POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
No termina de cuajar, o eso le parece al común de los murcianos, el Día de la Región. Quizá por nuestra idiosincrasia, que en ese charco me meteré otro día. Acaso por la fecha, que invita más a disfrutar de nuestras espléndidas playas, caña y marinera en mano, que endomingarse para hacer bulto en actos públicos. O es posible que el 9 de junio siempre fue, desde que el mundo es mundo y los michirones se cocinan con sobrasada, solo el día de San Efrén, santo poco venerado en esta tierra. Mucho menos, pongo por caso, que San Judas Tadeo, aunque esa es otra historia.
La Región celebra hoy su día, al menos en el formato moderno, desde que la Comunidad Autónoma lo estableciera en una reunión del Consejo de Gobierno un 4 de noviembre de 1982. Se quería conmemorar que el Rey don Juan Carlos firmó ese día del mismo año el Estatuto de Autonomía. Podía haberlo firmado el 13, que es San Antonio, que también siempre fue un fraile muy querido en Murcia.
¿Y la bella mañana ‘mora’?
En la misma reunión se decidió convertir en laborable el Lunes de Pascua y se trasladó la libranza laboral al Jueves Santo. No fue mala idea. Por cierto y ya que andamos con el incensario en la mano, durante un tiempo no tan lejano muchos consideraron la mañana ‘morá’ del Viernes Santo como el día de la Región.
Fue entonces cuando ‘Línea’ sentenció que si se aprobaba la idea «se desvanecería para siempre la esencia de un día que, por sí solo, nos honra y nos proclama al mundo entero. Con razón se ha llamado algunas veces el gran día de Murcia». Aunque, en verdad y teniendo en cuenta la magnífica Semana Santa cartagenera, la lorquina y las de tantas poblaciones, ésta fiesta solo lo era de la capital.
Si rastreamos en la historia una jornada que aunara a los habitantes de esta Región, incluso físicamente, habría que detenerse en el día de la romería de la Fuensanta. Durante generaciones fue el único día del año que reunía a gentes de todos los pueblos de la provincia.
Valcárcel, en esa línea, insistía en que la fecha idónea era el 8 de septiembre, una vez más en torno a la Patrona. Sus palabras las secundó la Federación de Banca y Ahorro, desde donde destacaron en los papeles periódicos que esa jornada era «una fecha en que ya, por otras razones, se congrega toda la Región en algún punto». El monte.
La etiqueta de «gran día», como resulta evidente, siempre fue del interés de quienes cortaban el bacalao político, en alguna ocasión impuesta sin ninguna aceptación de los gobernados. Es el caso del intento de la Dictadura de Franco de establecer el 29 de marzo como «el gran día de Murcia». Coincidía con «el aniversario de la liberación de la ciudad» por las tropas franquistas. Solo causó risas. Contenidas; pero risas.
Similar fortuna tuvo la idea de ‘Línea’ de instaurar el «día de la Región» un 25 de febrero. ¿El motivo? Ese día entregaba el periódico su ‘Premio Línea de Regionalismo’.
Si reconocemos a los auténticos artífices de un ‘Día de la Región’ debemos alzar la vista
más lejos de nuestra pequeñas fronteras. Esa festividad civil fue creada por las casas regionales repartidas por todo el mundo y que, entonces como ahora, sienten de corazón la tierra que ellos o sus ancestros se vieron obligados a abandonar. Que se lo digan a la los hermanos argentinos de Rosario. Ya en 1930 se convocaba con gran afluencia de gentes un ‘Día de Murcia’ organizado por las casas regionales establecidas en Madrid y Barcelona. Incluida la elección de ‘Miss Murcia’ cada 8 de septiembre en honor a la Fuensanta.
Resulta curioso destacar que no había connotaciones religiosas en la fecha, pues la casa de Barcelona publicó en 1935, en la Segunda República, una carta en el diario ‘Levante Agrario’ donde sostenía que, al margen de devociones marianas, siempre «es una fecha memorable para el buen murciano». E insistía: «Es una fiesta tradicional que, de un modo o de otro, la celebran todos sin que influyan otros factores, y sin que se impulsen otras ideas que las de seguir la tradición».
Sea como ustedes quieran, pero junio siempre fue para los huertanos el terrible mes del rento, cuando pagaban por San Juan el alquiler de las tierras a los señoritos. No era, sin duda, una fecha agradable.