POR ANTONIO LUIS GALIANO PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA (ALICANTE)
Es posible que en los años de la niñez de mi generación, la primera frase que conocimos en inglés fuera la que aparecía al final de las películas que visionábamos las tardes de los domingos en el Oratorio Festivo o en el Círculo Católico, acompañadas del griterío y las palmas de la chiquillería, si la conclusión del film era el triunfo de nuestro héroe. Así, con música de fondo solemne a veces surgía lacónicamente “The End”, que supimos que significaba “El Fin”.
Pero, para llegar a ese o cualquier otro fin como término de una gestión, siempre hay que ir consumiendo una serie de medios. Y, recalamos en aquella sentencia positiva o negativa de que “el fin justifica los medios” o de que, por el contrario, no lo justifican. Ahora bien, ante un fin u objetivo lícito, los medios tienen la misma consideración.
Es factible que, a algunos movimientos surgidos de unos años a esta parte en favor de los animales, les cueste interpretar el que un medio como han sido las corridas de toros que, desde hace siglos ya no solo han formado parte de nuestra cultura, sin menospreciar la diversión del pueblo en general, sino también favorecedoras del patrimonio artístico y de auxilio a los necesitados en centros hospitalarios.
Creo que pueden ser buenos ejemplos para aquellos que están en contra de la Fiesta Nacional, los múltiples festejos taurinos que anualmente se celebran en muchos pueblos de España a beneficio de instituciones benéficas. Viajando en el tiempo, y regresando a los siglos XVII y XVIII, las cofradías y otras instituciones hospitalarias oriolanas conseguían ingresos económicos a través de ellas, siendo un medio lícito y aceptable para sus fines. Así, en el siglo XVIII el protagonismo bajo el prisma benéfico fue para el Hospital de San Juan de Dios y para la Congregación de la
Caridad, con el objeto de mejorar la atención de sus enfermos. Por otro lado, la Cofradía de Nuestra Señora de Monserrate celebró varios festejos taurinos para sufragar obras extraordinarias en su iglesia, entre los años 1751 y siguientes, debido al deterioro sufrido en su fábrica por causa del terremoto del 15 de agosto de 1748.
En la Cofradía de San Vicente Ferrer, fundada en 1769 en la parroquia de las Santas Justa y Rufina, su Junta acordó el 18 de mayo de 1771, fabricar un retablo y dorarlo, cuyo importe fue de 446 libras 10 sueldos, incluyendo el diseño, ejecución y madera, mesa del altar, traslado, adornos, camarín y dorado.
Para sufragar todos los gastos se buscaron varios medios, como venta de medallas del Santo, limosnas y celebración de dos corridas de toros y de vacas.
De la primera corrida, el cofrade mayor Jaime Morales percibió 250 libras del arrendador, y tras abonar el importe de una serie de gastos, depositó en las arcas de la Cofradía 180 libras 1 sueldo.
Tras la celebración de la segunda corrida, los arrendadores después de descontar 10 libras que el difunto Jaime Morales debía por el alquiler de un balcón para su familia, entregaron 240 libras a la Cofradía, que percibió además 92 libras 11 sueldos, por la celebración de dos días de vacas.
Los conceptos de los gastos que asumió la cofradía, entre otros, fueron: refresco para la Ciudad a base de bizcochos y dulces; música y velas de cera para los músicos y dulzainas; bebidas y 12 cucharitas; alquiler de las vacas (30 libras), cabestros y mayoral (8 libras).
Al final, la Cofradía después de todos estos festejos logró 306 libras 7 sueldos 4 dineros, lo que supuso financiar mediante este medio, un 69% del importe del retablo.
Total: el fin justifica los medios. O sea, el objetivo era construir un retablo, y estos medios quedaron justificados,
además de haber facilitados salarios a distintos trabajadores, desde un confitero, a los criadores de ganado vacuno, toreros, carpintero, soldados y músicos.
Por tanto, que sirva de ejemplo para aquellos que no ven más allá que su lucha en contra del maltrato de los animales, sin tener en cuenta a los humanos que quedan detrás de la Fiesta Nacional.
Fuente, Aquí Orihuela