POR CATALINA SÁNCHEZ GARCÍA Y FRANCISCO SÁNCHEZ Y PINILLA, CRONISTAS OFICIALES DE VILLA DEL RÍO (CÓRDOBA)
¡Qué bien se lo pasan papá y mamá gorrión con todos sus hijuelos, cuando se encuentran un patio de casa vacío, con perfume de jardín escondido, y donde nadie les interrumpe en su labor de búsqueda de insectos y semillas! ¡Cómo disfrutan todos y qué bien enseñan a sus pequeños las lecciones, antes de que estos aprendan a volar! Los polluelos no tendrán que aprender como los párvulos la a, e, i, o, u, pero sí seguir las reglas de sus progenitores para sobrevivir: aprendiendo a volar, a cazar, a fabricarse un nido, a defenderse de sus agresores, etc.
De pequeños, sin plumas y sin horizontes, indefensos sus cuerpecillos orondos, extendidos y abrigados de plumas en sus nidos, son cubiertos por el cuerpo de sus padres que le proporcionan calor y les enseñan a que abran sus piquitos para recibir la comida. A los pocos días con el cuerpo cubierto de plumón se les perfila unas güacharras amarillas en los extremos del pico y no cesan de piar solicitando alimentos. Cuando están en este desarrollo, en mi juventud, algunos niños criaban gorrioncillos en jaulas, que habían sustraído de los nidos o que se habían caído de sus nidos; les daban de comer con los dedos pan mojado y de beber agua entre su pico, y después los educaban, y con el silbido especial de cada muchacho, cuando silbaban el gorrión reconocía la llamada de su dueño y si estaba a distancia volvía al amo y se posaba sobre su hombro. Es maravilloso contemplar semejante maestría y obediencia entre personas y aves.
Pero no todos los pajarillos son igual de obedientes y sucede que entre la cría existe algún despistado que se pierde, no aprende la lección de volar o la de retirarse a tiempo, y queda atrapado por sus perseguidores o perdido en lugares desconocidos.
Esto ocurrió hace unos días: me había desplazado a mi casa en Villa del Río con unos amigos y fui a ella para regar las plantas del patio y ventilar la casa. Diego quedó un tanto perplejo al contemplar un gorrioncillo con lastimero piar debajo de una silla de anea en la casa. El gorrión, mientras que sus padres y hermanos, al oír el chirriar de las cerraduras del patio, se dieron a la fuga y volando se salieron del patio hacia el jardín, este sujeto, más curioso y aventurero se metió en la casa, y desconociendo el lugar se encontró como atrapado. Cuando intentamos cogerlo, con pequeños vuelos se nos distanciaba y volaba entre los muebles y enseres del hogar, por lo que desistimos de la persecución y le dejamos la puerta del patio entreabierta, por la que entraba luz y claridad suficiente del patio, para que se saliera y fuera a reunirse con su parentela.
Después nos fuimos de la casa, dejándola llena de lamentosos piares, y, por si salía el gorrión de su escondite y tenía sed, con lo alterado que debía tener el pobre su joven corazoncito, le dejamos a la sombra del jazmín, en un rincón, un barreñito con agua fresca del pozo.
Contemplar la vida y el vuelo de los pájaros es delirante. El gorrión no anda, da saltitos y durante la persecución que le hicimos, los gorriones padres no cesaron de volar por el patio y de piar con lamentaciones, como dándole consejos al hijo extraviado, mezclándose entre las ramas del limonero que, como buen aliado les proporcionaba sus ramas y hojas para que se escondieran; mientras que, las ramas tiernas, inocentes aún, delataban su presencia, ya que temblorosas se movían al soltarse las avecillas de ellas para trasladarse de lugar. A nuestra vuelta a casa comprobamos que todos los pajaritos habían abandonado el patio.
Hoy en el jardín, he visto cómo saltaban y se revolcaban una banda de gorriones, y algunos unían sus picos, en el verde césped adornado con sueltos arbustos de lantanas llenas de flores amarillas ribeteadas de rojo. Me he acordado del mal rato que pasó ayer el gorrioncito despistado y de sus padres, y he llegado a pensar, si no estarían ellos formando parte en el jolgorio de ese grupo de pájaros, pues quería adivinar que se dirigían a mí, como en acción de gracias por la ayuda que les suministramos ayer para que siguieran en libertad.
¡Oh Dios! Dichosos vosotros gorriones, que no conocéis de lunes ni de sábados. De puentes ni de vacaciones. Que podéis trasladaros de sombra en sombra y de árbol en árbol. Vosotros que cruzáis calles y parques, que intuís ríos y prados. Gozad y multiplicaos benditos de la tierra, yo os bendigo y alabo. Vosotros que podéis mudar de casa cuando se os antoja, volad, volad lejos y alto bajo el cielo azul, antes de que llegue algún gato o un niño con un arma asesina y os haga desaparecer de la faz de la tierra.
Pero no, sois tercos, vosotros, que podéis desarrollaros lejos de los humanos; que con sólo abrir las alas os movéis en un cielo eterno; que ejercéis el amor sin nombre y sin ritos; que podéis trasladar vuestras ilusiones a verdes parajes ricos en agua y arena; ¿por qué volvéis nuevamente a los patios desiertos de las casas cerradas?, ¿no será que deseáis la contemplación y admiración humana a vuestros altos vuelos y ritos en el espacio? ¡no será vuestro orgullo, o vuestra timidez la que hace que busquéis nuestra compañía? Sé, que muy próximo a mi casa, en el jardín, se os tienden verdes alfombras, os siembran plantas con flores multicolores de atrayentes olores y os traen aguas transparentes y finas que, proporcionan en las fuentes baños a vuestras calurosas plumas, ¿qué más buscáis? ¿por qué me acompañáis?
Sabéis que mi confraternidad la tenéis ganada, pues, ¿qué sería de mí, si cuando enciendo la luz por las noches en casa, y os despierto de un tranquilo sueño en la copa del limonero no recibiera vuestra calurosa riña?, y por las mañanas ¿qué sería de mí? Si recibiera al alba, la suave brisa, en mi placentera cama, sin vuestro piar alborotado? Acaso, ¿no me sentiría un extraño en casa, si me faltara escuchar vuestros agitados trinos, la danza de vuestros mágicos aleteos en los alambres del tendedero de la ropa, en la antena de la televisión, en el voladizo del tejado o en la copa del verde limonero?
Gracias, pajaritos de mi corazón, amigos de mi compañía, con vosotros me reconozco. Espero y deseo que no me abandonéis nunca, yo siempre os llevaré muy dentro de mí, y como un pájaro que sobrevuela el paisaje y la historia del pueblo, volveré a la casa con patio, siempre que pueda, para haceros compañía.