EL CURANDERO
Mar 03 2015

POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)

Brujo_Rector

Hace unos años, cuando aún trabajaba en la provincia de Alicante, ocurrió un caso insólito; al menos, así me pareció. Ejercía de médico en una ciudad industrial, de alto nivel económico, en el que no había una correlación con el nivel cultural. Era, y es, una comarca muy proclive a consultar a los curanderos; que proliferan con gran frecuencia. Pero ¿cuáles eran las causas? Posiblemente las de siempre: masificación de la consulta, lista de espera, escasas posibilidades de establecer una buena relación con el médico, el progresivo deterioro de la clase médica y los niveles culturales; unidos a la tradición secular de acudir a todo tipo de sanadores.

curandero3

En la comarca proliferan, desde todos los ángulos y para todos los gustos. Me refiero, solamente, a quienes se atribuyen poderes curativos, sin tener una mínima formación académica. Abundan, también, quienes ejercen como “iridólogos, bromatólogos, acupuntores, homeópatas”; que, formados en la facultad -y con su título de médico, optaron por adquirir estos conocimientos y dedicarse a su ejercicio, como profesionales. Para estos, todos mis respetos.

El problema, si no grave, era, por lo menos, curioso. Un día, en una de las reuniones que teníamos los médicos, tras la jornada laboral, uno de ellos nos dice: ¿habéis oído hablar de un curandero que pasa consulta cuando sale de su trabajo? Da números, como si de un especialista se tratara, cobra, tan caro, como los médicos y, además, hace recetas. Aunque sabíamos que multitud de pacientes tenían fe en sus curanderos, nunca habíamos oído hablar de este señor, en concreto.

Nos llamó la atención y pusimos el oído a funcionar. Otro día nos dice: Escuchad, hoy me han venido dos pacientes que, al final, me han confesado que como no se curaban de su artrosis, acudieron al curandero y les ha prescrito estas medicinas (nos muestra una hoja de libreta, a rayas, en la que iban escritos los nombres de medicamentos que usábamos de forma asidua y eran correctos). Nuestra curiosidad iba subiendo enteros. Todos los que trabajábamos en el Centro de Salud, intentamos recopilar material para ponerlo en conocimiento de las autoridades sanitarias y judiciales. Estos pacientes acudían, sin ningún rubor, a consulta, o mandaban a un familiar, para que le pasáramos los medicamentos; como si vinieran del especialista.

Otras veces, alguna farmacia, no todas, despachaba los medicamentos, por adelantado, a la espera de que le llevaran las recetas, con posterioridad. “Se habían aprendido todos los trucos y artimañas”, que no eran, ni serán, nuevos. Como teníamos confianza con alguno de los que le visitaban, con asiduidad—y que mejoraban, íbamos recopilando material y “atando cabos sueltos”. No podría afirmar si era morbo, curiosidad, o prurito profesional. El caso es que todos hicimos un frente común, para tratar de esclarecer la situación. Se trataba de un señor de 32 años, que trabajaba en una fábrica de zapatos, como administrativo.

Al terminar su trabajo en la oficina, se iba a su consulta para atender a los enfermos que tenía citados. Una señora era la encargada de anotar las visitas, por teléfono, indicando día y hora. Esta misma señora es la que se encargaba del cobro y es, la que tras la visita, le sacaba la prescripción, escrita en una cuartilla—siempre a rayas, con su dosificación.

Cuando se tuvieron datos suficientes, se comunicó a las autoridades y estas, al Colegio de Médicos, el cual se puso en marcha para esclarecer los hechos. Durante todo este tiempo se seguían recopilando datos, que iban engrosando el dossier que ya teníamos. Llegamos a conocer a dicho ciudadano—siempre a distancia—y se trataba de una persona, sin sospecha alguna. Se recavó información de la dirección de la empresa, y nos manifestaron que se trataba de un trabajador ejemplar. Cumplía su cometido a la perfección, aunque se habían enterado que “ejercía de curandero”; pero, este asunto no era de su incumbencia, nos decían.

En la comarca tenía un gran prestigio y, tal era la faena que se le acumulaba, que optó por pedir el finiquito de la empresa y “dedicarse, con exclusividad, a su tarea como sanador”. El secreto de su éxito no era otro que el que podemos tener cualquier médico: disponía del tiempo suficiente para poder conversar—y escuchar—Sí, “escuchar”, así como suena.

