POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Si hubo pocos hombres, por no escribir ninguno, que se atrevieran a contrariar al todopoderoso cardenal Belluga, quien está enterrado en una tumba anónima en Roma cuando podía ocupar una principal de la Catedral, menos aún existió en el siglo una mujer que le levantara la voz. Salvo Juana Montijo y Herrera, entonces religiosa del convento de las Agustinas. Y no solo al oponerse al nombramiento de priora que le impuso el prelado, sino porque terminó apelando con éxito al mismísimo Papa de Roma para que la dispensara del cargo.
Esta murciana excepcional era sor Juana de la Encarnación (1672-1715), tan grande mística como olvidada en esta Murcia donde mandamos a tomar, por do más pecado hay, a quienes deberían figurar con letras de oro en nuestros anales.
Juana nació en una familia acomodada, aunque muy pronto sintió cierta predilección por los pobres y los enfermos. Ante esa caridad e interés por la religión católica, a pocos extrañó que pidiera ingresar en el convento de las Agustinas murcianas. Sucedió tras la primera de las variadas enfermedades que padecería. Tenía doce años cumplidos. Aunque más tarde, siendo novicia, un joven la cortejó e incluso la hizo dudar de su fe.
Su particular oscuridad del alma se produjo en 1687. Y dos acontecimientos cambiarían la existencia de la joven Juana para siempre. El primero, trágico, fue la muerte repentina de su enamorado pretendiente. Y el segundo, la celebración del primer traslado hasta el monasterio de la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, el titular de la Cofradía del mismo nombre, conocida como la de los ‘Salzillos’.
Esta imagen, de autor desconocido, atesoraba (y atesora) una mirada tan impactante que hasta en los más descreídos despertaba cierto respeto.
En la novicia Juana despertó, además, tal arrobamiento que los prodigios comenzaron a sucederse. Al principio, como es costumbre, nadie la creyó. Pero cuando en la enfermería comenzó a revelar que, con solo mirar a una hermana moribunda, sabía si su alma iría al cielo, algunas religiosas se inquietaron. Y acababan espantadas cuando profetizaba, al pronto, qué enferma moriría y cuál se iba a recuperar.
Algo de poco cuidado si tenemos en cuenta que, un tiempo más tarde, la descubrieron levitando. Y le hizo jurar a la monja que contempló el prodigio que nunca lo contaría. Pero aquellos fenómenos, como las bandadas de murciélagos y abejas que llenaban su celda mientras rezaba, comenzaron a saberse en Murcia.
El jesuita Luis Ignacio Zeballos, su confesor, le impuso como penitencia el escribir qué sentía cuando estaba en trance. Aquel consejo nos legaría una espléndida obra. Así que sor Juana compuso en 1714 ‘La Pasión de Cristo’. Falleció el 11 de noviembre de 1715. Antes, cuando el obispo Francisco de Angulo fue a visitarla, ya muy enferma, la madre le advirtió que él también moriría pronto. Así fue.
Un libro muy popular
Capítulo aparte merece el extremo régimen alimentario que observó la religiosa durante años y que incluía, por ejemplo, hierbas amargas. Sin olvidar los clavos y cilicios que horadaban sus carnes y la costumbre de ajustarse sobre sus sienes la corona del Nazareno de Jesús cuando sus cofrades lo acercaban al convento.
‘La Pasión de Cristo’, en realidad, fue un libro muy popular. El jesuita Ceballos patrocinó la primera edición en 1720 y volvió a reeditarse en 1727 y 1757, además de cuatro resumidas bajo el título ‘Relox Doloroso’. Luego pasaron los años y hubo que esperar hasta una nueva edición en 1910. Desde entonces no se ha publicado ninguna y el fuego de aquella obra parecía reducido a las mismas cenizas que la monja incorporaba a su menú diario. Pero no. Bastaba que otro gran murciano se alejara de su amada tierra para que, con perspectiva, comprendiera el valor de aquel texto que relata los pasos de Cristo en su Pasión. Y se decidió a reeditarlo.
Así lo acaba de hacer Julio Navarro, miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), quien, además de recuperar la obra ha contado con la ayuda de numerosas personalidades que, a través de sus aportaciones, actualizan la imagen de sor Juana, auténtico epígono de Santa Teresa, cuyas constituciones acató como agustina descalza.
El libro será presentado el próximo día 9 de diciembre en la iglesia de Jesús, ante la misma imagen del Nazareno que despertó en la religiosa una de las obras más significativas de la mística católica. Además, el día 12 se celebrará una lectura continuada en el salón de actos del Museo de Bellas Artes de Murcia. Y hasta marzo, cada semana, una conferencia a cargo de autoridades en la materia. Así celebrará Murcia el tricentenario de la muerte de una de sus más ilustres hijas que, al menos, no pasará desapercibido como otros tantos que el viento de la desidia cubrieron de olvido.
Fuente: http://www.laverdad.es/