era su “maestro de pala” llamado Lucio. Este empleado había logrado hacerse con una copia de la llave de los cajones donde se depositaba el dinero recaudado. También disponía de una ganzúa especial que abría sin ningún problema el resto de los cajones del establecimiento. Descubierto al sisador, y en su presencia, la Guardia Civil acudió a su domicilio donde guardaba el botín de meses. Abrieron un baúl que tenía en su dormitorio y encontraron la nada desdeñable cifra de 1.633 pesetas, “parte de lo que había sustraído el caco a lo largo del último año”, según informó el benemérito Cuerpo.
De cualquier forma, el suceso más espectacular e inexplicable de estos pequeños hurtos fue el que explicaremos a continuación, y que sucedió durante la feria de septiembre de 1929. En este caso el infortunado afectado fue otro tratante de ganado y natural de Badajoz llamado Andrés Morales Montero. Andrés había hecho buenos negocios en la inauguración de la feria anual de ganado, evento que se celebraba en la explanada donde hoy se encuentra el instituto Luis de Morales. Con una buena cantidad de dinero en el bolsillo había reservado una habitación en la fonda de José Pallí. El 13 de septiembre cuando despertó y se estaba vistiendo notó que le faltaban 5.000 pesetas y “eso que las tenía metida en un sobre y dentro del bolsillo del chaleco y esta prenda debajo del colchón donde durmió”. Pero es que los “rateros” no solo fueron hábiles sino que también “extremadamente considerados”, ya que el sobre, según declaraciones del asaltado, tenía una cantidad mayor de dinero, pero únicamente faltaban los “1.000 duros”. La voz de alarma fue inmediata, advertida la Guardia Civil, se llegó a la conclusión que los “carteristas”, que no era la única vez que hacían su “septiembre” en la localidad, fueron en esta ocasión “dos señores” que también se hospedaron en dicha fonda y dijeron llamarse Manuel Plá, natural de Castellón y Alberto Jiménez nacido en Madrid. Los supuestos autores salieron “de manera precipitada de la fonda hacia las 23´45” con el argumento de ir hasta la estación de trenes a esperar unos familiares que llegaban en ferrocarril. Pero la verdadera intención era “coger el rápido con dirección a Plasencia-Empalme” y no volver ni a la fonda ni, por supuesto, a Arroyo. Nunca se supo la verdadera identidad de los “carteristas”.
No obstante, y para concluir, no siempre los autores de estos hurtos, robos, asaltos, fueron puestos en práctica por las capas más desfavorecidas de la sociedad. En ocasiones, y como estamos viendo en los últimos días, los implicados en la desaparición de los bienes ajenos se debió a otros colectivos sociales a los que generalmente no les hace ninguna falta. Un ejemplo llamativo lo tenemos en 1658 cuando una “requisitoria” dada por Juan Ramírez de Arellano y Guevara, alcalde de Casa y Corte, una de las instituciones judiciales dependientes del rey Felipe IV y del Consejo de Castilla, fue dirigida a las “justicias de Arroyo del Puerco” donde se ordenaba la “detención de Jacinto Marín y su mujer Catalina de Valencia” y el “embargo de todos sus bienes por el impago de una deuda contraída con Antonio Alfonso Pimentel VIII conde-duque de Benavente”, señor de la villa.
Mucho más cercano en el tiempo, y del que durante muchos años se comentó en Arroyo, aunque la mayor parte de las veces en “voz baja” y hoy completamente olvidado, fue la desaparición, o “filtración” en el Ayuntamiento de la localidad de nada menos que 144.322 pesetas, un dinero que era de todo el pueblo y que no se sabía, según los denunciantes, dónde había ido a parar. Pesetas de las de 1910, y cuando el consistorio municipal era regentado como alcalde-presidente por Germán Petit Ulloa, aunque ello, como siempre decimos, es ya otra historia.
Fuente: http://arroyodelaluzpaisajesyfiestas.blogspot.com.es/