POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
Allí, en la Puerta del Sol, se hacía y reparaba carpintería de obra basta. Serruchos, mazos, garlopas, cepillos, gubias, escoplos y martillos sacaban de la madera estillas y virutas por el trabajo de unas manos artesanas. Sobre el banco, Miguel del Viejo supo labrar con oficio y artesanía aperos de labranza, carros, varales, cabezales, vigas, timones, bieldos, tentemozos, yugos, rastrillos… El rito antiguo, hermoso y viejo siempre hermanó la tierra con el arado y el grano con el trillo, pero su paso arrastró y trajo otro tipo de vida, otra forma de hacer y soñar. Por eso, llegado un tiempo, los aperos artesanos se recompusieron ante la llegada de la mecanización. El Estillero fue testigo del nacimiento de una conjura sobre aquella forma de hacer artesanía, teniendo que dejar en su abandono toda una vida de buen oficio, de carencias, esfuerzos y sacrificios.
En la Puerta del Sol, en la esencia de su zona más castiza, entre Santa Ana, Pozo Nuevo y San Gregorio, desafía al tiempo El Estillero. Las estillas y virutas sacadas de la encina, se pulverizaron bajo la hermosura de la nostalgia, en un puñado de gratificante y saludable serrín de los días de lluvia, esparcido sobre el suelo mojado bajo el mosto surgido en el nuevo establecimiento.
Con los años, Miguel del Viejo Franco, hijo del artesano carpintero de obra basta, cambió las calderas de Vulcano por El Estillero, convirtiéndolo en templo para el vino, lugar para la sabiduría, la conversación y refugio para los notables, que buscan en él calidad de vida y cultura de ocio. Me reafirmo sobre mi apreciación de que pocos tienen en cuenta estos locales que forman también parte del carácter de nuestro pueblo.
Hoy El Estillero es un clásico en su género, el único en Montijo. Sobre el mostrador, sobre la barra, mosto de Solana de los Barros que zozobra alegremente el espíritu tabernario. En El Estillero, Miguel, su dueño, conjuga el vaso generoso de vino con pequeños platos preparados bajo la especialidad y el orden de su cocina. En El Estillero, con cada vaso podrá degustar, bajo la seriedad y formalidad en el trato, una exquisita ensalada de bacalao, las mejores aceitunas machadas, la fama de la sangre encebollada, el punto perfecto del buche con tomate, el frescor de un sano tocino de veta y la tostadita de refrito, elaborado bajo la quinta esencia del equilibrio entre la confección con maneras y la materia prima sin tacha alguna. Alivia Miguel, con la excelente maestría de su arte culinario, los golpes de ansiedad que producen los estómagos de su fiel y variopinta clientela, mientras la libertad del elixir del vino hace el resto.
Hoy El Estillero es fervoroso, ilustre y venerable lugar para la república de la conversación. En El Estillero se habla de casi todo. En El Estillero siembran docta cátedra, entre otros, distinguidos miembros de la “Tertulia del moral” logrando que el palique no falte, ejercitando con pasión, sobre tan apreciada y gratificante ocupación, que los quehaceres diarios no se detengan, no se paren, gracias al agasajo del compás que nos marca el trago de la vida.
En El Estillero habita el rito de la liturgia del tiempo exacto. Bajo un sonido limpio de clarín, Miguel anuncia con puntualidad la hora del cierre. Allí, en el ruedo donde se hermanan las buenas estillas, fija con rigidez su orden inflexible “Hoy ya no se sirve, mañana sí”. Les invito cuando pasen por la Puerta del Sol, entren en El Estillero, endulzando con un trago espirituoso los afanes y los quehaceres de nuestra existencia. El Estillero, siempre, por muchos años.
(Publicado en mi libro “Los quehaceres y los días”, Montijo en la memoria), año 2016, pgs. 107-108)