EL ESCUDO DEL ATHLETIC CLUB QUE SE ESCONDE EN UNA IGLESIA DEL SIGLO XIII
Ene 09 2020

LA TORRE DE LA IGLESIA QUEDÓ DAÑADA DURANTE LOS TERREMOTOS DE LISBOA DE 1521 Y 1755, LLEVANDO AL AYUNTAMIENTO A DEMOLER PARTE DE ELLA PARA EVITAR «GRAVES PERJUICIOS» A LOS VECINOS, SEGÚN RELATA EL CRONISTA OFICIAL DE TRUJILLO, JOSÉ ANTONIO RAMOS

El escudo del Athletic Club en uno de los 52 capiteles de la Torre Julia, el campanario de la iglesia románica de Santa María la Mayor de Trujillo.

El cantero trujillano Antonio Serván ‘El Rana’ esculpió en 1972 la insignia del club bilbaíno en uno de los 52 capiteles del campanario románico de la localidad. El Gobierno de Franco mandó al responsable de Bellas Artes a investigarlo

En la lista de hijos ilustres de la ciudad cacereña de Trujillo (9.193 habitantes) que encabeza el conquistador Francisco Pizarro aparece también Antonio Serván El Rana, un certero cantero que en 1972 elevó a los cielos la fama de su ciudad natal y la de su equipo de fútbol: el Athletic Club. Nunca imaginó que esculpir el escudo de su club en uno de los 52 capiteles de la Torre Julia, el campanario de la iglesia románica de Santa María la Mayor de la localidad, le llevaría a figurar en las páginas de los diarios de la época, a ser objeto de debate en el consejo de ministros de Franco y, sobre todo, a conocer a su ídolo, el portero José Ángel Iribar, El Chopo. Su osadía, lejos de olvidarse, se ha expandido. Cada año, varios medios recogen la historia, cientos de curiosos visitan la ciudad para ojear su creación y los guías turísticos incluyen en su repertorio la curiosidad futbolística que corona el edificio histórico. Pero como pasa muchas veces, la realidad se ha entremezclado con la ficción. Los testigos de aquella gesta recrean ahora la anécdota de El Rana, las razones de por qué lo hizo y lo que sucedió después.

Antonio Serván ‘El Rana’ esculpe un escudo del Athletic en una fotografía de la época de la remodelación de la torre.

«Se ha inventado mucho. Un día, que andaba yo por cerca de la iglesia, escuché a un guía decir que Franco había venido a inaugurar la torre y que Serván puso allí el escudo porque le vino en gana. ‘Mire usted’, les digo: ‘Eso no es así», relata Germán Petisco, de 74 años, el aparejador que comandó la reconstrucción de la torre y que consintió que el maestro cantero, que para entonces tenía 60 años, perfilase la insignia de su club en piedra a unos 25 metros de altura.

En 1971 la Dirección General de Bellas Artes decidió reconstruir los dos cuerpos superiores de la torre románica, demolidos por el Ayuntamiento de la localidad un siglo antes dado su mal estado. La subasta de la obra quedó desierta, pero finalmente dos contratistas locales, el alcalde de Trujillo Jacinto Tapia y su teniente alcalde, Francisco Casares, se hicieron cargo del proyecto. Al frente de la obra estaban Petisco, que tenía 26 años, y el arquitecto Dionisio Hernández. «Había poco dinero para la reconstrucción. Los andamios eran de madera y en aquellos años no había tanta maquinaria como ahora. Parecía que era una obra auténtica del siglo XIII», bromea entre risas. Lo único que tenían del aspecto original de la torre era un grabado, así que los responsables de la restauración investigaron a fondo la arquitectura románica para replicar desde cero el edificio.

La Torre de la iglesia trujillana de Santa María de la Mayor (del siglo XIII) quedó dañada durante los terremotos de Lisboa (Portugal) de 1521 y 1755, lo que llevó al Ayuntamiento a demoler parte de ella en el siglo XIX para evitar «graves perjuicios» a los vecinos, según relata el cronista oficial de Trujillo, José Antonio Ramos. En la fotografía, la torre demolida antes de la remodelación de 1972.

El aparejador aún recuerda algunos nombres de los trabajadores que reconstruyeron el edificio: Pepe Maganto, Diego Neira, Pedro Almendro y, claro, El Rana. «Serván, que era quien dirigía a un pequeño grupo de escultores, trabajaba bajo una lona al lado de la iglesia. Allí esculpía los ornamentos y el oficial de primera, Maganto, subía en el andamio y las colocaba. Como quería que se reconstruyese del mismo modo que se hacía en el románico, le insistí en que era tarea del maestro cantero diseñar los 52 capiteles de la torre», explica Petisco, que puso la única condición al cantero de que no repitiera ningún motivo decorativo. Al diseño de los capiteles, se le suma el diseño de otro centenar de elementos arquitectónicos dispuestos por toda la estructura. Todos diferentes, lo que agotó la creatividad del escultor.

Varios de los obreros se toman una fotografía durante la reconstrucción de la Torre Julia. A la derecha, de pie, el aparejador Germán Petisco.

