POR TITO ORTIZ, CRONISTA OFICIAL DE GRANADA.
Destapose el jubón el ilustrado y, al tiempo asomaron colganderas sus vergüenzas, de hasta tal punto sorprendentes para su edad, que la gentil doncella, quedose prendada de tales atributos y mostrose apetecida de ser saciada. Moza recia de campesina estirpe, jamás hubiere sospechado, que aquel sesentón escribano, al servicio del conde duque, calzara de forma tan menesterosa, bajo aquella apariencia de encorvadura natural de su espalda, nariz acabalgada suficiente para sostener media docena de binóculos, andares espaciosos, pero aún tiempo, galante y cariñoso, chispeante en la ocurrencia, y modélico en la galanura. Bajo los párpados plegados de su rostro, el juvenil verde de sus ojos, contrastaba con el semblante obediente de su cara, fiel a los años reflejados en el acta bautismal de su colegiata.
Soldado del imperio en ultramar, sus escarceos amorosos con damas bien casadas, le habían cosechado no pocas escaramuzas, de las que saldó con fortuna, gracias a su habilidad con la espada, tan sólo superada por su pluma. Condición de bachiller tenía el anciano, y esto propició que la nobleza protegiera sus hazañas de juventud, tanto en lejanos terrenos conquistados, como en cercanas alcobas nobiliarias. Dada su formación, experiencia, y sobre todo, su discreción a prueba de sangre comprobada, gozó el letrado militar del favor sin condiciones, de familias por la corte bien tratadas. Vivió sin estrechuras, gozando de privilegios y favores merecidos, dada su fidelidad sin límites, y lealtad a fuego comprobada. Discreto a más no poder en reuniones, sincero en el juicio demandado, nunca tomó iniciativa que no le correspondiera, ni presumió de saberes, tampoco de protecciones, ni de inquebrantables adhesiones. Sabedor de altos secretos a él confesados, jamás sus labios osaron mancillar la confianza de sus amos, más al contrario, con el pasar de los años, se fue solidificando la rectitud de su proceder jamás cambiado, ni aunque se hallara envuelto en juegos, chanzas, o altercados. Siempre su juicioso proceder exacto, mantuvo a salvo lo escuchado, sin dar oportunidad, por pueril que ésta fuera, de arriesgar el contenido de su mente, que acaso ser en otra cabeza almacenado, bien pudiera haber sido vomitado, en noches de posadas y tabernas, en presencia de casquivanas criaturas, de holgados escotes y muslos prensiles, de los que a determinadas horas de la negra madrugada, es del todo imposible zafarse, y menos aún, escurrirse por lo ebúrneo de sus nalgas.
Debilidad probada tuvo siempre el infanzón, al bruñido de unos glúteos sin sus bragas, a los pezones de unas ubres levantadas, y a los labios de una moza enamorada, pues no hay espigón que pueda detener, el oleaje embravecido de una hembra acalorada, cuando se planta ante su presa, arremangándose el refajo, desbridándose el corpiño y, soltando al viento su melena con resuello de tempestad en su garganta. A veces, los aguerridos turcos en batalla, no atemorizaron tanto al heraldo de Granada. Hombre de aplomo y prestancia, que ahora con rubor se espanta, de ese infortunado descuido que sus noblezas ensalza, a los ojos de una mujer de experiencia bien probada, en asuntos de entrepierna, entre su alcoba y la de su ama, ya que de por sí tiene asumido, que en ocasiones contadas, cuando el conde-duque reclama, cuán doncella enamorada, satisface al caballero de la casa, sin olvidar que en buena lid, éste también la agasaja, no sólo con lisonjas al oído recitadas, sino que a placer deja caer su lengua, por donde ella le señala, y de aquesta forma los dos, con deleite sobre la almohada, gozan de los placeres a pachas, sin que terminada la contienda bajo el dosel celebrada, haya lugar al enojo por desnivelada balanza. Ambos muy al contrario, chascarrillean con holganza, a cerca de su intercambio de fluidos en el tálamo celebrada, por el señor de la casa, y la mujer de confianza. La misma que ahora sonríe ante el heraldo, bien plantada, admitiendo sin convicción que no haría ascos al acreditado bachiller, si al punto le asegurara, que en justa correspondencia ella también gozara, ya que es de justicia, que la romana en horizontal se apalancara, e hiciese para que sea así, lo que fuere pertinente, el bachiller de la españas, aquel que en época de épicas y cantares, salió airoso en multitud de ocasiones de iguales trances, pues no debe tomarse a burla, su más que acreditada semblanza, que en cuestiones de amoríos, no le fue nunca a la zaga, ni al mismísimo Tenorio, y mucho menos, a su predecesor, El Burlador de Sevilla.
Se emboza el heraldo sobre su faz ajada, esboza sonrisa entre socarrona y resignada, se atusa el mostacho, toca el amplio sombrero por su ala, y con ademán de reverencia, al tiempo que excusa la insinuación de la dama, inicia la huida por la puerta a la antesala. Todo, con tal de no tener que argumentar ante dama tan lozana, que un músculo agarrotado, próstata maligna llamada, le hace temer lo peor, cuando de dar la talla se trata. Que no son los decenios amortizados, ni tan siquiera la vista cansada, que es un dolor omnipotente, que por las ingles té apresa, cuán torniquete hilarante, que al sonar de las deseosas trompetas, a base de escozor, dolor y picante, le hace al caballero levar la puerta de su pescante, renunciando sin querer a lo que siempre deseó antes. Ay, señor, con lo que yo he sido de galante.
FUENTE: CRONISTA