POR JOSÉ ANTONIO MELGARES GUERRERO, CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA Y DE CARAVACA
Hace años, cuando acababa de producirse la partida de Caravaca de los Misioneros Hijos del Corazón de María, popular y cariñosamente conocidos como Los Claretianos (quienes se hicieron cargo del culto y cuidado de la Patrona entre 1945 y 1964), todavía andaban por el coro de la Basílica, varios cajones con partituras musicales, que el Cronista que esto escribe pudo ver en estado de abandono en las inmediaciones del armónium que suplía al desvencijado órgano, tan maltrecho durante los años de la Guerra Civil, restaurado durante el tiempo de estancia en el Castillo de los citados PP. Claretianos, gracias a las gestiones y fondos por ellos mismos obtenidos.
Entre aquellas partituras, en las que nadie reparaba, y sólo utilizaban los entendidos en música, que sabían leerlas e interpretarlas (entre ellos la conocida popularmente como María la del Maestro de Música que era la organista), recuerdo el Miserere del maestro Alfonso García. Algunas Misas de Réquiem y marchas fúnebres de Mateo Joaquín Nogueras, y el Himno de la Cruz de Esmeraldo Cano. De aquellos tenía entonces algún que otro conocimiento como músicos locales (el primero con calle propia, de la que luego se le privó para recuperar su antigua nomenclatura como calle del Teatro) y el segundo como Maestro de Música y hermano del gran Luís Nogueras, concertista de fama nacional en su tiempo, fallecido prematuramente y también con calle otrora a su nombre), pero para nada había oído hablar de Esmeraldo Cano, el compositor del Himno litúrgico a la Cruz de Caravaca.
Gracias a mi amigo y colega el Cronista Oficial de Molina de Segura, D. Antonio de los Reyes, supe de la existencia en la localidad de la Vega Media de D. Salvador Cano Conesa y Dª. Carmen Cano Cano, nietos ambos del compositor referido, de quienes he podido obtener la información precisa para dar a conocer su personalidad, su obra y su vinculación a Caravaca.
Esmeraldo Cano Garre (Molina de Segura 1884-1967) fue un literato autodidacta, ya que en sus años jóvenes se dedicó a la agricultura y luego al comercio ambulante de telas, quien cultivó fundamentalmente la poesía panocha huertana, y también la religiosa, aunque no desdeñó ningún tema laico ni profano, en los que cosechó triunfos sin cuento, participando en juegos florales, certámenes poéticos y concursos locales.
Su polifacética actividad creativa le permitió hacer zarzuela, e incluso tuvo compañía de teatro propia, con la que periódicamente actuaba en el teatro Vicente de Molina, donde fue conocido por la popular actriz María Guerrero, quien le propuso, sin éxito, incorporarse a la compañía teatral que ésta regentaba en Madrid.
Esmeraldo Cano, que firmaba sus composiciones poéticas panochas con seudónimos tales como Juan Perico Mascareta, El Perráneo de la Arboleja y Blas Calceta, entre otros, comenzó su producción literaria a los 13 años, con un poema sobre la Guerra de Cuba.
Durante la Guerra Civil estuvo preso en Cehegín, donde debió conocer al caravaqueño que le habló de la Cruz, inoculándole una devoción que manifestaría después como veremos a continuación. En la cárcel escribió un conjunto de poemas al que denominó Carcelarias, entre los que destacan composiciones como Pajarico volandero, Mañanica de Viernes Santo y El Místico Ruiseñor entre otras.
Tras la conclusión de la Guerra, alguien que no hemos sabido quién, le encargo el Himno a la Cruz para su interpretación en las Fiestas de Septiembre. Ese alguien pudieron ser los propios frailes Claretianos, quienes supieron de Esmeraldo Cano a través de terceras personas. Cano Garre compuso la letra, mientras que la música es original de José Sandoval, también oriundo de Molina de Segura, ofreciendo entre ambos el citado Himno, que debió ser estrenado coincidiendo con los años de la llegada de los Claretianos a la ciudad, a partir de 1945. El himno, como sabe el lector, es el que comienza con la estrofa:
«Honor y gloria a ti, bendita Cruz,
iris de paz y de amor,
trono augusto en que Jesús,
decretó la Redención…»
Hasta muchos años después de su composición y estreno, no se popularizó entre las gentes, ya que sólo se cantaba durante el novenario (y después quinario), que precede a la fiesta de la Exaltación de la Sta. Cruz el 14 de septiembre.
Los claretianos, de clara vocación misionera, y acostumbrados a enfervorizar a las masas mediante el canto de melodías populares, prefirieron, sin embargo, ofrecer al pueblo de Caravaca, para su canto diario, otras melodías más breves y pegadizas, popularizando otro himno que, como muchos recordarán decía:
«Viva la Cruz que es nuestra Patrona,
que en el Castillo tiene su altar.
y reina siempre,
triunfante Cristo,
en Caravaca noble y leal».
Así como aquella otra composición, inspirada en una melodía popular vasca, que dice:
«Cuando subo al Castillo
de mañanita,
se me hace cuesta abajo
la cuesta arriba.
Y cuando bajo, leren,
y cuando bajo,
se me hace cuesta arriba,
la cuesta abajo».
Los Claretianos, insisto, debieron ser quienes encargaron a través de una persona muy vinculada a ellos, el Himno Litúrgico de la Cruz al poeta Cano Garre, quien también compuso el Himno a San Vicente Mártir, patrón de Molina de Segura, al que puso música el sacerdote José Escámez Marín. Desconocemos con seguridad, sin embargo, y como ya he repetido, si fueron ellos, en la persona del padre Goñi, u otro particular, así como detalles de su estreno, y si el autor percibió alguna cantidad por el encargo, aunque conociendo su proverbial generosidad es fácil pensar que lo hiciera gratuitamente.
De la época claretiana en la Basílica, además del Himno y las composiciones musicales referidas, queda el recuerdo de sacerdotes venerables como el referido P. Goñi (que está enterrado en el cementerio local), o los padres Eduardo Trigueros y Leonardo Mayor Izquierdo (quien escribió una breve pero interesante Historia de la Stma. Cruz), entre otros. Las primeras reparaciones del Castillo y Templo intramuros del mismo, al igual que su ajuar religioso. Y además, otra composición poética de Esmeraldo Cano: El Triunfo de la Cruz. Tradición histórica, escrita el tres de mayo de 1938 y publicada por la Imprenta Rivero de Caravaca en 1946, que aún se puede encontrar a la venta en las librerías locales.
Fuente: https://elnoroestedigital.com/