EL HUERTO DEL TÍO CAÍN
Jul 29 2013

POR FRANCISCO PUCH JUAREZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDESIMONTE (SEGOVIA)

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Estas son imágenes que sin saber por qué, han venido de pronto a asaltar mi memoria de años, iba a haber dicho de siglos, pero no quisiera ser tan petulante como para remontar mi corta existencia a tantos años aunque muchos son los que ya tengo.

Si estas estampas o imágenes no las escribiera alguien, quedarían perdidas en el baúl de los tiempos sin que nadie supiera lo que en ellas se narra aunque sean cosas sencillas que puedan carecer de importancia para el lector, pero quiénes en un época las vivieron saben de qué va la cosa.

Los chavales de mi pueblo, de otra época comprendida allá por la década de los cuarenta del pasado siglo XX, pueden narrar, lo mismo que yo lo hago, dónde estaba el Huerto del Tío Caín y lo que la chavalería de la época hacíamos en él.

El Huerto estaba situado en mi pueblo La Granja de San Ildefonso, en la parte posterior de donde estaba la tahona ´La Higiénica´, como se llamaba aquel caserón en el que mi buena madre vino a darme a luz a este pícaro mundo y que era la casa de mis abuelos.

El tal huerto estaba vallado con un muro de algo más de dos metros, pero ello no era obstáculo para que los chavales trepáramos por él para colarnos dentro. Tenía toda la apariencia de estar abandonado puesto que durante años, nunca advertimos los chiquillos que allí hubiera nadie, aunque como es natural sería propiedad de alguna persona del pueblo, pero ciertamente yo nunca supe a quién perteneciera ni quién fuera el Tío Caín.

En el huerto había un par de árboles frutales que a los chavales nos solían pasar un tanto inadvertidos a lo largo del año, pero cuando llegaba la época de lo que podríamos llamar la vendimia, es decir cuando aquellos perales comenzaban a dar sus frutos, era una auténtica tentación no trepar por su tronco hasta alcanzar sus ramas y comenzar a cosechar los sabrosos perillos que aquellos árboles daban.

Cuando llegaba la época, allí nos concentrábamos lo más granado del pueblo en cuanto a chavalería se refiere, y comenzábamos a coger perillos que nos metíamos en los bolsillos de los pantalones, o entre la camisa, para llevarnos cuántos pudiéramos, había algunos que hasta se llevaban una bolsa o un saquete para irle llenando con los perillos, de forma tal que en unos pocos días en aquellos árboles no quedaba ni un fruto para que pudieran disfrutar de él los pajarillos que revoloteaban a su alrededor ensordeciéndonos con sus trinos y chillidos, piando y piando como signo de protesta contra aquellos bárbaros invasores que les estábamos arrebatando su suculento y sabroso alimento.

Si estas imágenes no las cuenta alguien de la época que las vivió, quedarían perdidas para las generaciones posteriores, ahí está la esencia del cronista, el recoger en sus escritos aquellos hechos sin importancia que han venido sucediendo en los pueblos y localidades de todas partes a través de los tiempos y que por lo general por su escasa o nula importancia mueren en el olvido.

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