POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)
En mi pueblo siempre se ha dicho que hablar con un balate es un disparate. No puede haber mejor ejemplo de sabiduría popular. ¿A quién se le ocurre ponerse a dialogar con una ristra de piedras? Porque un balate es eso, un muro tosco construido con peñascos para contener la tierra. Hoy en la Alpujarra parece que se reconoce al balate como patrimonio cultural. Vale. Pero a una, que nació viendo balates, le siguen pareciendo algo burdos. Porque en el balate no importa nada la estética. Lo único que importa es que funcionen. Que contengan la tierra que hay encima, la de la “parata”, un bancal pequeño; y que eche raíces lo que se siembre encima. Puedo asegurarles que si el balate está bien hecho, cuesta tirarlo. Pero se puede. Cosa distinta es que llegue un tonto y empiece a negociar con el balate: – oye tú, ¿porqué no te mueves un poco a la derecha para plantar un almendro encima? ¿O mejor cultivamos garbanzos?-. Pues justamente eso, lo que hace el tonto del pueblo, es lo que está pasando en España desde hace mucho tiempo con el independentismo catalán. Que no se enteran de que allí hay un gran balate. Y que es un disparate dialogar con peñascos, por mucho que la obra la hayan fabricado por los mismos que ahora quieren derribarla a base de razonamientos .Y que es suicida sentarse a esperar que se caiga solo. Es que no se va a caer.
Dicen que escribir en un periódico sirve de poco. Que lo de hoy nadie lo lee mañana. Puede suceder. Pero a veces encontramos en un libro la página que recortamos hace años. Esta arrugada, algo amarilla, pero vigente. Yo, preparando un artículo para un congreso, me he topado con uno de estos recortes. Es del diario El Mundo, jueves 10 de mayo de 2005. Se titula “Manifiesto de un traidor a la patria”. Lo firma Albert Boadella. Lo he vuelto a leer. Creo que estos contertulios que se quitan la palabra el uno al otro para tratar el problema del golpe de estado encubierto que se está dando en Cataluña debería hacer un ejercicio de humildad y reconocer, como hizo Boadella hace diez años, que son, que todos somos, cómplices del mayor reto político actual.
Sí, antes de la democracia, Franco favoreció a catalanes y vascos con un modelo de desarrollo industrial que les beneficiaba y acentuaba los desequilibrios regionales. Para aplacar a la fiera. El dictador puso así una nueva piedra del balate que otros habían comenzado. Luego a la “parata catalana” fueron llegando inmigrantes del resto de España para poder comer; porque en su pueblo solo había hambre y desesperanza. Allí, a cambio de pan, aguantaron la sonrisa despectiva y condescendiente de la tribu separatista. Algunos, como los judeoconversos de antaño, se dejaron la piel, y hasta la identidad, para camuflarse en el paisaje que crecía sobre ese gran balate. Con el tiempo serían los mejores inquisidores. Más tarde, con la democracia, los políticos se afanaron en reforzar el gran balate, mientras los mesías de las gran mentira nacionalista montaban sus corruptos chiringuitos sin el menos pudor, al grito de ¡España nos roba! Unos pactaron con el diablo a cambio de su poltrona en el gobierno nacional. Otros tuvieron la osadía de declarar en público que aceptarían todo lo que saliera del parlamento catalán. Todos hicieron la vista gorda ante la intoxicación que se aplicaba en los centros escolares, inculcando a jóvenes el odio a España. Bastantes tiraron la toalla y se marcharon fuera de una tierra que olía a podrido, como escribe Boadella en su artículo.
En esta hora amarga es triste ver como la burguesía catalana de derechas que apoya a los corruptos dobla las rodillas ante el radicalismo de izquierda para que refuercen con más peñascos el balate que los sujeta. Es dramático reconocer que el destino de esta parte de España está en manos de una padilla antisistema, que no es lo mismo que ser republicanos decentes; porque muchos de estos violentos son señoritos disfrazados de okupas. Yo creo que ya hay poco margen a la esperanza. Porque el odio a España que se sembró encima del balate independentista ha echado raíces en casi la mitad de la población. Todavía la mayoría no comulga con ruedas de molino. Pero carece de fuerzas para derribar ese tosco muro desde dentro. Desde fuera los dos grandes partidos que un día dieron ejemplo al mundo firmando la constitución de 1978, hoy nos avergüenzan al no ser capaces de estrechar las manos de nuevo para derribar un miserable balate que, al fin y al cabo, sólo sostiene encima una cosecha de malas hierbas. Es que para defender a España hay que creer en ella, dice mi papelera.
Fuente: Diario IDEAL. Jaén, 12 de noviembre de 2015