«Cuando estábamos a punto de acabar la obra, Serván me dijo que se le habían acabado las ideas. Que le faltaba un capitel y que no sabía qué más esculpir. Yo le dije que era él el que tenía que decidirlo, como era costumbre en el románico. Entonces me comentó que en su taller había empezado a esculpir el escudo de su equipo de fútbol. A mí me pareció bien y fue lo que talló al final y lo que Maganto colocó en la torre». Así cuenta Petisco, a pocos metros del escudo, cómo fue la decisión de incluir el motivo futbolero en el edificio medieval. La insignia estaba inscrita en un bloque de 200 kilogramos de piedra barroqueña con el nombre «Atlético de Bilbao», nombre oficial del club por entonces.

De Trujillo al Palacio de El Pardo

Los vecinos no se percataron de lo sucedido hasta que, seis meses después, «una hoja de prensa local publicó una pequeña foto del escudo», recuerda el aparejador. En el pueblo hubo división de opiniones. «Poco después, los periódicos de Madrid recogieron la noticia y la dieron en grande». El tema del escudo pasó de las mesas de redacción a la del Gobierno. «Un día me llamó el alcalde para decirme que el director general de Bellas Artes, Florentino Pérez Embid, estaba en Trujillo y quería hablar con el arquitecto y conmigo. Nos confesó que la noticia había llegado al consejo de ministros y que estaban preocupados. No sabían si ordenar su retirada y le mandaron a Trujillo para tomar una decisión. Entonces, me preguntó que qué opinaba yo de todo esto. Le dije que no era una barbaridad, que es un motivo escultórico útil para que las generaciones futuras pudieran conocer la fecha de la rehabilitación. Pareció que le convenció y finalmente el escudo se quedó», detalla Petisco.

El aparejador Germán Petisco en la torre Julia, que él mismo restauró, junto a un capitel con su nombre inscrito, también obra de Antonio Serván ‘El Rana’. / ANDY SOLÉ

La preocupación de El Rana, que según cuentan sus allegados temía ir a la cárcel, terminó por disiparse cuando meses después el mismo club le pidió que hiciese una visita a Bilbao. «Se hospedó durante varios días en el hotel Ercilla, le hicieron socio del club y realizó un saque de honor. Cuando vino me contó: ‘Yo estaba allí, en el San Mamés, rodeado de miles de personas. Y luego vi a Iribar. ¡Le abracé! He conocido a Iribar. Ya me puedo morir en paz», relata Petisco a los pies de la torre. Pocos años después, en 1982, El Rana murió en su ciudad natal con su sueño cumplido.

La ciudad de los leones extremeños

Tras recorrer la parte antigua, subir a la torre que él mismo reconstruyó y mostrar los detalles ocultos de la obra, Petisco aparca su coche en la avenida de Ramón y Cajal para reunirse con otros conocidos de El Rana en el restaurante Sandra. Este local trujillano sigue siendo el reducto del medio centenar de seguidores que tiene el club vizcaíno en la localidad. En la época de El Rana, llegaron a ser más de 200. El Athletic Club tiene una treintena de peñas repartidas por Extremadura. «En los sesenta, los niños eran de dos equipos, del Real Madrid o del Athletic. Casi siempre jugábamos los que éramos de un equipo contra los del otro», explica Antonio Muriel, el gerente del mesón, que presume de conocer de memoria las alineaciones históricas del club.

Francisco Cáceres, parroquiano del bar y que tenía su taller al lado del de Serván, recuerda cuando, el mismo año de la reconstrucción de la torre, el Athletic ganó la Copa frente al Castellón en el Vicente Calderón, como si el escudo fue una especie de amuleto para la suerte del club. Sentado en la barra junto a un muñeco gigante de un Papá Noel con una txapela del Athletic, Cáceres recuerda como Serván acudía al bar a ver los partidos en la televisión, muy callado, junto a un vaso de vino.

Antonio Muriel (izquierda) y Francisco Cáceres, hinchas del club en el restaurante Sandra, lugar de reunión de los aficionados trujillanos del Athletic. / ANDY SOLÉ

Con el paso de los años, los hinchas rojiblancos fueron decreciendo, pero la fidelidad de los que quedan sigue intacta. Los más jóvenes viajan una vez al año con sus familias para ver un partido junto con alguna peña local y pasan varios días en Bilbao. «Vamos todos. Mi hija empezó a ir con un año al San Mamés, con una muñeca vestida del Athletic. Tampoco nos perdemos ninguna jornada por la tele. Conectamos el Movistar y vemos los partidos todos juntos en el bar», comenta el hijo de Muriel, también llamado Antonio.

El aparador del local está decorado con varios escudos del club. De allí Muriel padre saca de una carpeta una fotografía que guarda como oro en paño. En ella aparece Serván, con cincel en mano, mientras termina de tallar el famoso escudo del Athletic. El héroe trujillano que esculpió su pasión en piedra sigue presente, tanto en la historia de su ciudad, como en los corazones de todos los leones de San Mamés que siguen rugiendo en Trujillo.

Fuente: https://elpais.com/ – JULIO NÚÑEZ

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