EL GRAN ESCÁNDALO DE LAS ‘DIOSAS’ DEL ENTIERRO (I) • LA MUERTE DE UNA MERETRIZ DE LAS QUE BAILABAN EN LAS CARROZAS DESATÓ HACE UN SIGLO LA POLÉMICA
Jun 25 2017

POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA

La carroza de Vulcano, que también participó en el fatídico Entierro de 1905, según un grabado de la época.

Se creyó, aunque por unos minutos, virgen del Olimpo de la murciana primavera, reina en la apoteosis del Entierro de la Sardina, encaramada a un improvisado y colorido trono, la carroza de Baco, embriagada su juventud de aplausos y de miradas lujuriosas que recorrían su ceñida silueta. No en vano, como a las otras jóvenes que participaban en el desfile, la llamaban diosa.

Otros preferían denominarlas, cuando menos, frescas. Pero su nombre real era María García. Era una joven necesitada que se prestó a desfilar sobre la carroza. A alguien se le ocurrió atarla para evitar que se cayera. Pero eso impidió que pudiera saltar cuando las llamas comenzaron a devorar la inestable plataforma.

Los hechos sucedieron el 24 de abril de 1905, en la calle de Sagasta, según informó la prensa, «al explotar el aparato del acetileno de la carroza Baco». A consecuencia de la explosión resultó herida «la desgraciada Herminia, viuda del conocido murciano Pascual Verdú». Así lo contó el redactor de ‘El Diario Murciano’ en la edición del 25 de abril. Y así lo erró pues la herida no era Herminia, sino María García, una joven de La Unión.

El alcalde de Murcia, Gaspar de la Peña, junto a la prensa y los sardineros, visitó el hospital, «donde vimos a la Herminia en el lecho de dolor, sufriendo terribles angustias por sus quemaduras». Le afectaron al brazo derecho, el pecho y ambas piernas. Pero pudo ser peor.

María no murió en el acto por la valentía del joven Mariano Lozano, apodado ‘El Inglés’, quien arrancó a la joven de las llamas. Según una crónica posterior, ‘El Inglés’ «bajó del tonel a la desgraciada María». Por aquel gesto recibió 50 pesetas de la Comisión de Festejos.

La mujer fue auxiliada primero en una casa próxima, «donde recibió el Santo Óleo, siendo después trasladada al Hospital». El otro herido fue el conductor de la carroza, Joaquín López -o Antonio Gómez, según las fuentes-, de 33 años y vecino de la calle murciana de La Cobacha. Al arrojarse del pescante se fracturó una pierna. En la Trapería también se incendió la carroza ‘El Cañonero’, aunque los bomberos lograron apagarla.

Dos días después del suceso, la joven seguía muy grave. Para entonces ya se alzaban algunas voces que ponían en duda la explosión del depósito. El periódico ‘El Liberal’ publicó un artículo de Salvador Marín, quien mantenía que había algo extraño en el suceso.

María García falleció «en medio de los más crueles dolores». El alcalde dispuso que la junta sardinera pagara el ataúd, las ropas para amortajarla y un lujoso coche fúnebre que trasladó el cadáver al cementerio de Nuestro Padre Jesús. Allí y en el hospital se dijeron misas por el descanso de su alma.

María murió sola

Resulta curioso que, al menos según las crónicas, María muriera tan solo rodeada «de las Hermanas de la Caridad, enfermeras y elementos de los centros sardineros». Las informaciones no citan la presencia ni de un solo familiar de la desdichada.

La muerte de la bailarina no zanjó la polémica. Algunos acusaron a los bomberos de no haber actuado con diligencia. Así que este Cuerpo convocó una reunión, como anunció ‘El Liberal’ el 28 de abril, para «hacer público el proceder de los individuos de la brigada».

Por eso sabemos que los bomberos también intentaron salvar a María. Un testigo recordó en la asamblea que el bombero Francisco García subió a la carroza «y con un pico comenzó a aislar el fuego, hasta el punto que hubo que llamarle la atención». Creían que «algunos de los golpes los iba a recibir la desgraciada mujer». Pero, ¿era realmente una prostituta como la tradición se empeñó en mantener?

En aquella época, desde luego, por mucho menos que subirse a una carroza ya podían tildarte de golfa. Cuando menos por participar en el Entierro. ‘El Diario Murciano’, dos días después de fallecida, llegó a exclamar: «¡Pobre María! ¡Ha muerto mártir!». Y lo justificaba por «las horas de mortal angustia» que precedieron a su muerte.

Esta publicación recordaba a «esa pobre criatura que por hacer más llevadera la premiosa situación en que se encontraba, aceptó el importante papel de Diosa, y no vaciló en ocupar el puesto que tenía asignado». Ni una línea sobre su profesión.

‘El Diario Murciano’ pedía que «esas infundadas nebulosidades se desvanezcan por el Juzgado para que ciertas apreciaciones apasionadas […] dejen de escucharse». ¿Cuáles eran? Entre otras, que el suceso fue fruto de la divina providencia, ante el escándalo que las diosas daban en su exhibición «casi pornográfica», como denunció ‘La Verdad’.

Aquel desgraciado incidente no fue, como algunos autores señalan, el origen de las críticas al Entierro de la Sardina. Desde incluso antes de que se celebraba el célebre desfile existía cierta oposición por parte de algunos exaltados religiosos, quienes censuraban que las mujeres desfilaran en las carrozas.

Quizá lo criticaban al tiempo que paseaban tranquilos, pongo por caso, por algunos de los jardines que en aquellos años, como era moda, se adornaban con desnudos femeninos.

Sensatez en Tornel

José Martínez Tornel, quien dirigió con acierto ‘El Diario de Murcia’ hasta 1903 y era el más influyente periodista de la época, terció en la discusión para recordar que «he visto lo menos cuarenta Entierros de la Sardina […]. En todos han salido diosas, como salen ahora, y nunca se ha hablado tanto de si esa exhibición del eterno femenino es una deshonestidad abominable».

Tornel insistía en ‘El Liberal’ que, con respecto a las diosas, «no se hacían entonces los ascos que se hacen» y atribuía las críticas a que antiguamente había en Murcia «más cultura artística que ahora». Es más, recordaba las desnudeces que adornaban el techo del Romea y proclamaba la mojigatería de algunos: «Estas cosas sagradas parece que las han acaparado tres o cuatro familias, y que los demás lo hemos perdido todo».

Este artículo, publicado el 25 de abril de 1905, incluyó una nota que el autor escribió posteriormente, aunque aún tuvo tiempo de enviarla a imprenta. «Una de esas agraciadas jóvenes -escribía el célebre periodista- ha sido víctima de un fuego que ha prendido la carroza en que iba. En grave estado ha sido conducida al hospital. Vengo de verla. Tiene las piernas y los brazos con quemaduras de segundo y tercer grado y la pobre no hace más que invocar a la Virgen del Carmen y pedir algo que la atonte para no padecer tanto». Lo que sucedió después bien merece capítulo aparte.

Fuente: http://www.laverdad.es/

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