POR ÁNGEL DEL RÍO, CRONISTA OFICIAL DE MADRID Y GETAFE
Puede que sea el gremio más afectado por el estado de Alerta. Es el colectivo más vulnerable a las exigencias que impone el confinamiento. Ellos, y ellas, sin gente en las calles, sin apreturas en el Metro, sin aglomeraciones, no son nadie. Se han quedado sin clientes, sin recursos para sobrevivir, ni siquiera son carne de ERTE, ni podrán ser indemnizados por baja laboral, ni acogerse al subsidio de desempleo, ni a otras prestaciones sociales. No son empresarios, ni trabajadores por cuenta ajena, ni siquiera, autónomos. Es como si no existieran, aunque hasta ahora hayan hecho notar su presencia muy cercana y sus manos tendidas hacia nosotros.
Ellos ya no tienen Puerta del Sol, ni Plaza Mayor, ni Metro por donde desenvolverse. Si la gente no puede salir a la calle, si no nos podemos acercar, unos otros, a menos de un par de metros, su trabajo no tiene sentido. La soledad es lo peor que les podía pasar para ganarse la vida. Piensan que, hasta el mendigo más desgraciado, aún puede poner la mano, o una bolsa de plástico, para recoger una limosna del transeúnte que sale a comprar el pan o a pasear al perro. Pero ellos, no. No son un gremio muy numeroso, pero trabajaban, solos o en pareja, por el mercado de la marginalidad y, ahora, de nada les sirve tener las manos muy largas, sino pueden faenar en lo suyo.
Así, en esta situación tan precaria, les ha dejado el maldito virus. Ellos son, los carteristas.
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