POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Damián Abellán Herrera, secretario del Ayuntamiento de Ulea, adquirió un coche utilitario, a finales de la década de 1950. Como Damián era muy irónico, le bautizó con el nombre de «el Doroteo».
Cuando circulaban por las calles con su miniatura de coche, Damián y su mujer, Matilde, parecían una secuencia de las películas de Stan Laurel y Oliver Hardy (El gordo y el flaco). Todos los vecinos, sobre todo los niños, seguíamos corriendo tras la estela de dicho vehículo, ante la risa impávida de su conductor.
Como en un principio carecía de un lugar idóneo para resguardarlo de las inclemencias del tiempo y, sobre todo, de la chiquillería, lo aparcaba en una esquina de la plaza Mayor, al amparo de la Casa parroquial o «Casa de Eiffel».
Como es de suponer, los escolares nos acercábamos para contemplarlo y tocarlo.
El coche, de color oscuro, fue de los primeros que llegaron a manos de los vecinos. Como era tan pequeño, Damián, con sus más de 1´90 de estatura y más de120 kilos de peso, se las veía y deseaba para introducirse en el y, una vez en su asiento, el coche se canteaba y, para equilibrarlo, tenía que poner un contrapeso, generalmente un saco de arena. Lo mismo ocurría cuando le acompañaba su mujer, Matilde, dado que la diferencia de peso y estatura era notoria.
Cuando Damián estaba junto a su Doroteo, esbozaba una sonrisa socarrona y se introducía en su vehículo. Como los niños merodeábamos alrededor del mismo, hacía sonar su bocina para que nos apartáramos. Parecía un gigante junto a un muñeco.
Como tenía diez hijos, la mayor llamada María Luisa y la pequeña de corta edad, Mati, cuando salían de excursión, generalmente a las romerías de San Antón o el día de la mona de Pascua, los ponía en fila para introducir primero a los mayores y, cada uno de ellos, sentaba sobre sus piernas a uno o dos de los pequeños. A pesar de todo no cabían todos y alguno de los mayores se quedaba en tierra. Mientras Matilde se echaba las manos a la cabeza, Damián esbozaba una sonrisa. Siempre estaban de buen humor.
Voy a relatar una anécdota que él refería con cierto gracejo; es la siguiente: Un día viajó a Murcia con su mujer y se alojaron en la posada de Santa Catalina. Dejaron el coche a las puertas de la posada y entraron para que les asignaran una habitación. Cuando el recepcionista les dio las llaves, Damián le dice que «donde alojaba a su Doroteo» y, el dueño, todo contrariado, le dice que no le queda ninguna habitación vacía.
Alza la vista y le observa sonriendo. Todo sorprendido le dice a Damián ¿Cómo se ríe usted? La respuesta no se hizo esperar y, con el humor de siempre le responde: Porque «El Doroteo» no es ninguna persona; se trata de mi coche y lo que necesito es una plaza de aparcamiento. Sin comentarios.