ARTÍCULO QUE CITA A ANTONIO HERRERCA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA
Guadalajara es reconocible por muchas cosas. Entre ellas, la miel de la Alcarria o los bizcochos borrados. Pero también se debe mencionar su patrimonio histórico, donde el Palacio de los Duques del Infantado es uno de los principales protagonistas. Se trata de un complejo de finales del siglo XV de delicada factura gótico–flamígera, que conserva –aún hoy– muchos de sus elementos más significativos, como la fachada en puntas de diamante o el patio de los leones. Sin embargo, diversos avatares históricos le han arrebatado otros rasgos de gran interés, como sus antiguos artesonados, de los que apenas quedan algunas imágenes fragmentarias.
“Las techumbres de madera de los salones del monumento estaban decoradas con fabulosas composiciones de estilo mudéjar, cuajadas de escudos, figuras, leyendas y mocárabes espectaculares”, aseguraba José Luis García De Paz, ya fallecido, en su libro «Patrimonio desparecido de Guadalajara». “Dorados y mazonados, parecía que eran de oro, aunque, en realidad, se componían de tablas, pero maravillosamente talladas en el siglo XV por artistas moriscos”.
De hecho, han llegado hasta la actualidad diversas noticias de estas composiciones. Entre ellas, “la cubierta de mocárabes que se pusieron sobre las escaleras de las casas del duque en 1494”, explicaba el cronista provincial, Antonio Herrera Casado, en su libro «El Palacio del Infantado en Guadalajara». La misma era, también, de estilo mudéjar. Por otro lado, estaban las obras de arte existentes en el techo de la «Sala de La linterna», que fueron traídas desde el convento de San Agustín, en Toledo, adquirido por Íñigo López de Mendoza. “Lorenzo Trillo trazó el diseño del friso que había de hacerse, con escudos y emblemas del referido aristócrata, para remate de la mencionada composición”, subrayaba Herrera Casado.
Otros artesonados de relevancia del Infantado –también desaparecidos– fueron los de la «Sala de Santiago», que ocupaba la duquesa María de Luna, en la parte noroeste del monumento; los de la «Sala de Albahares», emplazado en el piso bajo; o los existentes en la «Sala del Aparador». “También se hicieron este tipo de decoraciones, más sencillas, pero no menos bellas, en las techumbres de las galerías del patio, en las del jardín, y en antesalas y saletas menores”, relataba Antonio Herrera Casado.
Pero estas composiciones mudéjares no finalizaron aquí. Todo lo contrario. Hasta 1936 se conservaron algunos de sus ejemplos más destacables. “Artesanos moriscos las habían realizado durante la segunda mitad del siglo XV, bien para este palacio directamente o bien para el templo del cercano monasterio jerónimo de San Bartolomé de Lupiana, encargados por doña Aldonza de Mendoza, y que luego se trajeron a la ciudad por el segundo duque”, se enfatizaba en el compendio «El Palacio del Infantado en Guadalajara».
En este sentido, se ha de mencionar el caso del «Salón de los Cazadores», también conocido como de «Las visitas». “Se encontraba al fondo del patio y se disponía en forma de un gran artesón invertido, apoyado en un friso compuesto de mocárabes”, describía el cronista provincial. “Todo él se conformaba de trazado estrellado en florón central de cada composición”. Asimismo, “en el friso se veían multitud de escudos mendocinos tallados en madera, coronados en celada, corona y cimera, alternando con frases góticas de las que no nos han llegado el texto”.
En esta misma línea, también se debe hacer referencia al «Salón de los Salvajes», de planta cuadrada. Dicho espacio “poseía un riquísimo artesonado octogonal, todo él tallado de entrelazados mudéjares, dorado y coloreado suavemente”, explicaba Herrera Casado. “En las esquinas aparecían grandes blasones mendocinos, y en el friso botaban multitud de figuras de salvajes con diversos atributos y en variadas actitudes”.
También contaban con una riquísima decoración tanto el «Salón de Consejos» como el de «Linajes». Éste último era el más impresionante de todos los que se encontraban en el referido complejo palaciego arriacense. Fue trasladado a la actual capital provincial desde el monasterio de San Bartolomé de Lupiana y montado en la ciudad en 1495, en una sala del Infantado orientada a los jardines monumentales.
