POR ANTONIO BOTÍAS. CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Siempre hubo murcianos adelantados, ya no a su tiempo, sino a unas cuantas épocas. Pero de todos ellos, como de tantos otros cuyos cuerpos abonan desde anteayer la fértil tierra de la vega, nadie se acuerda. Y miren que bien merecían, si ya no un monumento en la Glorieta, donde le costó a Martínez Tornel un siglo que le pusieran su busto, y porque algunos dimos la vara, al menos una plaquita que honrara su memoria. Eso debería pasar con el médico Alonso de Espejo, ídem de virtudes e intelecto.
Contaba Murcia allá por el siglo XVII con diversos centros de estudio, como los colegios que mantenían franciscanos, dominicos y jesuitas, más el seminario San Fulgencio, con no menor tradición histórica en esta lides. Pero le faltaba completar el espectro de materias que solo durante el siglo siguiente, en parte, se vería ampliado.
En otros lugares también se practicaba la ciencia, tal era el caso de los hospitales. Alguno de ellos ya impulsado por Alfonso X. En el siglo XVI se cifraban en la ciudad tres casas dedicadas a este menester. Dos de ellas llamadas de San Salvador y San Julián. Y la tercera se conocía como del Maestre-Escuela. A esas se sumaba el Hospital Real, a cargo desde comienzos del XVII de la orden hospitalaria, la de San Juan de Dios.
Contará Díaz Cassou en su ‘Episcopologio’ que diecisiete años antes de ser beatificado este santo vinieron a Murcia los primeros Hermanos Hospitalarios. Fue entonces, según otras crónicas, cuando se establecieron en la plaza de Santa Catalina, donde crearon un dispensario para convalecientes bajo la advocación de Nuestra Señora del Buen Suceso.
En estos sitios y en otros similares eran habituales las fundaciones piadosas, impulsadas por murcianos, en gran medida, de bolsillos desahogados y espíritu noble. Uno de ellos era el médico de la Inquisición Alonso de Espejo, quien, en 1622, legó una fortuna para el impulso de los estudios de Medicina. Aunque su idea devino en la creación de una denominada Obra Pía. Por entonces ni había Universidad ni se la esperaba. Pero era su deseo original.
El médico manifestó en su testamento que, «por cuanto los tiempos suelen mudar y alterar las cosas, quiero y es mi voluntad que siempre que en esta ciudad de Murcia venga a ver Universidad formada, los dichos patrones puedan permutar y permuten la renta de esta memoria en cátedras de esta facultad de Medicina y no en otras en aquella vía y forma que más les pareciere convenir con que no se aplique a otra facultad más que a la dicha de Medicina».
La cantidad destinada se obtendría de dos juros que tenía Espejo sobre las alcábalas y rentas de la ciudad y alcanzaban una cifra que superaba los ciento treinta y tres mil maravedís anuales. Ese dinero, como era evidente que no habría facultad, se destinó a la financiación de dos médicos cuyo cometido era atender a los pobres de la ciudad y sus once parroquias. Muchos de ellos, ingresados en el que fuera Real Hospital. El testamento fue otorgado ante Pedro Suárez el 15 de junio de 1622. Pero, ¿quién era este Alonso de Espejo?
No hay que volverse locos buscando en legajos olvidados. Porque ya la Academia de Medicina premió al doctor José Crisanto López por un estudio sobre la figura del galeno. Al parecer, era natural de Alhama, hijo de médicos y casado con Juana Álvarez. Aunque el matrimonio no tuvo hijos, liberó y dio su apellido a su esclavo, de nombre Juan, y también compró una esclava a un primo y la crió como una hija hasta casarla. No fueron los únicos desfavorecidos a quienes ayudó.
Gracias a su intercesión y ascendiente, pues no en vano era mécido del Santo Oficio, logró que muchos moriscos de la huerta murciana, incursos en la ley de expulsión, pudieran quedarse y trabajar bajo el amparo del conde de Salazar. Y si mucho donó, más riquezas le quedaron, como lo prueban las páginas de su testamento donde se enumeran. Sobre la biblioteca dejó escrito que se conservara íntegra para consulta de médicos y cirujanos. Legó su oratorio y retablo al antiguo convento de Santa Catalina del Monte y ordenó que su cuerpo fuera enterrado en el convento de San Francisco, el que estaba ubicado en el plano del mismo nombre y ardió en manos de una turba inculta y maldita en 1931.
Entretanto, fueron frecuentes sus donaciones a la Fundación de los Niños de la Doctrina. De allí saldrían no pocos huérfanos camino de las boticas y, en más de un caso, lograrían con el tiempo establecer botica propia. Además, Espejo también era muy generoso con el hospital de Nuestra Señora de Gracia. Lo que ni imaginó el buen galeno es que su última voluntad provocaría un enfrentamiento entre dominicos y jesuitas. Hasta casi provoca que se creara la tan ansiada Facultad de Medicina.
Ambas comunidades religiosas se dispusieron a crear sendas cátedras para emplear en ellas la gran fortuna de Espejo. El superior dominico Jacinto de Hoces propuso, directamente, que se erigiera la Universidad. Así consta en una súplica a la ciudad que incluso enumeraba los «siete catedráticos» que debían componerla: «Dos de Teología, dos de Artes, dos de Humanidades y Gramática». Y apunta que «con solo estas facultades […] se hará una muy buena Universidad, de la suerte que son otras de Castilla y Andalucía».
Desde luego que el lugar idóneo según el superior eran las instalaciones de Santo Domingo. Pero el jesuita Cristóbal de Moya no estaba en absoluto de acuerdo, reclamando para su orden los reales de Espejo. Los jesuitas llegaron a la ciudad en 1555 de la mano del obispo Esteban de Almeida, quien daría más tarde su nombre al colegio hoy sede del Gobierno regional. Discrepancias y litigios aparte, lo cierto es que ninguna orden llegó a crear, por desgracia, la anhelada Facultad de Medicina. Aunque aquella última voluntad se cumplió durante dos siglos, quedando ahora para futuros rebuscos el momento histórico en que desapareció.
Cuando en 1916 Murcia obtuvo su universidad, algunos recordaron la figura del célebre galeno y la fundación que legó a la posteridad. Tampoco fue posible. El sueño de Alonso de Espejo habría de esperar hasta 1968. Ese año publicó el Boletín Oficial del Estado, con fecha 29 de julio, la ley que autorizaba la creación de facultades de Medicina en las universidades de La Laguna, Murcia y Oviedo. Ese mismo día comenzó a gestarse el campus de Espinardo con el que soñó Alonso de Espejo hasta su muerte.
Fuente: <a href=http://www.laverdad.es/murcia/ciudad-murcia/galeno-sono-facultad-20171105003617-ntvo.html> http://www.laverdad.es/murcia/ciudad-murcia/galeno-sono-facultad</a/>