Con un dossier de datos: recetas, testigos que se prestaron, ya que consideraban que habían sido engañados, porque no se curaban, un farmacéutico que se negaba a dispensar los medicamentos con ese tipo de recetas; “se presentaron, en el consultorio del curandero”, los representantes del Colegio de Médicos, así como la Autoridad Judicial. Como era la hora de la consulta, “sabían que le cogían con las manos en la masa”.

Con el Juez a la cabeza, llamaron a la puerta. Salió la señora, que hacía de ayudante, y les preguntó si habían pedido turno para ser recibidos – la señora salió con una libreta para anotarles. No, no venimos para ser visitados. “Queremos hablar con el sanador”. El Juez enseño un mandamiento judicial, que le otorgaba el derecho de inspección, y “le indicó que venía dispuesto a ejecutar una denuncia por intrusismo”. La señora, impávida, tras hacerles sentar, les dice: no se preocupen, tan pronto como salga el paciente que está atendiendo, le digo que suspenda la consulta; y les atenderá con sumo gusto. El grupo, formado por cuatro personas, no salía de su asombro; todo les resultaba extraño.

No se hizo esperar y tan pronto como terminó, con el paciente que estaba atendiendo, salió para cumplimentarles ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué desean? Tras la presentación de rigor y una vez mostradas sus credenciales, comienzan a dialogar. “El sanador” apenas se inmuta y les atiende con un desparpajo y cortesía, exquisitos.

Tras unas breves palabras, les hace pasar a su despacho, no sin antes pedirles disculpas a los enfermos que esperaban, su turno, para ser atendidos. Una vez en su despacho, les hace sentar y pregunta cual era su misión. Toma la palabra el Juez y, mostrándole, de nuevo, sus credenciales, le insta a que se identifique ya que pesan, sobre él, graves acusaciones sobre “intrusismo”. ¿Cuáles son los cargos?, pregunta el sanador.

El Juez saca una carpeta en la que lleva gran cantidad de documentos, que habían recopilado durante dos años. Todos estos documentos le delatan como responsable y, ahora, vendrá con nosotros para tomarle declaración. Será detenido, probablemente. Como es lógico, tiene derecho a defenderse, jurídicamente: puede nombrar letrado. De vez en cuando levantaban la cabeza y observaban al sanador tranquilo; como si con el no fuera el asunto Cuando tomaron la decisión de que les acompañara, tomó la palabra y les dijo: Solamente quiero decirles que los cargos que se me imputan son falsos ¿Y estas cuartillas con nombres de medicamentos y posología?

Sí, efectivamente, son mías, pero permítanme explicarles: Salta de la silla y, de una salita interior, saca un título en el que se acredita que es médico, expedido por la Facultad de Medicina de Valencia. Tras mostrarles dicho documento, pasa a contarles: Hace siete años que terminé la carrera de medicina, y “anduve haciendo sustituciones, de un lado para otro, malviviendo” y, sin poder mantener a mi mujer y un hijo de corta edad. Busqué trabajo en una fábrica de calzado; y me iba bien. Vivía con decoro y, esta situación, me hizo olvidar que era médico. De pronto, un buen día, visité a mi familia, en Albacete, y me dijeron de todo menos bonito. “Me humillaron al decirme que no tenía agallas para abrirme camino, como médico”. Entonces pensé trabajar, en las horas libres, como “curandero”, pues me había enterado de que, aquí, la gente es muy aficionada a acudir a los sanadores.

Lo que comenzó siendo un capricho, acabó ocupándome el día entero; y terminé dejando el trabajo de la fábrica y, dedicarme, de lleno, a curar; a ejercer de médico. No invento nada, ni doy agua de ningún pozo, ni rezo jaculatorias, ni hago invocaciones a los espíritus. Como soy médico, prescribo medicamentos y como no estoy colegiado, no puedo tener recetas oficiales. Sereno, con la seguridad que da el saber que no está cometiendo ningún delito, para que sus visitantes no se sintieran incómodos, les dice de forma distendida: Escuchen; como médico no podía vivir y como curandero, me he comprado esta casa, tengo un coche y vivo con dignidad, situación que antes no disfrutaba ya que tenía que ir de un lado para otro, mendigando una sustitución esporádica y, debiendo dejar a mi mujer en casa de sus padres. Esa es toda mi historia. No hay nada más. El Juez, tras comprobar la veracidad de cuantos documentos les mostró, incluido el título de médico, solamente pudo imputarle por no estar colegiado !Sin comentarios!

Add your Comment

Calendario

noviembre 2024
L M X J V S D
 123
45678910
11121314151617
18192021222324
252627282930  

Archivos

UN PORTAL QUE CONTINÚA ABIERTO A TODO EL MUNDO