De hecho, “formaba toda su cubierta una red y agrupamiento de mocárabes colgantes y dorados”, rememoraban los especialistas en torno a este asunto. “En esos años finales del siglo XV, y después de ser instalado convenientemente, quiso Íñigo López de Mendoza labrar un friso bajo este artesonado, que retratara la grandeza de la Casa del Infantado”. Lorenzo de Trillo fue quien implementó estas actuaciones.
Además, “a lo largo de muchos metros de alto friso aparecían alargadas fajas verticales en las que se iban alternando complicadísimas tracerías góticas, con escudos de los más diversos apellidos y casas emparentadas con los Mendoza”, explicaba el cronista provincial alcarreño en uno de sus trabajos. “Hoy no queda nada de este artesonado, salvo algunas fotos fragmentarias”.
Las causas de la pérdida
Pero, ¿cómo es posible que toda esta riqueza no llegase hasta nuestros días? La desaparición ha presentado varios hitos a lo largo de la historia. El primero de ellos fueron unas actuaciones desarrolladas en el palacio durante el último tercio del siglo XVI. “Algunos artesonados se perdieron durante la reforma del quinto duque (1578–1580), como los existentes en una cubierta de las escaleras de acceso o los habidos en las salas de «La linterna», de la «Santiago», de «Albahares» y del «aparador»”, explicaba García De Paz.
Sin embargo, tras estas actuaciones, algunas de las composiciones más relevantes se conservaron. Entre ellas, la del «Salón de Linajes», el de «Los Salvajes» o el de «Los Cazadores». Pero, a pesar de su relevancia, su vida tampoco fue eterna. Desaparecieron durante la Guerra Civil, tras un ataque con bombas incendiarias lanzadas por la aviación franquista en la zona en la que se emplazaba el Palacio del Infantado. Fue un suceso que se produjo a finales de 1936.
“El bombardeo de las tropas nacionales ocurrió el 6 de diciembre de 1936 sobre el Cuartel de San Carlos y sus alrededores, provocando el incendio del mencionado complejo palaciego durante tres días seguidos, así como su abandono durante varios lustros”, se explicaba en «Patrimonio desparecido de Guadalajara». De esta forma, “se perdieron para siempre esos fantásticos artesonados, obra de los moriscos alcarreños, quedando destrozado el patio del monumento, así como muchas de sus dependencias más notables”.
Tras este suceso, “algunos de los fragmentos de dichas obras de arte pudieron rescatarse tras el fuego acaecido en el incendio, pero quedaron en tan pequeña cantidad que no pudieron servir ni para enseñarlos en el Museo Provincial”, subrayaba José Luis García De Paz. “Fue el símbolo del expolio en la Guadalajara guerracivilista”. De hecho, tras el bombardeo de los franquistas, sólo sobrevivieron las pinturas de las techumbres de las salas bajas, que realizara en torno a 1580 el pintor Rómulo Cincinato –procedente de Florencia– en torno a 1580.
Y a pesar de que el mencionado monumento, con los años, consiguió ser rehabilitado en sus estructuras más importantes, nunca logró recuperar algunos de sus elementos más significativos, como los artesonados. “El Ministerio del Ejército devolvió las ruinas tanto a los descendientes de los Mendoza como al Ayuntamiento, y éstos, a su vez, lo donaron con ciertas condiciones al Ministerio de Educación, que empezó su reconstrucción en 1961”, explicaba José Luis García De Paz. Además, “la lenta rehabilitación del palacio lo dejó con el aspecto que tenía antes de las reformas herrerianas del quinto duque, que le había puesto los balcones en la fachada principal. Pero, obviamente, ya no se pudieron recuperar los valiosos artesonados”, concluía De Paz.
De esta forma, el mencionado edificio “ha perdido gran cantidad de obras de arte que le conferían, en su primitivo contexto, un valor supremo”, enfatizaba el cronista provincial de Guadalajara. Por tanto, el Infantado sigue añorando parte de sus elementos artísticos definitorios, como los que adornaban sus techumbres. En consecuencia, los vestigios que quedan han de ser protegidos y conservados, para puedan ser disfrutados por las futuras generaciones. Al fin y al cabo, como señaló el dramaturgo español Jacinto Benavente: «Una cosa es continuar la historia y otra, repetirla».
Bibliografía. GARCÍA DE PAZ, José Luis. «Patrimonio desaparecido de Guadalajara». Guadalajara: Ediciones AACHE, 2003. HERRERA CASADO, Antonio. «El Palacio del Infantado en Guadalajara». Guadalajara: Ediciones AACHE, 1990. |
FUENTE: https://henaresaldia.com/el-infantado-anora-sus-artesonados/