POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Esta frase proverbial nos pone en sobre aviso de que debemos ser prudentes a la hora de juzgar a las personas por su aspecto exterior, ya que no siempre éste coincide con su interior. Cuántas veces un acicalado individuo pretende por su indumentaria aparentar lo que no es, haciendo válido esa frase que dice «cómpralo por lo que es y véndelo por lo que aparenta», a sabiendas de que nunca llegará a alcanzar lo que no es. Ello no sólo es aplicable a la vestimenta, pues podríamos atribuirlo al comportamiento humano, ya que muchos, adoptando una actitud camaleónica se nos muestran de manera diferente con su cínico comportamiento a lo que son realmente sus verdaderas intenciones.
De ello, no se escapa nadie en este mundo, ni la familia política, incluyendo las familias de políticos, que engañan y se enriquecen, mostrándose exteriormente como si nada hubiera pasado, e incluso recabando, aun siendo presuntos delincuentes, la denuncia y el amparo de la Justicia como sin con ellos no fuera la cosa, sintiéndose acosados como inocentes corderos. Pero, todo esto, no debe dejar a un lado lo que estamos viviendo en algunos sectores políticos, y hacernos olvidar por unos momentos esta pesadilla que nos ha tocado vivir de enriquecimiento delictivo en unos y el empobrecimiento injusto de otros. Así que, releguemos estas penas y dirijamos nuestra mirada al hábito como vestimenta representativa de sectores eclesiásticos, dejando bien claro que, efectivamente, el hábito no hace al monje, aunque, eso sí, lo hace identificarse y diferenciarse muchas veces de los seglares.
Me vienen a la cabeza algunos clérigos seculares que cuando el obispo era estricto con el hábito e iba con ropa talar, cuando éste fue sustituido por otro prelado que en aras de la modernidad vestía de clériman, todos, hasta los más ancianos inmediatamente adoptaron este uniforme, dejando la sotana a un lado, y haciendo su agosto los sastres de turno. Sin embargo, la Iglesia siempre ha sido cuidadosa en sus normas en este sentido. Sin ir más lejos, en el tercer Sínodo Oriolano celebrado el 29 de abril de 1663 a instancias del obispo Acacio March de Velasco, entre sus disposiciones se ordenaba que los clérigos vestirían sotana o hábito largo, o bien traje negro u oscuro, medias negras, moradas o pardas, bajo multa de dos libras y quince días de arresto. Asimismo, se les prohibía llevar bigote y melenas, teniendo que llevar tonsura abierta.
En algunos de estos aspectos ya se había manifestado el Concilio de Trento, en el sentido de que el abandono de las insignias clericales y el recurrir a ropa seglar era un menosprecio a la dignidad de su estado. Siglos después, en julio de 1882, el obispo de Orihuela Victoriano Guisasola y Rodríguez alertaba mediante una circular publicada en el ‘Boletín Oficial del Obispado’, previniendo «porque si bien puede comprenderse que alguno adopte el referido disfraz por mera vanidad pueril, cosa de suyo harto censurable en persona consagrada al divino ministerio, es sin embargo lo común y ordinario que a ello se siga el asistir a teatros, casinos, juegos y espectáculos profanos, o a otros lugares aún más sospechosos y comprometidos, a que no tienen acceso los hábitos clericales».
Se ordenaba que todos los eclesiásticos de la Diócesis llevaran corona abierta del tamaño que correspondiera a su orden, y se recomendaba que el cabello fuera corto, peinado sin raya ni tupé levantado «por ser algo de vanidad profana». Se ordenaba que día y noche vistieran traje talar, manteo, sotana y alzacuello sin adornos de colores, ni cinta de mostacilla (especie de abalorio de cuentas muy pequeñas). No podían utilizar camisolines, ni sombreros de teja demasiado recortados, ni puños de camisa fingidos con botones esmaltados. Se le prohibía utilizar pantalón caído, botas y botitos, estos últimos, recientemente habían sido censurados por la Sagrada Congregación de Ritos. Sin embargo, estaban autorizados a llevar zapatos y medias negras, pudiendo utilizarlas blancas de hilo internamente para más frescura.
Estas normas regirían en todos los pueblos de la demarcación diocesana, ya fueran en las grandes ciudades como en los pueblos más pequeños, permitiendo el vestir traje negro talar para viaje compuestos de «levita cumplida, chaleco cerrado hasta arriba, alzacuello, capa si fuera invierno y sombrero de copa, evitando en lo demás todo lo que revele vanidad y disipación». Se recomendaba vestir balandrán en los viajes, siempre que se pudiera, al igual que se les indicaba que lo emplearan en sus casas, a fin de estar en todo momento presentables para atender a los feligreses que a ellos acudieran. Otras prohibiciones eran las referidas a negocios y asistencia a algunos espectáculos, de los que en otro momento trataremos. Mientras tanto, conformémonos en mirar con prudencia la vestidura exterior, pensando que interiormente puede o no corresponder con lo que se intenta aparentar. Máxime, si lo que se nos presenta va más allá de lo puramente externo con la vestimenta.
Fuente: http://www.laverdad.es/